La paz no es una opción. Es una necesidad. No es un recurso técnico, sino humano. La guerra y la paz nacen en las mentes de las personas, tejen actitudes y comportamientos.
La paz es un valor transversal que debería incluirse en el currículo educativo desde edades tempranas. Es una virtud que requiere compromiso y cooperación. Es un vehículo para educar en democracia, justicia, tolerancia y respeto.
¿Estamos educando para la paz? ¿Somos conscientes de que es una tarea conjunta, personal y comunitaria? “No basta hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla”, decía Eleanor Roosevelt.
La guerra ya no se libra solamente entre los países. Está presente en conductas que ensucian el espacio público desconsideradamente. Contravienen y dificultan. No guardan las normas mínimas de buena educación en el trato y, por ende, dificultan el comportamiento cívico.
La descortesía genera polarización. Incluso algunos difaman a quienes llevaron una vida honrada y esforzada, o una trayectoria al servicio del deber y la exigencia. Su discurso raya en el odio y degrada la política, que es una de las dimensiones más importantes de la vida humana.
Las conductas incívicas causan daño al clima social, al tejido civil. Célebre es la frase del militar alemán Clausewitz: “La política no es la continuación de la guerra por otros medios, sino justamente su interrupción”.
Para la filósofa española Ana Marta González, la fortaleza moral de las democracias no se manifiesta en la agresividad, sino en la capacidad de sacrificio para defender derechos y libertades, en la disposición a descubrir puntos comunes con aquellos de quienes nos separan intereses opuestos.
La educación y la cultura deberían contribuir a que el espacio político sea un espacio de diálogo, argumento y convivencia. Es necesario enseñar a articular políticamente la convivencia. Dotar a los nuevos ciudadanos de hábitos mentales y morales, de pensamiento y sentido crítico, de convicciones profundas.
No debemos dejar la “desgraciada herencia” a las próximas generaciones de levantar y perpetuar barreras. Debemos darles herramientas para destruir los nuevos muros. ¿Hay esperanza para la paz? Recuerdo aquella frase de Albert Einstein: “La crisis es la mejor bendición que puede sucederles a personas y países, porque trae progreso. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”.
El astuto Ulises planteó ante la asamblea de los reyes griegos engañar a los troyanos y entrar en la ciudad ocultos en un gigantesco caballo de madera. Fue una propuesta deshonesta para muchos, que logró la toma de Troya y el final de la guerra.
No fue una obra de arte el caballo de Troya, sino una máquina sagaz, una impresionante argucia nada virtuosa. Un engaño comenzó la guerra y otro la terminó. Gran paradoja.
Se dice que los romanos tenían dos templos juntos: uno dedicado al Honor y otro a la Virtud. El primero sin puerta, y para entrar en el del Honor había que pasar por el de la Virtud.
La paz política depende de la paz interior. Dar la espalda a esa responsabilidad es reflejo de una falta de conciencia cívica. Tendremos que abrir la puerta de nuestra propia conciencia. Tener el valor de escucharla. Ojalá entren muchas personas honestas a la política. Se necesitan.
Los que la ven con desencanto o decepción, no se desanimen y escuchen la advertencia de Marco Aurelio: “El poder no corrompe a las personas: revela quienes son realmente”. La paz es una gran obra de arte, pero hay que creer en ella y trabajar honestamente para alcanzarla.
La autora es administradora de negocios.