El fin primordial del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) se encuentra en su convenio constitutivo. Desde 1960, tiene la tarea de promover el desarrollo y la integración, con una especialización en proyectos de inversión de elevados requerimientos de recursos, como lo son puertos, aeropuertos, carreteras, plantas hidroeléctricas y hospitales, entre muchos otros, en procura de mayores plazos y tasas de interés favorables para los países fundadores y socios regionales y extrarregionales.
A lo largo de seis décadas, son muchos los logros y varios los desaciertos, analizados desde diferentes enfoques, tales como operaciones crediticias exitosas y en desarrollo, fiascos públicos y privados que ocasionaron pérdidas y muy probablemente enriquecimientos indebidos.
El fiasco que ostenta la corona en Costa Rica es el denominado One Jacó, proyecto que terminó en monstruosas torres abandonadas en la pura entrada de este concurrido destino turístico, erigidas como vergonzosos monumentos a la inoperancia e ineptitud público-privada.
Con un balance de grandes beneficios y errores, el BCIE llegó en el 2018 con una capitalización a los $7.000 millones y una calificación AA que beneficia a sus socios a la hora de mejorar sus tasas y disminuir las reservas.
Sin embargo, desde entonces, el rumbo del BCIE, promovido por su actual presidente, Dante Mossi, viene en una senda descendente en materia de gobernanza y salvaguarda de los principios financieros que costaron tantas décadas construir.
Mossi, como presidente del BCIE y responsable de su gestión administrativa, duplicó en cuatro años el presupuesto de gasto, de $70,1 millones en el 2018 a $146,4 millones en el 2022.
Durante su administración se han realizado ostentosas contrataciones de nuevos edificios y remodelaciones en las oficinas en Tegucigalpa y adquisiciones de nuevas sedes en Argentina, Taiwán, España, Corea y la República Dominicana, justo cuando todas las señales indicaban hacer lo contrario. Además, la planilla se incrementó un 30 % con respecto a la del 2018, y alcanzó más de 450.
En una de las regiones más pobres del mundo y productora de migraciones en masa, un banco como el BCIE debería ser ejemplo de trabajo en favor de los más necesitados y con suma disciplina, en lugar de hacer erogaciones millonarias y propiciar el crecimiento de planillas que no se reflejan en mejorar las condiciones del Banco. Por ejemplo, el índice de gasto administrativo (IGA) que tiene como objetivo la eficiencia institucional desmejoró: pasó del 0,49 % en el 2018 al 0,58 % en el 2022.
Como fue publicado hace varios meses en los medios periodísticos, el 11 de diciembre del 2021, nueve directores preocupados por el rumbo que llevaba el BCIE informamos a nuestros gobernadores sobre el deterioro de la rentabilidad financiera (ROE), que cayó del 7,42 % en el 2018 al 2,68 % en octubre del 2021.
El ingreso financiero descendió del 2,37 % en el 2018 al 1,83 % al cierre del 2021, y las utilidades bajaron de $223,5 millones en el 2018 a $83,6 millones. Además, a finales del 2021, la administración informó sobre la caída en el índice de capital ajustado por riesgo (RAC) del 16 al 14 %, donde el 15 % es el límite para obtener el very strong acorde con los estándares de calificación AA que ostenta el BCIE.
En mayo del 2022, cuando dejé el cargo, todavía no se hacían modificaciones administrativas y financieras con el propósito de revertir la caída de los principales índices. Si esta situación no fue atendida en los últimos 12 meses, la reunión anual del 12 de mayo, en la República Dominicana, cobra importancia histórica para el futuro del BCIE.
Resultaría irresponsable para los gobernadores considerar una capitalización a $10.000 millones —como propone el presidente del BCIE— sin analizar y promover una mejor gobernanza y robustecer los indicadores financieros.
Pretender una reelección de Dante Mossi sin evaluar profundamente su desempeño en el cargo sería un error. También debe ponderarse el apoyo político que Mossi brinda a la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua, lo cual se traduce en que los gobiernos democráticos cohonestan ese actuar.
El peligro que significa para el BCIE un declive en sus opciones crediticias, orientadas a proyectos de desarrollo y no al gasto corriente, significaría el final de sus principales objetivos. Una reelección de Mossi podría ser el fin del BCIE que necesita una región como la nuestra.
El autor es exdirector del BCIE y exembajador de Costa Rica en Nicaragua.