Hace medio siglo, el famoso científico Heinz von Foerster señaló que “las ciencias duras son exitosas porque tratan con problemas suaves”. Hizo una pausa y agregó: “Por su parte, las ciencias blandas están luchando, porque deben ocuparse de problemas duros”.
El modelo educativo ha trabajado explícitamente lo que podríamos llamar “capacidades duras”, es decir, los saberes técnicos y procedimientos de cada disciplina. Parece ser más sencillo. Por ejemplo, en el colegio, es más fácil enseñarle a un adolescente a equilibrar una ecuación química que a regular sus emociones.
Así las cosas, no es raro que ciertos saberes urgentes en el mundo real –como dar un paso al frente cuando la oportunidad llama, salir de la trampa, levantarse tras un fracaso o convencer a otros para construir imposibles– no lo encontremos en los cuadernos de ninguna materia.
Capacidades suaves. Empero, la cosa está cambiando. Hoy el centro de la revolución educativa son las capacidades suaves (también conocidas como soft skills ). Se las asocia con dos dimensiones: los recursos personales (como la flexibilidad y la creatividad) y los interpersonales (como la capacidad para cooperar con otros y la destreza comunicativa).
En esta revolución de las capacidades suaves, hablamos de un mundo en el que los problemas no están en la pizarra, los libros o los cuadernos, sino en la complejidad de lo real, en aquellos con quienes colaboramos o en nosotros mismos.
¿Y por qué son tan importantes estos saberes suaves? Del millar de razones, citemos tres: hoy se sabe que la tenacidad supera al cociente intelectual (IQ) como predictor del éxito en la mayoría de los dominios laborales, que los recursos personales asociados con el “saber actuar” determinan la efectividad en situaciones complejas por encima de la capacidad técnica y que la motivación proactiva hace la diferencia en el desempeño, con independencia del dominio laboral.
En el caso de las capacidades duras ( hard skills ), las técnicas y procedimientos están sujetas a un paradigma de repetición y medición. Distinto ocurre con las capacidades blandas, donde la efectividad en el manejo varía de acuerdo con nuestro estado emocional, la situación que enfrentamos y el tipo de personas con las que estemos interactuando.
Además, las capacidades blandas están más cerca de los dominios del saber estratégico (poseer recursos para hacer frente a lo novedoso) y actitudinal (los componentes de emoción, conducta y conocimiento que se entremezclan para ayudarnos a hacer frente a los problemas complejos del mundo real).
Demanda. En su documento The Future of Jobs, el Foro Económico Mundial lista 10 capacidades urgentes para el mundo laboral del año 2020. No sorprende que la lista esté dominada por saberes blandos: desde la flexibilidad cognitiva y la inteligencia emocional, hasta la colaboración y el pensamiento creativo.
Se sabe que el objetivo de la educación es mucho más que aprestar para el trabajo: su fin último es la formación para la autonomía del individuo y su rol como ciudadano.
En tal caso, las capacidades blandas siguen siendo urgentes, pues no importa si es en el trabajo o en el ejercicio ciudadano, todos necesitamos saber mantener la calma cuando las cuatro paredes parecen derrumbarse, arrojar los viejos saberes para vestirnos de nuevo conocimiento y saber hacer las preguntas correctas.
Una última capacidad blanda domina a las otras: es poseer los recursos para estar siempre aprendiendo. Así, quedamos informados que ser flexibles, creativos, buenos comunicadores, tenaces, etc., son componentes de un modelo de aprendizaje para toda la vida.
Con las soft skills todo el aparato educativo está llamado a reinventarse.
Afanadas en transmitir datos y enseñar procedimientos abstractos, escuelas, colegios y universidades se convierten en su propia muralla: si no aprenden a saltar sobre ellas mismas, nunca lograrán dar un paso adelante.
El autor es educador, director de The Open Institute.