Algunos hay a los que nos bastará un traje de vida coronado con cuello chino, sin solapa alguna. Otros hay cuyos sastres se dan a la tarea de idear, perfilar y crear una solapa acoplada a las hazañas del cliente que, por supuesto, suelen ser numerosas y no carentes de relevancia.
En fin, una solapa amplia y resistente para desplegar las insignias que su comunidad cultural, profesional y afín a sus quehaceres les vayan otorgando.
No pocas veces la solapa de Felo García —don Felo, para mí— se ha descosido y vuelto a coser a lo largo de su longeva vida. En ella se atisban no solo sus logros, sino, más aún, sus muy propias consideraciones en torno a todo lo que atañe al ejercicio de vivir, desde el simple planteamiento del porqué y para qué del ser en su entorno hasta el que considero más complejo de resolver: el cómo y hasta dónde.
Pretencioso sería de mi parte intentar hacer un recuento de lo ideado, imaginado, creado e implementado por don Felo, padre, abuelo, bisabuelo, arquitecto, artista plástico y gráfico, educador, alto funcionario, atleta, asiduo analista del acontecer costarricense.
Me permito, sin embargo, hacer mención de la reciente aprobación, por la Comisión de Honores de la Asamblea Legislativa, del título de ciudadano de honor, aunque falta aún el debate y la resolución final del plenario.
Con varias páginas entre sus costuras, ha dejado huella la fina y constante puntada femenina de su esposa, María Eugenia, a quien siempre ha tenido la delicadeza de agradecer no solo la dedicación a su familia, sino también su entendimiento y apoyo a su arte, a sus atrevidas y muchas veces mal entendidas propuestas técnicas, culturales y vivenciales.
Cuando miro a don Felo, un poco más ensimismado, con su cabellera aún más desenfadada y ese aroma de un bon vin, añejándosele la esencia, no puedo dejar de percibir esa eterna jovialidad de su genialidad: “Tengo la cabeza llena”... de ideas, imágenes, propuestas, comentarios, en fin, de vida revoloteando.
Si hubiera algún halo de silencio en don Felo, estaría lleno de palabras aún no dichas, como bien lo expresó la reconocida pensadora y escritora belga Marguerite Yourcenar: “Le silence est fait de paroles que l’on n’a pas dites” (El silencio está hecho de palabras que no hemos dicho).
Y como no padezco yo de esos silencios, quisiera expresarle aquí y ahora mis muestras de admiración genuina a un hombre que ha sabido llevar sus tantos logros y reconocimientos con la humildad de un cuello chino y, sobre todo, de mi incondicional afectividad.
La autora es literata francesa.