Esperaba ansiosa las declaraciones del papa Francisco sobre las acciones del gobierno de la pareja Ortega Murillo, que acusa a obispos y sacerdotes de ejercer actos de terrorismo y la emprendió contra la Iglesia católica de Nicaragua.
La esperada homilía en los balcones de la plaza de San Pedro me decepcionó y defraudó a la mayoría, en especial a los nicaragüenses presentes, que, con sus banderas blanquiazules en alto esperaban un discurso más firme.
El Pontífice limitó su mensaje a expresar su preocupación y dolor por la situación que las personas e instituciones de la Iglesia católica sufren en Nicaragua, a la vez que alentó la posibilidad de un “diálogo abierto y sincero” como base para una convivencia responsable y pacífica.
Veintiséis expresidentes que integran la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA), tres de ellos costarricenses, decidieron enviarle una carta, en la cual lo exhortaron a ejercer una firme postura y dar una respuesta comprometida sobre este conflicto, con un llamamiento al cese de la persecución religiosa.
Cuando el Pontífice se refirió al conflicto en Ucrania, usó un lenguaje más explícito y no se limitó a lo eclesiástico. Sin mencionar a Vladímir Putin, denunció la ferocidad de los ataques y el heroísmo del pueblo ucraniano.
El pueblo de Nicaragua no enfrenta, como el de Ucrania, continuos bombardeos, misiles, bombas o minas subterráneas. Enfrenta a un régimen que, a lo largo de cinco mandatos, ha avasallado los derechos humanos, anulado la libertad de expresión, los medios de comunicación, el periodismo y los partidos políticos.
Hoy mismo hay presos políticos en huelga de hambre para que les permitan la visita de familiares. Finalmente, expulsaron al nuncio apostólico, exterminaron asociaciones e instituciones relacionadas con programas sociales de la Iglesia católica y, mediante asaltos policiales a las 3 de la mañana y secuestros, quieren impedir a los feligreses profesar su culto, acordonando los templos.
Expresar ideas en contra de las acciones del gobierno pueden conducir al exilio o a la cárcel. Monseñor Silvio José Báez, en exilio forzado en Miami dijo: “No pierdan la paz, no se acobarden, la paz no es la paz de las tumbas, no es silenciar a los medios (cinco emisoras de radio y televisoras católicas)”.
Mientras tanto, el obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, en “resguardo domiciliario” invita a no callar y frenar la injusticia. Con su iglesia cercada, continúa orando y practica el ayuno, que, según explica, no es una huelga de hambre, sino un acto de fe, y apela a la solidaridad, la armonía, la fraternidad y el diálogo, expresiones que no coinciden con las acusaciones de terrorista que enfrenta.
Existe una frase que ha perdurado en la conciencia colectiva del pueblo de Nicaragua, “me duele respirar”. Fueron las últimas palabras de Álvaro Conrado, de 16 años, adolescente que estudiaba en un colegio jesuita. Falleció de un balazo en el cuello durante las protestas de universitarios en el 2018. Su crimen consistió en proveer de agua a los manifestantes.
La autora es nutricionista.