Hablar de religión en el mundo actual impone la necesidad de ofrecer alguna pista de orientación fenomenológica, si bien la cuestión es sumamente compleja por ser constantemente cambiante.
En términos generales, podríamos proponer alguna tipología (que no quiere ser estrictamente descriptiva, sino orientativa en la comprensión de lo que ocurre en la vivencia religiosa en general) que direccione mínimamente el discurso.
Existen diversas tendencias de religiosidad que se podrían enlistar, sin el ánimo de ser exhaustivos, de la siguiente manera: doctrinal, ritual, emotiva, simbólica, mediática y virtual. Esta clasificación no diferencia los credos, ni pretende ser un juicio valorativo, sino solo una guía que permita comprender su heterogeneidad.
Doctrinal. Es aquella que defiende la pureza de las creencias en el discurso. Se rige bajo el principio de que la lógica derivada de una doctrina es el meollo de la experiencia religiosa, lo que conlleva necesariamente a establecer una ética claramente definida y determinante.
Por eso, no es de extrañar que quienes defienden esta manera de comprender la religiosidad, la vinculen también con determinadas posiciones ideológicas políticas.
La doctrina religiosa, por tanto, es orientadora de la ideología social y de cualquier forma del pensar. Esta religiosidad, en algunos casos, no admite críticas axiológicas externas.
Ritual. Esta, en cambio, privilegia la celebración del culto y su parafernalia. Para los que entienden de esta manera la vivencia religiosa, lo importante es cumplir con aquellas prácticas que garantizan un acercamiento con lo sagrado.
La religiosidad emotiva, en cambio, pretende que la experiencia religiosa impacte siempre los afectos de las personas. No importa que se trate de un acto de culto o de una conferencia, de una devoción, de un rito o de una conversación con otra persona: el objetivo es alcanzar un cierto estado emocional.
Simbólica. Es más abstracta, en cuanto que depende de objetos resignificados, de ambientes modificados, de discursos acerca de realidades no verificables y de una estética envolvente que se identifica con lo sagrado.
Este tipo de práctica orienta lo religioso hacia la contemplación estética prevalentemente.
Mediática. Tiene que ver con la transmisión de contenidos religiosos a través de las redes sociales. Se diferencia de las otras religiosidades en que se vive solo en la interconexión mediática: no necesita de instituciones o de estructuras de culto, basta con la transmisión de experiencias, doctrinas, imágenes o prácticas rituales que no exijan una sumisión obligatoria a una autoridad determinada. Ellas se entienden a sí mismas como soluciones eficaces al anhelo espiritual, así pueden ser vividas individualmente y de manera anárquica.
Virtual. Es aquella que se crea ad hoc, en función de los símbolos y narraciones creados por los mundos ficcionales de libros o películas. Se trata de toda esa amplia gama de creaciones religiosas nuevas que tienen diferentes motivaciones y variados referentes discursivos.
Este fenómeno es una verdadera religiosidad porque exige la adhesión voluntaria a ideologías o prácticas que la persona considera esenciales para ella. No es importante que sus doctrinas sean coherentes, ni siquiera mantienen la pretensión que ellas sean reconocidas como verdad por otros. Basta con que existan algunas adhesiones a alguno de sus principios para entrar en su grupo de influencia. Su núcleo estructural es la identificación personal con sus símbolos, no el compartir sus discursos totalmente.
Diferencias. Estos tipos de religiosidad pueden concretarse en la vida diaria de las personas de tres modos diferentes: de manera integrista, cuando la experiencia religiosa se define como “pura” por la adhesión explícita a uno de estos tipos de religiosidad; de forma asimiladora, cuando se viven diferentes tipos de religiosidad como complementarios, sin que exista una preocupación crítica para diferenciarlos; y como satisfacción de un anhelo personal, cuando se pretende conseguir un determinado estado (emocional, psicológico o espiritual) con la práctica de uno o varios tipos de religiosidad.
Los individuos tienen necesidades diversas y, por ello, la amalgama entre tipos de religiosidad y modos de vivirla produce intrincados sistemas religiosos, que pueden estar o no relacionados entre sí, reconocerse o desconocerse como parte de una institución, y aceptarse o excluirse entre sí.
Lo que define la vinculación a un determinado sistema depende de la manera como la experiencia religiosa sea entendida, querida o proyectada en el interior de las personas. Con esta afirmación queremos indicar varias cosas. Primero, en el mundo contemporáneo los discursos religiosos sistemáticos y racionales parecen perder significado; mientras que las prácticas de un determinado tipo de religiosidad se valorizan más, sea como un recurso de validación de otra actividad discursiva (especialmente en el ámbito de la ideología política) o como un manera de adquirir ciertos bienes sentidos como necesarios. Segundo, la tipología propuesta de la religiosidad no pretende definir la verdad o falsedad del fenómeno, sino solo caracterizar las diferentes maneras en las que la práctica religiosa puede ser entendida en el entretejido social actual.
Una religiosidad no necesariamente excluye a las otras, lo más habitual es que se interrelacionen acríticamente.
Tercero, la relación entre tipos de religiosidad y modos de vida, muestra la gran diversidad y complejidad de la significación religiosa actual, que da origen a una multiplicidad de sistemas: no es posible focalizar el problema religioso solo mediante la pureza doctrinal o mediante la adhesión a una institución o a una práctica.
Otras motivaciones. Las personas de hoy se mueven religiosamente a partir de otras motivaciones que se interrelacionan: la práctica religiosa heredada, las necesidades afectivas, el grado de suposición de lo que es opinable o no en lo religioso, las circunstancias existenciales, la manera en la que se entiende la historia, la mayor o menor información asimilada respecto a una determinada religión, la adhesión a valores transmitidos por los medios y, sobre todo, el resultado sentido de la práctica religiosa en relación al bienestar personal.
Esta última afirmación expresa el perno del engranaje religioso contemporáneo y, por ello, define el origen de la caracterización variopinta de la práctica religiosa actual.
Tantas posibilidades de vivencia religiosa nacen del impacto que una determinada experiencia ideal o práctica (o bien, su combinación) ha tenido en la experiencia subjetiva. Cómo se articulan las religiosidades y los modos de vivirlas, depende de ese impacto y de cómo los individuos les dan sentido y las comunican a otros.
Esta es una tendencia actual, fenomenológicamente hablando. ¿Es posible un juicio de valor acerca de ella? Esta es una pregunta muy difícil de responder, porque, en primer lugar, deberíamos definirnos desde cuál perspectiva queremos hacerlo.
El mayor problema consiste en que la mayoría de las personas religiosas no son conscientes de estos mecanismos. Un creyente responsable buscaría preguntarse por qué determinadas formas de entender lo religioso son mejores que otras. Pero, lamentablemente, en un mundo donde todo es opinable, el deseo y su satisfacción tienen una ventaja impresionante.
Con todo, quienes quieren entender la historia, plantearse problemas serios religiosos y oír el mundo en cual nos movemos, con la total apertura de la mente y con la humildad necesaria para reconocer los propios afectos o condicionamientos en su comprensión religiosa, pueden ofrecer a nuestra sociedad un auténtico respiro espiritual. Lo demás, no será más que paja que arrebata el viento.
El autor es franciscano conventual.