Cada vez más, la información técnica, especialmente en el campo de la salud, es de manejo popular, y esta circunstancia ha empoderado a las personas en la apropiación y uso, no siempre adecuado, de dicha información. De esta manera, los aspectos técnicos de diagnóstico, tratamiento y pronóstico de la mayoría de las enfermedades es de manejo público y basta con digitar al menos parte del nombre de una enfermedad para que un navegador nos brinde cientos de miles de páginas acerca de ella.
Aunque se busca alertar al público acerca de aquellas condiciones de salud, enfermedades, epidemias y estilos de vida poco saludables a los cuales hay que prestarles atención, debemos observar los alcances de estas estrategias con cuidado. Por estos medios, todos sabemos que debemos lavarnos las manos cantando Cumpleaños feliz , que el virus del papiloma humano es el principal causante del cáncer de cérvix, que las comidas rápidas predisponen la aparición de cientos de condiciones adversas de salud en edad madura y que el fumar mata, entre muchas otras.
Diagnósticos erróneos. Esta metodología ha salvado muchas vidas, pero a su vez ha permitido el desarrollo de una supuesta sabiduría popular que en algunos casos, como el de la depresión, podrían estar complicando aún más el panorama de los que realmente la padecen. Hoy por hoy, la depresión es una condición tan estandarizada y común, que todos parecemos haberla sufrido en algún momento, creemos poder diagnosticarla “a ojo” y de tratarla sin gestión profesional, dando consejo, prescribiendo ejercicios terapéuticos y recetando los fármacos para su recuperación.
Una golondrina no hace verano. Aunque sabemos que la depresión por lo general se asocia con un estado anímico decaído en el que las personas pierden sus intereses, lloran con facilidad y no desean realizar ninguna actividad, no se toma en cuenta que una sola de estas condiciones no es suficiente para diagnosticar una verdadera depresión. Pocos saben que la depresión infantil es mucho más frecuente identificarla mediante la irritabilidad del niño que mediante la tristeza y que se parece más al famoso trastorno por déficit atencional que a la depresión adulta. Tampoco es un conocimiento popular que, aunque la frecuencia de la depresión postparto ha crecido importantemente en las últimas décadas, no todas las madres la sufren ni la deben de sufrir.
La tristeza por sí sola no es depresión, y difícilmente una persona se deprimirá por eventos normales de la vida diaria, como perder un examen, sufrir un desperfecto en el atuendo o extraviar un aparato celular. Cualquiera de las anteriores puede incomodarnos, fastidiarnos o causarnos dolor, pero no cumplen como motivos suficientes para desarrollar una depresión, clínicamente hablando. Contratiempos menores no deberían inducir a una depresión, a menos de que se trate de un sujeto con un estado de salud mental bastante débil y un pequeño contratiempo dispare un deterioro importante en la autoestima, el proyecto de vida o en las oportunidades de la persona. Si observamos que una depresión ayuda al que la sufre a obtener favores, a lograr días de incapacidad, a amarrar a una pareja en una relación no deseada, a que no se moleste, importune, confronte, cuestione o responsabilice por sus actos, estamos viendo efectos incompatibles con un cuadro de verdadera depresión. Las personas que han sufrido depresión saben que no poder levantarse de sus camas no es placentero, que un viaje, fiesta, reunión o playa puede ser más doloroso que quedarse atrapado en sus habitaciones, que los intentos de los demás por conversar, apoyar, brindar cariño son incómodos cuando menos y que se evitan por todos los medios, siendo que el mismo descanso es angustiante y doloroso. Por estos motivos, debemos dudar de las “depresiones” que se curan milagrosamente ante ventajas y favores como los descritos, de aquellas que surgen cuando hay que enfrentar alguna dificultad y de aquellas que parecen fungir de terapeutas de pareja, evitando que la otra persona abandone la relación.
La depresión real es una condición seria en la que se afecta la forma de ver el propio pasado, el futuro y a uno mismo, y que no reporta ganancias reales a una persona que la sufre. Es factible decir que nadie que haya realmente padecido y superado un cuadro de esta naturaleza pensaría tan siquiera por un instante en volver a ella. La amenaza de deprimirse si no se materializan mis deseos es equivalente a que un sobreviviente de cáncer amenace con fumar para volver a padecer dicha enfermedad si no se cumplen sus demandas. Este proceder es falso y es una manipulación. En la depresión real puede haber comportamientos inexplicables, molestos, ofensivos y destructivos de sí mismo y de los allegados del paciente, pero estos no reportan ventajas ni mejoras inmediatas al que verdaderamente está deprimido.