Participé, meses atrás, en una mesa de discusión política sobre género. Fue un espacio muy productivo, diverso y enriquecedor. Sin embargo, me llamó la atención la ausencia de asuntos vitales, como la maternidad y la lactancia, en la lucha por la igualdad.
He notado en los espacios políticos feministas que cuando hablamos de derechos sexuales y reproductivos se aborda el aborto, los anticonceptivos y la educación sexual, luchas que comparto, pero se ignora la maternidad o apenas se toca. También se habla poco de las mujeres que conscientemente tomamos la decisión de ser madres.
Durante la reunión mencionada, alguien se refirió a la violencia obstétrica y dijo, en tono de lástima e indignación, sobre el dar de mamar: “Después de que la mujer es sometida a un parto traumático y doloroso, sobreviviendo a desgarros y costuras, es presionada a amamantar, y sufre el destrozo de sus pezones y tiene, además, la obligación de cuidar al bebé sin la posibilidad de descansar”.
Es cierto. Ser mamá duele mucho, y amamantar, después de un parto violento, es muy difícil.
El problema no es la lactancia materna en sí misma, sino convertirse en madre dentro de esta sociedad violenta, patriarcal y mercantilista, que ha convertido la maternidad en otro mecanismo más para controlar a las mujeres y someterlas a servir los intereses del sistema.
Proteger la vida. Se nos ha educado para obedecer, pero no para ser críticas; se nos ha negado el conocimiento de nuestros propios cuerpos y de nuestra sexualidad. Contamos con pocas herramientas para gestionar nuestra reproducción, tanto así, que cuando estamos embarazadas somos tratadas como enfermas y se nos hace subestimar el gran poder y responsabilidad de la gestación de un nuevo ser humano.
La lucha por un embarazo libre e informado, un parto humanizado y la normalidad de la lactancia materna es la misma. Es el esfuerzo, la visión y la necesidad de proteger la vida, el amor y la paz, desde lo más vulnerable, desde el inicio.
La maternidad y la paternidad deben visibilizarse y priorizarse. Al ser padres y madres conscientes, que se toman el tiempo y el espacio para cuidar, criar y educar, revolucionamos un sistema construido para la producción, la indiferencia, el gasto. Donde todo es mercancía, todo se vende, se compra y se consume, siendo lo que tenemos o producimos diseñado para que circule el dinero, pero alejándonos de la esencia.
Más sensibilidad. Es aquí donde se hace necesario un feminismo más humano y más integral, que deje de ver a las mujeres solo en función de su capacidad productiva y se involucre, también, en todos los aspectos que la conforman. Que siga repudiando la maternidad como la “sagrada institución”, como mecanismo de control, como mandato, pero que defienda la maternidad libre y consciente, la que es vivida como una experiencia que trasciende.
Es necesario hacer política feminista en función de las necesidades de las mujeres y sus familias, hacer sociedades más humanas, centradas en las personas, en su calidad de vida, buscando verdadera justicia y equidad, en lugar de buscar adaptar a las mujeres al mundo actual, al mundo machista, capitalista y egoísta.
La lactancia materna puede ser sinónimo de esclavitud, pero también puede ser vivida en libertad, placer y disfrute; al defenderla, haremos cambios sociales beneficiosos para todas las mujeres, las familias y la sociedad transformando los modelos de crianza y, con ellos, el mundo.
Amamantar nos permite aprender, investigar y tomar el control del propio cuerpo. Entendernos como un todo donde la mente, las emociones y el cuerpo están conectados. Nos hace tomar una pausa para salir del mundo y encontrar en nuestros hijos a nosotras mismas. Esa es mi experiencia. Si no fuera así, no nos chorrearía la leche cuando sentimos amor.
La autora es activista.