En México, Eunice Odio (Eu, como la llamaba Elena Garro) suele ser recordada más como un personaje de la bohemia cultural y política de los años sesenta e inicios de los setenta, y no tanto como poeta, en gran parte porque su trabajo literario fluyó poco, apenas en algunas revistas de circulación limitada, o en uno que otro recital.
Recuérdese que sus libros de poesía fueron publicados en Guatemala, El Salvador y Argentina, no en México, y que ayer, como hoy, los libros casi no circulaban entre los propios países latinoamericanos, siendo más de lectura local.
Los dos libros de Eunice en México, casi folletos, fueron de prosa: una narración breve y un ensayo de polémica contra Salvador Elizondo a propósito de las posibilidades poéticas y filosóficas del castellano.
Sus ensayos de crítica literaria y plástica en revistas fueron algo más conocidos, y los de crítica política anticomunista le dieron mala fama en un medio dominado en ese tiempo por una visión de izquierda.
A más de cuarenta años de su muerte, en México no hay una antología de su obra poética, por lo que su nombre sigue brumoso. Hay sus excepciones, por supuesto, como el número que la revista poética Alforja le dedicara hace unos años, pero es eso, una excepción.
En todo caso, cuando se habla de ella, no se le considera mexicana (aunque se hubiera nacionalizado como tal), sino costarricense, lo que no ocurre con otros artistas como Francisco Zúñiga y Chavela Vargas, que sí son aceptados como mexicanos.
Reconocimiento tardío. Esto me lleva a relativizar una opinión que he oído muchas veces: que Eunice se fue de Costa Rica, igual que Yolanda Oreamuno (Y.O., como a veces firmaba), porque no reconocían su talento, como sí habría ocurrido en Guatemala y en México.
En el primer país, sí, de acuerdo; en el segundo, no tanto. En el caso de Oreamuno, casi nadie la conoce en México, ni cuando estuvo viva ni ahora ya muerta. Con excepción de uno, todos sus cuentos y ensayos se publicaron en Costa Rica, aún cuando ella no vivía en el país.
Por su parte, la obra cumbre de Eunice, El tránsito de fuego, fue publicada en El Salvador, a pesar de no haber ganado el premio de poesía en el que participó.
Si hoy sus nombres sobreviven en el mapa literario, es porque, tras ser premiadas en Guatemala y morir en México, en su país natal se reconoció su valor, aunque fuera tardíamente, hasta llegar a convertirse en las figuras canónicas de hoy.
Aceptación local. Considérese que el mismo año en que murió Eunice, 1974, se publicó en Costa Rica por Educa una antología de su obra preparada por ella misma, con lo que se puso su poesía al alcance nacional, y de ahí en adelante la recepción creció, hasta la publicación de sus Obras completas en tres tomos en 1996, con varios libros de crítica en el trayecto.
Igual con Yolanda: murió en 1956 y ya en 1961 la Editorial Costa Rica publicaba A lo largo del corto camino, y luego siguió un proceso creciente de publicación y de aceptación local, aunque en su caso todavía faltan sus obras completas.
Por lo tanto creo que el lugar que Eunice y Yolanda tienen hoy en la literatura se debe, sobre todo, al trabajo realizado en Costa Rica por amigos, críticos y lectores, y no a una supuesta aceptación en el extranjero, que ha sido más bien reducida.
La excepción es la antología de Eunice que hizo el venezolano Juan Liscano. Los estudios sobre Eunice y Yolanda realizados por las costarricenses residentes en el extranjero, Rima de Vallbona y Victoria Urbano, han circulado, sobre todo, en Costa Rica.
En los últimos años esto va cambiando, y comienza a haber más lectores foráneos, sobre todo de Eunice, que ha sido traducida al inglés y al italiano.
Por otra parte, el ambiente misógino y socialmente conservador del que ambas se quejaban en Costa Rica no era mejor en Guatemala o México.
En este último país lo que variaba era la mayor escala urbana y demográfica, en el caso de la capital, que permitía un ambiente bohemio amplio en que la labor artística femenina era algo más fácil, aunque no tanto, como lo prueban los testimonios de escritoras de la época como Rosario Castellanos o Elena Garro, o el propio fracaso de Eunice y de Yolanda en publicar en México sus libros de poesía y novela respectivamente.
Rectificación. Así que dejemos de fantasear, de hablar mal así no más de la Costa Rica de los treinta y los cuarenta del siglo XX, sin considerar que las tan (justamente) criticadas plagas de misoginia y conservadurismo social y religioso eran (y en buena medida siguen siendo) patrones generalizados en América Latina, y no algo exclusivo del país.
Lo anterior fue para apuntalar leyendas martirológicas, en parte promovidas por las propias autoras como estrategias de autojustificación (“les dejo mi leyenda para que se distraigan” escribió Yolanda a Joaquín García Monge).
Reconozcamos, más bien, que la sobrevivencia de ambas escritoras en la memoria colectiva se ha debido (además de su valía literaria intrínseca) especialmente al aprecio y a la labor de los lectores costarricenses, quienes supieron rectificar su percepción inicial de indiferencia, más que de rechazo, valorarlas positivamente y trabajar en su divulgación, desde los 60 y 70 hasta la fecha.
El autor es escritor.