Esta semana una nobel me mandó al carajo y yo casi cancelo la entrevista con ella. Otro me sugirió casarme y tener hijos “porque mi genética y cerebro eran buenos” (no quiero saber cómo lo ponderó a simple vista); otro me mandó a lavarme las manos maniáticamente; y, otro, a tocar piano y cantar “porque la vida sin hobbies no vale la pena”.
Días de ideas –algunas inteligibles– y de reflexiones personales. Esta fue una semana atípica para mí para entender la humanidad detrás de los protagonistas de muchos de los mayores hallazgos de la historia en el encuentro de nobeles en Lindau, Alemania.
Confieso que me decepcionaron algunos de los que tenía previsto entrevistar, por su trato o evidente desactualización en su disciplina y, en cambio, terminé interactuando de manera mucho más informal con quienes abordé espontáneamente en los pasillos y se portaron como verdaderos caballeros y damas. Hasta fui invitada a tomar café con uno de ellos.
Esta semana los vi hacerse selfis, quitarse los zapatos, rascarse la cabeza y también la nariz. Los vi burlarse de sí mismos, equivocarse en el escenario y pelearse con las presentaciones que se no desplegaban como ellos querían.
También les vi temblar las manos (por enfermedades neurodegenerativas) y los esfuerzos que debieron hacer para escuchar o caminar y hasta fantasear con retirarse o cambiar de profesión.
Los vi curiosos por otros temas y, también, suspirar tras conversaciones con jóvenes de otros países.
Buen trato. Varios me reconocieron estar a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y que están cansados y hartos de ser objeto de entrevistas y preguntas desde todos los flancos y todo el tiempo. Eso sí, siempre me contestaron, a mí y a todo el mundo. Supongo que tener un micrófono en la mano es demasiado tentador como para callarse.
Me hablaron de sus estereotipos y, tras preguntarles de América Latina, también me dieron sus opiniones sobre el matrimonio gay, aunque todos se apuraron a aclarar que ellos no lo son. Curioso, 814 personas han ganado alguna vez un Premio Nobel desde que fueron creados en el 1901. ¿Alguno se ha manifestado gay? No lo recuerdo.
Ninguno habló de las mujeres en la ciencia, ni siquiera a pesar de los recientes comentarios desafortunados que sobre las mujeres hizo el también Nobel de Química Tim Hunt, que dieron al traste con su trabajo y originaron la campaña en #distractinlysexy en las redes sociales.
“No me pregunte cómo es ser una mujer en la ciencia porque nunca he sido hombre, y entonces no sé. Estoy harta de hablar de esas cosas”, dijo la Nobel de Química israelí Ada Yonath al preguntarle.
Para mí sí que es un tema, y aunque pude ver la ironía en su respuesta y comprender su hastío, me dejó pensando en que las mujeres –no solo en la ciencia– a veces jugamos de “rudas” para que no nos den por menos. Triste. Un mundo muy diferente sería si nos apoyáramos más entre nosotras, en lugar de cultivar siempre el estar un poco a la defensiva.
Quizás lo que más me complació esta semana –por supuesto que como periodista de ciencia– es que todos los nobeles coinciden públicamente en que compartir lo que se hace es necesario, inevitable y, más aún, mandatorio. Confiensan que, más que echarnos la culpa siempre a los comunicadores de lo que “no entendimos” o “sacamos de contexto”, es hora de que ellos mismos se tomen con responsabilidad la urgencia de aprender a comunicarse y de que lo hagan espectacularmente.
No hay excusas para que se quejen de los medios, cualesquiera que fuesen. Es hora de que amplíen sus perfiles. “Sea usted mismo un comunicador de la ciencia. Hable a todo el mundo en todo lugar sobre la importancia de la información basada en evidencia. Acepte la oportunidad de interactuar con niños de escuelas, por ejemplo, y dígales cuánto se divierte usted con lo que hace. Además, postee videos intrigantes en Youtube y use las redes sociales para comunicar lo que está haciendo”, concluyó el Nobel de Medicina Peter Doherty, quien ha publicado muchísimos libros sobre divulgación de ciencia, incluido uno que presentó en el 2005, intitulado Guía para principiantes para ganarse un premio Nobel.
Alejandra Vargas Morera es editora de ciencia, salud y arte en el periódico La Nación.
Alejandra Vargas Morera es editora de ciencia, salud y arte en el periódico La Nación.