Milton Friedman fue un defensor del libre mercado. Como empresaria también creo, como él, que una mayor libertad para producir crea más espacio para la innovación y que, a su vez, la innovación impulsa los negocios. Sin embargo, no puedo concebir ni aceptar que quienes lideran las empresas y las organizaciones solo se enfoquen en producir para ganar dinero, sin hacerse responsables de los impactos que generan sus negocios y las consecuencias que, en algunos casos, pueden tener en detrimento de las personas o la vida en el planeta.
Ahí Friedman se quedó corto en su planteamiento y nada de pecaminoso hay en señalar esa limitación. A la fecha ningún pensador, aún los más grandes, ha logrado elaborar un sistema de pensamiento exento de problemas, algunos derivados de sus circunstancias históricas o de las premisas y razonamiento de las que partieron.
En este reconocimiento no estoy sola. Cada vez hay más líderes de negocios a nivel global que piensan como yo, que las empresas deben hacerse responsables de la huella ambiental, social y de sus negocios. Aceptar esa responsabilidad es reconocer la naturaleza interdependiente de la vida y de los negocios, así como el rol fundamental que juega la empresa en la creación de valor, tanto para los clientes como para los empleados, proveedores, inversionistas y, en general, la comunidad en donde opera. A eso se refiere Rajendra Sisodia, académico de Babson College (EE. UU.) y uno de los forjadores del movimiento del capitalismo consciente, cuando afirma que, en el caso de las empresas, debe haber un propósito superior que debe servir más allá de hacer dinero.
Ciertamente, las ganancias son necesarias para que un negocio sobreviva y se desarrolle, pero las compañías también deben trabajar a favor del desarrollo de una sociedad o un conjunto de ellas. Las y los líderes empresariales están al servicio de su equipo para que ese equipo cumpla con ese propósito superior. Debemos recordar que el trabajo no se hace solo, se hace mediante la colaboración y la integración de muchas partes y socios. Recordemos además que es difícil que una empresa sea exitosa en una sociedad fracasada o un estado fallido.
Desde esta perspectiva, es una salida fácil y equivocada afirmar que a una empresa solo le concierne el estado de resultados y vender buenos productos y servicios; que la prosperidad es un resultado mágico del mercado o, incluso, un asunto o externalidad que atañe a los políticos. Las empresas y las personas con liderazgo empresarial tienen también aquí una gran cuota de responsabilidad.
La idea es volver a la esencia de los negocios como un medio para mejorar la vida de las personas y generar valor a todos los grupos de interés, intentando despertar la consciencia de altos ejecutivos y en general, de todos los colaboradores y consumidores. Este ciclo virtuoso genera empresas socialmente conscientes. Se produce riqueza con orientación social, desde y hacia la gente, con respeto al ambiente, a la colectividad y a las reglas sociales. Esto es lo que se denomina “capitalismo consciente”.
Nada tiene que ver esta forma de pensar, que impulsa una renovación en la manera de conducir los negocios y la relación entre ellos y la sociedad, con asumir que el capitalismo está inevitablemente asociado con la corrupción, la inseguridad, la pobreza, la contaminación, entre otros males. Estos son problemas estructurales que poseen orígenes históricos multicausales, en los cuales pocos pueden reclamar estar exentos de responsabilidad. Enfrentarlos requerirá de una ardua colaboración entre las empresas responsables, los gobiernos y las ciudadanías.
Entorno actual
En el entorno de la tercera década del siglo XXI, con la crisis del cambio climático, con una guerra que genera muerte y destrucción y que afecta los precios de los bienes, además con enormes vulnerabilidades políticas y sociales en todo el orbe, necesitamos que los líderes empresariales usen su relevante influencia para generar oportunidades e impulsar el crecimiento inclusivo. Nadie, nadie, debe quedar atrás. Por eso el enfoque puramente económico del capitalismo clásico es insuficiente, pues las empresas deben participar activamente de la construcción de mejores sociedades.
En los países en desarrollo, las empresas son responsables del 84% del producto interno bruto (PIB) y del 90% de las oportunidades laborales en el mercado formal. Entonces, es altamente positivo que los estados faciliten a las empresas un entorno saludable para operar con libertad, pero también es requerido que estas y sus líderes tengan conciencia de que no es solo responsabilidad del Estado el cumplimiento de la promesa de un desarrollo económico socialmente inclusivo y sostenible a nivel global.
En las empresas estamos acostumbrados a los indicadores. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), establecidos en 2015 con la guía de Naciones Unidas, buscan hacer un llamado universal para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas de todas las personas. Son conocidos también como objetivos globales y deben ser un mandato impulsado al más alto nivel para toda la organización. En ese sentido, los ODS no son solo responsabilidad de los Estados, sino de las sociedades y las empresas, somos un actor social de capital importancia. Si le dejamos la tarea a los Estados, y en nuestro caso, al gobierno de turno en Costa Rica, se incumplirá la aspiración de poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que para el 2030 todas las personas disfruten de paz y prosperidad.
Innovación y pobreza
¿Es posible acabar con la pobreza? Sí, pero con innovación, la misma innovación que produce riqueza, pero puesta al servicio no solo del dinero como fin, sino del dinero como medio, para descubrir nuevas maneras de impactar de manera positiva en el plano social y, en el ambiental, de manera neutra o regenerativa. Esto es posible lograrlo en diversas áreas, algunas de ellas como la de energías renovables, la construcción sostenible, la alimentación y la movilidad.
El círculo virtuoso, que es real y existe en distintas empresas en el mundo, mejora la competitividad y abre nuevas oportunidades de negocio. Una actividad bancaria y financiera que ponga los ojos en estas empresas va a multiplicar estos beneficios.
El propósito de la Alianza Empresarial para el Desarrollo (AED), la cual honradamente presido, es contribuir con una sociedad próspera, inclusiva, digna y en armonía con el ambiente, a través de un sector empresarial consciente, articulado y comprometido.
Nuestra alianza con el Pacto Global de Naciones Unidas y la vinculación con United Way, con el World Business Council for Sustainable Development, en alianza con la Integración Centroamericana por la RSE (Integrarse), trabajamos fuerte para cumplir ese propósito.
Como empresarios y empresarias trabajemos para que nuestros descendientes y las generaciones futuras vivan en esa sociedad a la que todas las personas aspiramos.
La autora es presidenta de la Alianza Empresarial para el Desarrollo (AED).