Tal vez ya pasaron los 100 años de haber sido sembrados por algún visionario que en aquella Costa Rica sabía mucho de botánica. Es posible, también, que con gran conocimiento, este mismo ser humano sí imaginara que una gran cantidad de generaciones iban a aprovechar y admirar la altitud, los fascinantes troncos y las amigables sombras de sus ramajes.
Hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, choznos (hijo del tataranieto) y hasta bichoznos (hijo o hija de su cuadrinieto o de su cuadrinieta) han sentido un fuerte imán desde que los han empezado a observar a la distancia, y luego, estando cerca, sentir el paisaje y la frescura que dan las sombras.
Me refiero a los dieciséis arboles cuyo nombre científico es Melaleuca quinquenervia, que a lo largo de muchísimas décadas han formado parte del paisaje del barrio Aranjuez, en San José.
Tal vez por su nombre muchos lectores no los reconozcan. Me refiero a esos robustos y espléndidos ejemplares que algunos transeúntes les llaman “arboles de corcho” o alcornoques.
Origen perdido en el tiempo
Debo decir que en los libros de botánica consultados se explica que el nombre popular de estos ejemplares es árbol de corcho falso. O sea, que no es el que clásicamente se utiliza para la elaboración de los tapones que se colocan en las botellas de vino, o se usaban, porque ahora es una especie protegida.
Lamentablemente, sobre estos magnos ejemplares, ubicados en barrio Aranjuez, no existe información alguna sobre la fecha aproximada en que pudieron haber sido plantados.
Aunque alguien muy longevo me comentó que pudo haber sido a finales de la década de los veinte del siglo pasado. Tal vez en la época de don Cleto González Víquez o de don Ricardo Jiménez, por ahí. Tampoco consta el nombre de su “progenitor” o sembrador.
La información que se tiene apenas da para quizá conocer que se trata de dieciséis árboles que se encuentran dos en calle 13, avenida 9. Otros dos, en calle 15A avenida 11, y otros doce hermosos en calle 21 avenida 11 (cerca de donde estuvieron la carnicería de Narciso Solís y El Puerto Arturo, dirían mis abuelos).
Aunque tampoco existe idea de la procedencia directa de estos ejemplares (posiblemente fueron traídos de los Estados Unidos), sí se puede afirmar que esta especie es originaria de Oceanía, propiamente de Nueva Caledonia, Papúa Nueva Guinea, las islas Salomón y de la costa este de Australia, y que, por lo visto, “estos visitantes” se adaptaron muy bien a nuestro espléndido clima.
Algunos expertos afirman que estos árboles podrían tener una vida máxima de 140 años.
Historia viva
Su nombre se refiere, en parte a sus hojas: quinque, que en latín significa cinco, y nervia, de nervus, que se refiere a la nervadura de sus hojas. Sus hojas tienen cinco nervaduras. El concepto melaleuca, al parecer, viene del antiguo griego melas, que significa negro u oscuro, y leukos que se traduce blanco.
Es importante reconocer que las especies de Melaleucas también se encuentran en los alrededores del parque Morazán y del Parque España, y posiblemente en otros sitios del país.
La longevidad de tan bellos monumentos naturales los hizo testigos permanentes de las humildes carretas y lujosas volantas que pasaban de aquel San José hacia Guadalupe, de las sanas reuniones que jóvenes, amigos, vecinos y amas de casa tenían para contarse sus “cosas” cerca de los corchosos y esponjosos troncos, todos acompañados, por algunos momentos, de aquellos silbatos del tren escuchados a los lejos en ese entonces.
A estos “amigos” ahora les toca acompañarnos en un San José moderno, saturado de automóviles, contaminado por los gases de las muflas, escuchando el sonido de las ambulancias que diariamente llegan al hospital Calderón Guardia, de las conversaciones de los jóvenes universitarios que día a día pasan cerca de ellos, sin imaginar el tesoro natural e histórico que guardan en sus cortezas y ramificaciones.
El autor es periodista y abogado.