L os deseos del mundo (2006, 2015) es el título de la tercera novela de Dorelia Barahona, publicada después de De qué manera te olvido (1989) y de Retrato de mujer en terraza (1995), y antes de La ruta de las esferas (2007) y Ver Barcelona (2012).
Es decir, es la novela que está en el centro de una interesante trayectoria narrativa caracterizada por la construcción cuidadosa de personajes (sobre todo los femeninos), con tramas que involucran una geografía internacional (que suele incluir a Costa Rica, México, el Caribe y España, lugares todos cercanos biográficamente a la autora). Aunque este elemento no impide que al mismo tiempo sea una literatura arraigada en lo costarricense (con “un profundo sentido de pertenencia”, como se dice al inicio de la novela).
No hay un cultivo nacionalista de la identidad, sino, más bien, un tratamiento de ella cruzado por cierto cosmopolitismo, sin hacer de este un valor esnobista.
Este es un rasgo que la autora comparte con otros miembros de su generación literaria en Costa Rica, la que comenzó a publicar en la década de los ochenta.
Este moverse entre lo local y lo extranjero sin conflictos de pertenencia lo vemos también en otros autores como Anacristina Rossi, Carlos Cortés o Uriel Quesada.
La novela de Dorelia que lleva más a fondo la exploración de la raíz identitaria es La ruta de las esferas, que alude en su título a un nuevo símbolo nacional –las esferas de piedra precolombinas– entretejido en el imaginario colectivo actual.
Puede abordar problemas sociales muy concretos, como el tráfico de drogas y de personas, pero esto aparece, siempre, matizado por un cierto lirismo psicológico y por una oralidad vuelta literatura, sometida a la alquimia de la letra.
Oralidad. Los deseos del mundo se concentra más en lo erótico y en la conformación de una sólida estructura narrativa, constituida como una suerte de mandala, con círculos concéntricos que se expanden a partir de un centro oral femenino.
Cuatro amigos –una mujer y tres hombres– se reúnen para divertirse, y en el transcurso de su banquete deciden escribir una novela colectiva, de tipo erótico. Cada quien contará una historia, a intervalos, intercalada con las que los otros vayan desarrollando.
Si bien tenemos una historia de escritores, llama la atención que casi no haya referencias literarias en ella (autores, libros), y sí varias a la música y a la cultura populares (de hecho, la novela se cierra con un carnaval caribeño en el que se sumerge la pareja feliz de una de las historias contadas). Quizá esto se relacione con el peso que la oralidad tiene en la escritura de Barahona.
El título de la novela (que remite al de su poemario de 1996 La edad del deseo ) tiene una doble lectura: la de deseos relativos al mundo, esto es, mundanos, como los que el texto muestra, sobre todo, erotismo y pasión creadora, con lo que desear, amar y escribir, son acciones que aparecen imbricadas.
Pero cabría leer ese título además como los deseos que el mundo tiene, esto es, concebir el mundo como una abstracción deseante, una naturaleza con voluntad erótica, como ocurre en la filosofía de Schopenhauer, el gran pensador alemán del siglo XIX, quien afirmaba: “El hombre es el más desnudo de todos los seres. No es nada más que voluntad, deseos encarnados, un compuesto de mil necesidades. Y he ahí que vive sobre la tierra abandonado a sí mismo, inseguro de todo, excepto de su miseria y de la necesidad que lo oprime”.
Este diagnóstico que a muchos asusta sobre la condición humana es el que, por medio de una narración en apariencia sonriente y amable, termina siendo afirmado paradójicamente por Dorelia Barahona en una novela que funciona como un beso envenenado. Nada de qué extrañarse: después de todo, Eros y Tánatos son las dos alas con las que vuela el pájaro de la literatura.
El autor es escritor.