Las personas que se oponen a la globalización económica se conocen como globafóbicas, pues también existe la mundialización en distintos órdenes del conocimiento que va desde el ámbito jurídico y ético, como los derechos humanos, hasta el acelerado desarrollo de la tecnología de la información, entre otros.
Destaquemos entonces las distintas corrientes en torno a la globalización económica, tal como lo expuse en un seminario internacional de derecho administrativo, a finales del año pasado en el Colegio de Abogados, bajo el tema “Globalización y servicios públicos”. Vaya por delante que lo trascendental de estos servicios son los principios universales de probidad, transparencia, rendición de cuentas y óptima satisfacción de los intereses públicos o generales.
Así entonces, tenemos a los enemigos del concepto en los ultranacionalistas, xenófobos y populistas, con ópticas de raíz neofascista e incluso neonazi. También están los marxistas que identifican a la globalización con el neoliberalismo, término que en todo caso nació en el Coloquio de Lippman, en 1938, para favorecer la economía social de mercado, el Estado de derecho, la intervención estatal contra los monopolios y la estabilidad de precios.
Asimismo, debe destacarse que neoliberales austríacos como Von Misses y Hayeck huyeron del nazismo, cuando se dio la anexión de Austria (Anschluss) al Tercer Reich. En todo caso, los marxistas han defendido la idea de la revolución mundial proletaria, con miras a la desaparición del Estado, para favorecer el utópico advenimiento de la globalización comunista.
Igualmente están los anarquistas de corte socialista que avalan la tesis del materialismo histórico; sin perjuicio de los anarco-sindicalistas y los liberales libertarios contrarios a la existencia del Estado y a las tesis socialistas.
En segundo orden están los escépticos, para quienes la llamada globalización es un mito, pues lo que existe en su perspectiva son las regionalizaciones económicas y las relaciones tradicionales entre los Estados. Sin embargo, también están los liberales pulcros y humanitarios, que enfatizan el levantamiento de fronteras para el despliegue libre y legítimo de bienes y servicios, sin perjuicio de los Estados como instrumentos de orden y sanción.
En esta tesis se ubica el sociólogo Ralf Dahrendorf –entre otros–, quien critica a los subsidios estatales, las murallas fronterizas, los abusos de los Estados poderosos y las distorsiones de los mercados sin globalización ética, jurídica y política.
En otro ángulo se encuentran los transformadores que afirman que la globalización, aun con disfunciones, constituye el mayor progreso de la humanidad, donde las relaciones de lo nacional e internacional obligan a los Estados a su restructuración administrativa y económica, no para la desregulación (Consenso de Washington) sino para la óptima regulación; es lo que he llamado Estado interaccional.
Origen. Ahora bien, lo que actualmente conocemos por globalización es parte de la cadena histórica que se inició fundamentalmente a partir del siglo XVI, con la circunnavegación y la conquista de América. También fue cuando floreció el intercambio de bienes entre Asia y Europa y entre Europa y América y viceversa; asimismo se exportaron enfermedades contagiosas y se dieron numerosos desplazamientos de migrantes de Europa a América, también de China y la India hacia Australia y Sudáfrica. Y a la vez, irónicamente, el proceso de descolonización se dio por el desarrollo de las ideas humanitarias surgidas en Europa.
Hoy, como ha dicho el historiador Erick Hobsswan, el proceso es imparable aunque no por ello incontrolable, pues la presencia de los Estados reafirma el principio de su soberanía dado que siguen siendo instrumentos de negociación sin perjuicio de la fiscalización y el ejercicio de potestades sancionatorias.
No obstante, lo que hay que evitar son las cláusulas abusivas, asimétricas y contrarias a los derechos humanos en los distintos tratados de libre comercio y en las uniones de mercados transfronterizos.
Tecnología. En lo relativo a la sociedad digital, como parte de la globalización tecnológica de incidencia en la economía de los mercados, por medio de las redes en convergencia o de nueva generación, concurren las tecnologías de la información, los medios de comunicación y las telecomunicaciones, facilitándose así el acceso de los usuarios, consumidores y clientes a los distintos servicios.
Esto significa que en las redes de nueva generación se da también la convergencia de diferentes operadores y la existencia de diversas relaciones contractuales dentro y fuera de los Estados, aun entre los Estados mismos.
Concurre entonces en esta dinámica una tríada indisoluble, sean las empresas que prestan los servicios, el Estado que se encarga de regularlos, fiscalizarlos y sancionarlos y los usuarios o clientes, quienes en principio pueden escoger el operador que satisfaga más sus necesidades y proyecciones.
De esta manera, los Estados se adscriben al rápido desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones con redes de nueva generación o convergentes. Por ello la liberalización o despublificación –como algunos llaman– implica que el férreo y cerrado control estatal de la economía ha de ceder con soltura democrática a las exigencias del mercado, sin que los Estados dejen de fiscalizar la economía en competencia a través de políticas y normas contrarias a la concentración de bienes y servicios en un pequeño o exclusivo grupo de operadores económicos, en contra de otros operadores, derechos de los usuarios, clientes y consumidores en general.
En síntesis: la apertura de mercados bajo los parámetros de justicia, transparencia y estabilidad marca el inicio de un nuevo orden interestatal, aun con la presencia de enemigos ultranacionalistas que han fomentado a través de la historia cruentas guerras regionales y mundiales.
El autor es abogado.