Los recientes incendios en Canadá, producto de sequías e incrementos de temperatura fuera de lo normal en el último mes, se hicieron sentir a lo largo de la región noreste estadounidense. De hecho, en el oeste canadiense, alcanzaron mayor altura y áreas más extensas de lo normal (14 veces más del promedio en la pasada década). Espeluznante, considerando que la última década fue una temporada sin precedentes en cuanto a magnitud y temperatura de incendios forestales.
Los paisajes de humo naranja, más comunes en películas distópicas que en vivencias cotidianas, son impresionantes. Era previsible que las imágenes se esparcieran como fuego por las redes sociales y noticiarios. Plataformas como AirNow, que marcan el índice de la calidad de aire en un lugar en particular, categorizaron el aire en la ciudad de Nueva York como realmente peligroso, y a las personas se les recomendó no salir a las calles, y, en caso contrario, utilizar mascarillas N95.
Sin embargo, aunque este acontecimiento fue difundido ampliamente por medios de comunicación usualmente occidentales, lo cierto es que el fenómeno no es una novedad en otras regiones del mundo. Sin ir muy lejos, que lo digan los habitantes de la costa pacífica del mismo Estados Unidos.
Los niveles nocivamente altos de contaminación, perjudiciales para la salud, son el día a día de residentes en países como China, la India y Corea del Sur. Aunque el origen de la contaminación en estos países se debe a procesos industriales y de transporte, en vez de incendios forestales, las consecuencias en humanos y demás seres vivos son igualmente perjudiciales.
La contaminación del aire es una de las principales causas de mortalidad en los países asiáticos. A pesar de ello, es notable que el problema no llame tanto la atención en las redes sociales o en los medios de comunicación masiva.
Parece que cuando el fenómeno no ocurre en ciertos contextos, como por ejemplo en ciudades como Nueva York, este tipo de problemas no llaman tanto la atención del público.
Durante el tiempo en que viví en Incheon, Corea del Sur, era parte del día a día usar mascarilla, no solo por la pandemia, sino también porque plataformas como AirNow indicaban el riesgo para la salud de salir sin ningún tipo de protección.
Un par de veces me vi obligada a abandonar la oficina y trabajar en la casa, ya que los purificadores de aire del edificio de mi trabajo no daban abasto por la elevada contaminación. Los purificadores de aire eran un electrodoméstico más dentro de la lista básica para el hogar. Y las personas continuaban (y continúan) su vida cotidiana sin que este hecho pasara a ser noticia mundial.
Al final, lo cierto es que las consecuencias del cambio climático las vamos a enfrentar todos, unos más tarde que otros y unos también enfrentarán consecuencias más graves que otros. Queda claro que la distribución de daños no será ni justa ni equitativa. Sin embargo, no podemos esperar hasta que los estragos climáticos toquen la puerta a ciudades importantes y tomen lugar en contextos privilegiados para tomar acción.
Las medidas para contrarrestar el efecto adverso que hemos ocasionado al planeta tuvieron que haberse tomado hace mucho tiempo, pero la segunda mejor opción es actuar ya porque mañana será tarde.
Después de ver estas imágenes temibles y apocalípticas, me gustaría hacer un llamamiento a actuar a quienes viven en las regiones más pudientes, tienen capacidad de amplio alcance dentro de la economía mundial y poseen el capital financiero para pensar en soluciones a gran escala, a fin de ayudar también a los más vulnerables.
No hay evidencia más clara que las imágenes y videos de los últimos días sobre los efectos del cambio climático que, en última instancia, nos llegaron a todos.
La autora es economista.