Deseo hacer algunas consideraciones sobre el presidente electo, Luis Guillermo Solís, y el reformismo nacional.
Entiendo por “reformismo” la visión y práctica política según la cual el cambio social se produce no a través de rupturas violentas respecto al statu quo, sino mediante reformas socioeconómicas parciales y progresivas que transforman la sociedad de manera evolutiva.
Importancia de la clase media. En Costa Rica, la vía reformista moderna se fraguó en el fenómeno de neutralización de clases sociales y expansión de los grupos poblacionales de renta media, generado durante la década de los años cuarenta (reforma social, guerra civil, abolición del ejército, constituyente), consolidado entre 1950 y 1960, desarrollado en el período 1960-1982, y que, desde 1982 hasta la fecha, está sometido a un acelerado proceso de cambio interno e interiorización de la globalización.
El enfoque reformista es típico de movimientos sociales situados en el centro del abanico ideo-político, esto es, inclinados a posiciones intermedias entre las tesis extremas del Estado propietario y expansivo (social-estatismo) y del Estado mínimo y mercados perfectos (anarco-capitalismo). Se observa, por lo común, en sociedades donde la clase social media representa un alto porcentaje de la población total o llega a representarlo, como ocurre en Chile, Uruguay, Brasil, Argentina y Costa Rica, tal como lo revelan el informe del Banco Mundial –“La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina” (2013)– y el documento de la Cepal –“Clase media y política fiscal en América Latina” (2012)–.
Para el caso costarricense son valiosos el aporte de Milena Vega Martínez, en el ensayo La clase media en transición: situación y perspectiva al finalizar el siglo XX, y el informe final para el Decimoquinto Estado de la Nación, titulado Clases sociales y estilos de desarrollo en Costa Rica 1988-2008: Propuesta para el estudio de la desigualdad social.
El tema de la clase social media, y su impacto en la dinámica de la sociedad, adquiere relevancia en las realidades políticas actuales de Costa Rica porque su adhesión partidaria y electoral se ha desplazado desde el Partido Liberación Nacional y el Partido Unidad Social Cristiana hacia el Partido Acción Ciudadana, y este hecho, en caso de consolidarse, puede modificar por un largo período de tiempo la correlación de fuerzas político-partidarias.
Hegemonía reformista. El reformismo costarricense, al propiciar la creación y expansión de la clase social media, ha permitido construir una sociedad de extremos ideológicos controlados, neutralización de enfrentamientos clasistas y secularidad científico-tecnológica y humanista.
Sostengo que la lucha por cultivar estos rasgos está arraigada en la experiencia, el sentir y el pensamiento de la mayoría de los habitantes de estas tierras desde antes de 1821 hasta la fecha.
Cuando, en las pasadas elecciones del 2 de febrero y el 6 de abril, el electorado dio la victoria a un partido político de centro y a un candidato que mostró capacidad intelectual, flexibilidad y vocación de diálogo, no hizo otra cosa más que confirmar la hegemonía del reformismo nacional como núcleo articulador de la sensibilidad social. De este modo, la decadencia del bipartidismo se ha dirimido no a través de polarizaciones sociales y violencias, sino en una forma que privilegia la inteligencia electoral de la ciudadanía y la institucionalidad del Estado socio-liberal de derecho, lo que ha configurado un nuevo polo de atracción político-electoral de carácter reformista (PAC-Gobierno).
Re-inventar el reformismo. La consolidación de esta nueva modalidad reformista (PAC-Gobierno) exige re-diseñar la totalidad del espectro reformista, lo cual implica, para partidos políticos como Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana, re-inventarse, re-vitalizarse y re-posicionarse como reformismos modernos, distintos entre sí, distintos al reformismo del PAC-Gobierno, distintos a los movimientos políticos de origen religioso, y con capacidad para actuar en un marco de acción multipartidista y en el seno de una ciudadanía cada vez más autónoma y creativa respecto a las dirigencias partidarias. El ámbito reformista costarricense también incluye un reformismo de izquierda (Frente Amplio) y otro liberal (Movimiento Libertario), pero, en estos casos, el desplazarse hacia el centro político y, desde ahí, optar por el ejercicio del Poder Ejecutivo es aún un desafío inconcluso que requiere una dosis de actividad intelectual mucho más multifacética y profunda que la observada hasta el momento.
En definitiva, las coordenadas de la historia política han cambiado, los cubículos mentales y organizativos han saltado por los aires, y los segmentos del reformismo nacional que no se percaten de esto corren el riesgo de caer en un profundo ostracismo.
El arte del consenso. Es en este contexto de re-fundación del reformismo nacional donde surge la figura de Luis Guillermo Solís, próximo primer presidente de la República en un nuevo ciclo de la historia costarricense. Como historiador, Luis Guillermo Solís sabe que el pasado no pasa, y que en la historia de los países conviene apoyarse en los méritos del ayer, vengan de donde vengan, para mejor construir el porvenir.
En este arte del consenso no hay excluidos, no los puede haber porque todos los cauces pertenecen al mismo río. Bien lo ha dicho Solís al afirmar que “… no basta con el trabajo de un partido y el talento de un Gobierno…” para construir la nueva política.
Una nueva política que, a través de Solís, ha canalizado grandes expectativas ciudadanas, muchas de las cuales –él es consciente– pueden no satisfacerse, debido a la lógica inercial de la tecno-burocracia enquistada en la Administración Pública. En relación con las interacciones entre las expectativas sociales y las capacidades de respuesta del Estado y el Gobierno, es de obligada consideración el llamado a la precaución hecho por Armando González en este diario, en su columna del domingo 13 de abril, cuando escribe que “… una actitud dogmática y excluyente puede disipar la ilusión en lo que tarda en cantar un gallo…”. Este consejo puede aplicarse a la capacidad de comunicación política del Poder Ejecutivo y al modo en que aborde las relaciones con los medios de comunicación, algo que, para la clase política costarricense, se ha convertido en un acertijo ininteligible.
El asunto es esencial porque lo que se percibe es real y tiene consecuencias reales, y la percepción pasa por el filtro de la comunicación mediática. De ahí que para el nuevo Gobierno sea fundamental articular acciones inteligentes, versátiles y contundentes en esta área.
Difícil. Ahora viene lo más difícil: gobernar desde la perspectiva del bien común y la complementariedad de este con el bien individual. En la correcta articulación de estos bienes reside el núcleo de la ética política. Será esta la prueba de fuego del próximo presidente: si es bien abordada, hará del profesor-presidente el presidente-estadista que la sociedad costarricense requiere, pero esto debe lograrse a la mayor brevedad posible. Cuatro años es poco tiempo, y llenarlos de contenido y realizaciones no es tarea fácil.