Matar al PAC es una tentación moderna, sencilla de hacer y en la que todos parecen estar de acuerdo, ¿entonces debe ser lo correcto? Pues no, no olvidemos que siempre existe el riesgo de arrepentirse.
Recuerdo que hace algunos años un grupo de personas se reunía en una casa para hablar de política. Era un espacio seguro, donde los ciudadanos interesados en mejorar el país compartían ideas libremente. Así nació la acción ciudadana, de la gente, no de caudillos.
Cualquier persona podía participar, las puertas estaban abiertas para todos y no hacía falta tener apellido con pedigrí o mucho dinero, lo que ahí contaban eran las ideas honestas y la ética, dos cosas que el bipartidismo había perdido años atrás.
Ese grupo de personas logró conectar con la gente, los ciudadanos activos salieron a votar y lograron romper la monotonía política de años y construir un cambio.
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El cambio llegó, bueno o malo, pero llegó y los dos grupos de poder que reinaban, cual oligopolio político, tuvieron que dar espacio a la nueva fuerza, la fuerza que en aquel momento era de la ciudadana, común y corriente.
Se arreglaron platinas, se defendieron los derechos de todas las personas, se defendió la identidad ambiental de nuestro país y cuando los tiempos de guerra contra la pandemia arremetieron con fuerza se eligió salvar vidas sobre cualquier otro interés.
También se cometieron errores, se entregó la visión económica a la derecha, se protegieron algunos grupos de poder y, en algunos momentos de crisis, el poder fáctico desbordó al poder formal.
Luego de esta aventura de poco más de 20 años, matar, claro que resulta fácil, inclusive conveniente, aceptar que el cambio no vale la pena para justificar darle más poder, al poder de siempre o entregarlo a nuevos redentores que todo lo saben, es mucho más sexy que reconocer virtudes y enmendar errores.
Matar al PAC ahora es la moda, es el culpable de todos los males dicen, pero siempre existe el riesgo de arrepentirse.
El autor es abogado.