Los debates sobre tecnología se han reducido, cada vez más, a dicotomías extremas. Había que restringir la inteligencia artificial, o se la debería acelerar: tesis y antítesis, pero no síntesis. En lugar de elegir un bando, deberíamos considerar gritos de guerra alternativos que pongan el énfasis donde corresponde: la humanidad.
Con ese objetivo, propongo seis máximas. La primera es una frase famosa del general cartaginés Aníbal: “Encontraré una manera o haré una”. Con la IA todavía en una etapa muy temprana, apenas hemos arañado la superficie de su potencial.
La IA puede ayudarnos a encontrar caminos que no podíamos ver antes, y puede ayudarnos a inventar caminos nuevos a través de la fuerza de la creatividad humana. Herramientas como ChatGPT, Copilot y Pi se entrenan en material hecho por personas y sobre personas. Lejos de reemplazarnos, nos enriquecen.
Imaginemos encontrar un hilo de conocimiento antes indiscernible que atraviese a Gödel, Escher, Bach, Caravaggio, Rousseau y Vivaldi; o un hilo que una los ingredientes que tenemos en la cocina. Una vasta colección de creación humana y aportes pasados está allí, frente a nuestros ojos, como un tapiz que se expande, y ahora tenemos las herramientas para hacer más con eso de lo que pudo hacer cualquier generación anterior.
La segunda máxima es: “Somos símbolos y habitamos símbolos”. Así es como Ralph Waldo Emerson describió nuestro uso del lenguaje para comprender, explicar y dar forma al mundo. Nosotros, los seres humanos, siempre hemos dependido de herramientas, y eso es lo que son los símbolos.
Nos permiten crear cosas que no existían antes y no ocurren naturalmente. Consideremos el grifo, con la cabeza y las alas de un águila y el cuerpo de un león. Es una creación humana que refleja cierta realidad que queremos ver en el mundo. Los seres humanos crearon grifos por razones exclusivamente humanas. La IA no es diferente.
Es verdad, muchas creaciones imaginativas —desde el monstruo de Mary Shelley en Frankenstein hasta el cíborg asesino de James Cameron en Terminator— están pensadas para ser cautelosas. Por naturaleza, sentimos miedo cuando nos encontramos por primera vez con “el otro” o “lo nuevo”.
Pero el grifo nos recuerda que podemos convertir el miedo en una sensación de posibilidad majestuosa. En definitiva, los seres humanos son los creadores y el producto de sus símbolos, su cultura, su contexto y sus decisiones. De la mano de la IA, podemos crear más grifos.
Proyectos catedrales
La tercera máxima es construir catedrales, ya que ennoblecen nuestros esfuerzos y convierten meras agrupaciones de humanidad en asociaciones. Las catedrales de verdad son algunas de las creaciones más impresionantes de la humanidad, lo que hace que hoy tenga sentido que nos refiramos a misiones como el alunizaje del Apolo como “proyectos catedrales”. Qué maravilloso sería si estos proyectos fueran parte de nuestra vida cotidiana como lo son las catedrales en las ciudades europeas.
Este tipo de proyectos requieren muchos pares de manos, que trabajen concertadamente en diferentes regiones, disciplinas y, a veces, hasta generaciones. Como escribió el escritor y aviador Antoine de Saint-Exupéry, “una catedral se construye con piedras; está hecha de piedras; pero la catedral ennoblece cada piedra, que se convierte en una piedra de la catedral”. Los descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas son piedras en la catedral del progreso humano.
Las historias del telescopio, la radio, el automóvil, el ascensor, el aeroplano y —ahora— la IA siguen un patrón similar. Si bien muchos conocen la IA a través de aplicaciones comerciales recientes como ChatGPT, hicieron falta generaciones de innovadores e invenciones para llegar a este punto.
Necesitamos grandes proyectos —nacidos tanto de la cooperación como también de cierta competencia saludable— que nos den una sensación de dirección. La manera en que diseñamos y construimos nuestras catedrales nos dice quiénes somos y quiénes queremos ser.
Correr riesgos
La cuarta máxima es que debemos asumir pequeños riesgos para albergar alguna esperanza de transitar los grandes riesgos. En lugar de intentar eliminar el riesgo por completo —cosa que es imposible—, deberíamos recibir con beneplácito los desafíos que pueden generar fracaso, porque estos crean oportunidades para la iteración, la reflexión, la discusión y la mejora continua.
Recordemos la gran reflexión del economista Hyman Minsky sobre las crisis financieras. Él consideraba que la “estabilidad” puede crear su propia forma de inestabilidad. Demasiadas salvaguardas en un sistema financiero pueden hacer que sea más frágil, y la apariencia de seguridad significa que nadie estará preparado cuando se rompa.
La misma lección se aplica a la regulación de la IA. No solo deberíamos incentivar la innovación; deberíamos reconocer que la experimentación —asumir riesgos más pequeños— es en sí misma un mecanismo de mitigación del riesgo. En definitiva, obtendremos una mejor regulación cuando estas tecnologías estén ampliamente disponibles y permitan que más gente experimente con ellas y las integre a su vida. Esto también será un emprendimiento compartido, que involucre al gobierno, al sector privado, a la prensa, a la academia, a la población, a todos nosotros.
La quinta máxima es que la tecnología es lo que nos hace humanos. Si aceptamos la noción de que la IA es la antítesis de la tesis de la humanidad, anticiparemos un futuro de cíborgs medio humanos, medio máquinas. Pero no funciona así realmente. La combinación de tesis y antítesis no conduce a una mezcla tosca, sino a una nueva tesis. Ambas evolucionan juntas, y la síntesis que resulta, en este caso, es un ser humano mejor.
Asimismo, la IA puede ayudarnos a volvernos más humanos. Consideremos lo receptivos, presentes y pacientes que pueden ser los modelos de IA conversacionales y los chatbots. Estas características podrían tener un impacto profundo en nosotros. No todos tienen un acceso confiable a la amabilidad y al apoyo humanos. Pero cuando estos recursos pasan a ser de fácil acceso, eso mejorará las propias capacidades de amabilidad y empatía de mucha gente. Y la empatía puede engendrar empatía. Pienso que esta dimensión del potencial de la IA todavía no se ha apreciado plenamente.
La sexta máxima, y la última, es que tenemos la obligación de hacer que el futuro sea mejor que el presente. Imaginemos que todos podamos llevar en el bolsillo un médico o un tutor digital personalizado. ¿Cuáles son los costos de que eso suceda más tarde, y no más temprano? La velocidad es una virtud cuando se trata de tecnología, dado su incomparable poder para mejorar las vidas.
Todos deberíamos preguntarnos cómo debería ser una síntesis prometedora. ¿Qué pasaría si pudiéramos introducir una nueva era de florecimiento humano, en el que la investigación impulsada por IA nos ayude a descubrir nuevas curas y sacar partido del poder de la fusión nuclear al mismo tiempo que evitamos las peores consecuencias del cambio climático?
Es natural mirar lo desconocido y oscuro y considerar todo lo que podría salir mal. Pero es necesario —y, más esencialmente, humano— considerar lo que podría salir bien.
Reid Hoffman es cofundador de LinkedIn.
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