Existe prueba científica robusta y contundente sobre el efecto de los alimentos en los estados de ánimo, la ansiedad, la capacidad de concentración, la irritabilidad, la calidad del sueño y el deterioro cognitivo.
Por citar solo algunos ejemplos, una de las acciones básicas y de primera línea en el manejo del déficit atencional en adultos y niños es la eliminación de edulcorantes y la restricción de comida altamente procesada.
Un estudio publicado el año pasado en el Journal of the American Medical Association reportó que cuanto mayor sea el consumo de alimentos ultraprocesados, en particular si contienen endulzantes artificiales (también en bebidas), más elevado será el riesgo de depresión.
De igual manera, la ingestión continua de alimentos para los que una persona ha desarrollado una intolerancia se asocia con ataques de pánico u otros síntomas de ansiedad; esto ocurre con frecuencia en personas sensibles al gluten o a los lácteos.
En una clase con los estudiantes de Medicina, discutíamos sobre el papel de los alimentos como fuente de materia prima para un óptimo funcionamiento cerebral.
Conversamos también sobre cómo, en ausencia de dietas sanas, se promueve una activación del sistema inmunitario nociva para el sistema nervioso central, se producen cambios negativos en la microbiota y por qué, en ocasiones, se puede comprometer la absorción de algunos medicamentos utilizados en psiquiatría con el consecuente fallo en la respuesta al tratamiento.
Una de las inquietudes de los alumnos era si uno como médico debería explorar la parte alimentaria, y, en dado caso, cómo proceder.
Mientras se generaba la discusión, me preguntaba la razón por la cual los estudiantes avanzados de Medicina no han incorporado la exploración de los patrones nutricionales como una práctica usual, si existe tanta evidencia del rol de los alimentos en la generación y mantenimiento de la patología.
Hemos fallado como docentes por varios motivos. La formación médica se ha centrado en aspectos curativos, no de promoción y prevención, en donde la nutrición desempeña un papel básico. Esta visión sigue siendo una falencia muy grande: se nos enseña a curar, no a mantener la salud. El mismo sistema de atención, las políticas públicas y las inversiones gubernamentales reafirman esta visión.
Una vez instaurada la enfermedad, física o psiquiátrica, también se pasa por alto el potencial curativo de los alimentos, al igual que se menosprecia la higiene del sueño y el ejercicio.
Y es que, claro, la psicoeducación del paciente resulta más cansada y desgastante para el médico que una receta; no se trata de una acción de eficiencia del tiempo. En un sistema que permite tan solo 12 o 15 minutos por paciente para médicos generales o especialistas, respectivamente, un espacio de diálogo se vuelve prohibitivo, atrevido y desgastante.
Pero hay más. El lobby de las compañías farmacéuticas ha construido una narrativa que promueve la falsa idea de que la curación está inherentemente vinculada al uso de algún fármaco, más aún si este es innovador.
Para ello se diseñan pomposos estudios que se presentan en los congresos patrocinados por la misma industria, todos los cuales no ahondan en la verdadera génesis de la enfermedad. Claro, los medicamentos cumplen un papel activo en el tratamiento de múltiples condiciones médicas, pero la falacia está en creer que son la respuesta única, no un eslabón más en la cadena de sanidad.
Por tanto, con los estudiantes, vamos más allá: perdamos el miedo a entrevistar en detalle al paciente, a formular las hipótesis que explican la enfermedad desde la visión integrativa, a inquietarnos académicamente para no quedarnos solo con las clases.
A los colegas médicos: ¿Cuál es el modelo de promoción, prevención y atención que queremos?, ¿el desgaste profesional nos está alejando de una prestación de servicios plena?, ¿practicamos nosotros mismos una visión alimento-curación-salud? Y a los pacientes: eduquémonos, busquemos información, seamos proactivos y dueños de nuestra propia salud.
ricardo.millangonzalez@ucr.ac.cr
El autor es médico especialista en psiquiatría y profesor asociado en la Universidad de Costa Rica.