Ineptitud. Es lo que el último informe refleja de forma contundente del actual equipo del Ministerio de Educación para atender la ya crítica situación que sangraba desde el gobierno anterior. Aunque fueran pequeños, todos esperábamos algunos signos de lucidez y acciones concretas hacia la mejora, pero es todo lo contrario.
Como bien lo indicó Isabel Román, en la presentación del IX Informe Estado de la Educación, las políticas de la dirección ministerial son de “borrón y sin cuenta nueva”.
Estas políticas despotrican, sin bases ni estudios, sobre programas y alianzas que han sido exitosos y que son evidentemente necesarios. Cuando una de las dolencias durante la pandemia —y en la actualidad— sigue siendo la falta de conectividad en los centros académicos, el MEP deshace la alianza con la Fundación Omar Dengo y aparta de su camino todo el trabajo realizado para poner en funcionamiento la Red del Bicentenario.
Se hicieron esfuerzos por dotar al país de un muy necesario Marco nacional de cualificaciones para la educación, que permitiría desde las universidades una preparación docente idónea y situada con respecto a las necesidades actuales de la sociedad, pero el MEP lo tiene en una gaveta desde el año pasado.
En un momento en que es urgente en todos los ámbitos profesionales hablar inglés, el plan de su aprendizaje en los niveles escolares es errático y culmina con la institución de una supuesta prueba de dominio lingüístico, brindada por el MEP al final de la secundaria.
Esta se da sin ningún respaldo científico ni trayectoria alguna, como sí lo tuvo hasta el 2022 el programa de Promoción de Idiomas y que contaba con una evaluación calificada y certificada por cánones reconocidos internacionalmente.
Desde el V Informe Estado de la Educación (2015), docentes, familias y estudiantado claman instalaciones limpias y funcionales, con los mínimos servicios y, como quedó claro en la valiente declaración de los estudiantes de secundaria que se presentaron a la Asamblea Legislativa este año, tampoco se ha hecho nada significativo.
En el gobierno anterior, la cobertura en preescolar mejoró, pero todavía solo 9 de cada 100 escolares reciben el currículo completo.
Imagino que la ministra Ana Katharina Müller llegó cargada de entusiasmo y buenas intenciones al MEP, pero eso no alcanza; nunca ha alcanzado. En los últimos gobiernos —con pocas excepciones— pareciera que el MEP es la piñata para un buen amigo, no para una persona experta en educación.
Se llega con talante paternal, pensando que cualquiera puede dirigir el barco a buen puerto. Sin previa consulta a maestros y profesores, se lanzan políticas y cambios; se diseñan programas con jugosos contratos pagados a “expertos” que no huelen un pupitre de escuela desde que dejaron de ser escolares.
No se consulta a los gremios sindicales, que conocen al dedillo los contextos socioeconómicos de los centros educativos. De espaldas a la realidad, no se puede trazar ningún plan productivo.
La educación es el agua subterránea que alimenta el progreso social y económico de todo país. Finlandia y Singapur, subdesarrollados antes de su reforma educativa, lo demuestran con creces. La inversión en educación debe ser lo primero en un plan de gobierno, y esto amerita urgentemente decisiones políticas concretas.
El país se cae a pedazos hace rato porque la educación no es prioridad. Es tal la crisis en el sector educativo, que debería hacerse un concurso para escoger un equipo directivo, una especie de junta de notables, que reúna a representantes de todos los sectores sociales y educativos y restablezca, sin dilación, los programas que funcionan y trace un plan claro, basado en los estudios y sugerencias que ya se le han dado en estos dos años al MEP, tanto de expertos como de grupos civiles que le han ofrecido su apoyo, tales como el colectivo Mujeres por Costa Rica, integrado por educadoras de amplia trayectoria.
El tiempo de aprendizaje se desperdicia diariamente en los centros educativos públicos, con un impacto profundo en un país ya lleno de desigualdades. Urge un cambio de timón, si no, la pobreza y la violencia se profundizarán sin remedio.
La autora es educadora.