La vacunación es una de las estrategias de mayor impacto en salud pública. A pesar de sus comprobados beneficios, seguridad y eficacia, a lo largo de su historia han surgido grupos detractores que por diversos motivos, religiosos, filosóficos, personales o políticos, han atribuido falsas propiedades y efectos a las vacunas.
Al ser una estrategia que nos concierne a todos, las vacunas siempre han estado expuestas a mitos y creencias. En 1826, una cartilla de Guatemala indicó: “No ha de atribuirse síntomas nocivos a la vacunación, sino a otras causas anteriores y posteriores… Es obligación simultánea de Jueces y Curas, evitar el miedo, desconfianza y preocupación a la cual el pueblo es tan propenso… e imponer silencio a los que por malicia o ignorancia divulgaren especies contrarias”.
Efecto nocivo. El efecto nocivo que los movimientos anti-vacunas (MAV) han provocado en la salud pública es real. Desde finales de la década de los setenta se documenta que la reducción de coberturas de vacunación contra difteria-tosferina y tétanos, ante el cuestionamiento de MAV, elevó el número de casos y muertes por tosferina a inicios de los ochenta.
En 1998, Andrew Wakefield, médico inglés, publicó en la revista The Lancet un estudio que relacionó el autismo con vacuna sarampión-rubéola-paperas y timerosal. Desde entonces, múltiples investigaciones científicas aportaron evidencia inobjetable demostrando la ausencia de asociación entre el autismo y la vacuna o el timerosal.
En el año 2010, el Consejo Médico General de Inglaterra dictaminó que Wakefield actuó deshonesta e irresponsablemente, faltando a su deber y responsabilidades. The Lancet se retractó públicamente de ese estudio en febrero 2010, reconociendo sus deficiencias metodológicas e indicando la falsedad de los hallazgos reportados. Revertir el daño ocasionado por ese reporte ha sido difícil: el sarampión reemergió como una enfermedad endémica en Inglaterra y el Gobierno realiza grandes esfuerzos para elevar las coberturas de vacunación.
En América Latina tenemos otros ejemplos. En 1994-95 miembros de organizaciones religiosas de México y Nicaragua declararon a la prensa que el toxoide tetánico, que se aplica en mujeres embarazadas para prevenir el tétanos neonatal, contenía hormonas. Las autoridades de salud desmintieron la falsa noticia y obligaron a los responsables a dar explicaciones.
Y en el año 2006, circuló un rumor similar en Argentina, difundido mediante redes de Internet con mensajes anónimos malinformando a la población al indicar que la vacuna contenía hormonas que esterilizaban a las mujeres para reducir la natalidad. El rumor se aclaró, pero no se logró identificar los responsables escondidos en el anonimato. A partir del 2007, Argentina enfrentó un brote de rubéola que se extendió en el país.
Costa Rica tiene una larga historia de éxitos en salud pública como resultado de la vacunación, pero no es inmune al efecto de los MAV. La vacuna contra el Haemophilus influenzae tipo b está incluida en el esquema oficial desde 1998, pero una de las últimas defunciones provocadas por esta bacteria ocurrió en un niño cuyos padres, miembros de una comunidad naturista de Guanacaste, se oponían a la vacunación. Y hace algunos años, al detectar un brote de sarampión en una comunidad de Pérez Zeledón que rechazaba la vacunación por motivos religiosos, fue necesario aplicar la Ley General de Salud para evitar la reintroducción del virus en Costa Rica.
Mensajes falsos. La vacunación contra la influenza AH1N1 resalta nuevamente el efecto potencial negativo de los MAV. A pesar de que ensayos clínicos y miles de millones de personas vacunadas contra influenza AH1N1 en todo el mundo, demuestran la eficacia y seguridad de esta vacuna, la población ha estado expuesta a mensajes tergiversados y falsos generados por múltiples fuentes de información, difundidos a través de diversos medios de comunicación, por parte de grupos específicos que buscan protagonismo y propósitos particulares.
Para contrarrestar el efecto de los MAV, todos tenemos la responsabilidad de informarnos. Pero algunos tenemos una responsabilidad mayor si la difusión de información veraz constituye nuestro deber y obligación profesional y ética. Destaco la responsabilidad del profesional de salud y las organizaciones científico-académicas en informar y educar en base a conocimiento objetivo y actualizado, los formadores de opinión y los medios de comunicación pues deben utilizar fuentes de información confiables y las autoridades de salud que debemos tomar decisiones oportunas, efectivas y basadas en evidencias.