Tengo el honor de vivir en Costa Rica desde hace más de 25 años, llegué procedente de Francia, aunque soy de origen amazigh, descendiente de los primeros habitantes de África del Norte, antes de la invasión árabe. En breve: soy ejemplo de un exiliado errante a través de tres continentes y diferentes culturas. Nunca he considerado al otro como enemigo, sino como un amigo de quien puedo aprender mucho.
Desde mi llegada, sentí una fascinación por esta noble tierra, cuyo pueblo me ha acogido con tanta generosidad que me siento siempre agradecido. Enamorado del espíritu de convivencia pacífica, del gusto por la libertad y la tranquilidad, entre otros valores del pueblo tico, no tardé en iniciar el proceso de naturalización, obtenida gracias a la ayuda de la exvicepresidenta Victoria Garrón y la magistrada Maruja Chacón, quienes descansan en paz. Fue una de mis mejores decisiones. Soy orgullosamente tico, aunque me siento ciudadano del mundo. Cuando viajo por América Latina, al detectar mi acento, mis amigos dicen: “Es que ustedes los ticos tienen la ventaja de…”.
Además de la hermosura de sus montañas, sus atractivas playas y el encanto de sus reservas naturales, me atrevería a decir que el tesoro de Costa Rica es su imagen. Desde afuera se ve como una isla de paz y de tolerancia en medio de una región caracterizada por la violencia, un baluarte de los derechos humanos, modelo de turismo ecológico y, para coronar el lindo cuadro, en varios informes aparece como uno de los países más felices del mundo. Es un destino soñado para las agencias de viajes.
Decadencia. Este panorama idílico se ha oscurecido con el aumento, cada vez más inquietante, de la violencia. En el 2017 se registró el récord de 603 homicidios, una tasa de 12 muertes violentas por cada 100.000 habitantes, superando el nivel de epidemia según la OMS; en diciembre del mismo año, el déficit fiscal cerró en 6,2 %; más del 20 % de la población vive en pobreza. Los indicadores coinciden en que la situación podría empeorar. Varias sedes diplomáticas alertan sobre la inseguridad en Costa Rica.
Además de la crisis interna, la situación regional se ha complicado, la opresión del régimen criminal de Daniel Ortega generó una ola de migración hacia Costa Rica.
El fenómeno migratorio no es nuevo. Observamos el mayor éxodo de personas después de la Segunda Guerra Mundial. Europa no sabe qué hacer con cientos de miles de migrantes huyendo del hambre, las guerras y todo tipo de violencia en África y Oriente Próximo. Pese a los barcos de rescate humanitario, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en el 2017 se hallaron más de 10.000 cadáveres en el mar Mediterráneo.
He viajado por Europa, Japón, Corea del Sur y Moscú; he recorrido este continente desde Nueva York hasta São Paulo. En todas partes, el malo de la película es el extranjero que viene a quitarnos el pan y a amenazar la seguridad nacional. En Estados Unidos, es el mexicano y el latino; en Japón, es el coreano y el chino; en Europa, es el musulmán y el africano; en Brasil quemaron campamentos de venezolanos. En Costa Rica, la víctima de la xenofobia es el nica.
Nicafobia. La palabra xenofobia viene de dos raíces griegas: xénos o extranjero y phóbos o miedo. Significa miedo al extranjero. Un xenófobo siente aversión irracional hacia las culturas ajenas, es un obcecado nacionalista, que se cree superior a los demás; por “amor” a su país, ofende a los otros sin avergonzarse de su ignorancia. Hay quienes me dicen: “Mae, no soy xenófobo, el problema no es con usted, es con los nicas”. De manera que en Costa Rica se trata de la nicafobia.
Sería erróneo tildar a los ticos de xenófobos, toda generalización carece de sensatez, más bien en su gran mayoría son tolerantes. Pero hay ticos infestados por el virus de superioridad, escupen el odio sin mesura. Al compararse con el nica, se creen los mejores del mundo.
Lejos de defender la patria de supuestos invasores, la reciente marcha xenófoba daña la imagen del país, podría afectar el turismo y la inversión extranjera de vital importancia para la economía nacional. Jamás hubiera podido imaginar una manifestación tan bochornosa. Algo anda mal en nuestra sociedad.
A lo largo y ancho de Costa Rica, vemos a obreros nicas construyendo edificios, manos de mujeres nicas limpiando casas, peones nicas bajo el sol ardiente sembrando arroz y frijoles, recogiendo café, trabajando honradamente, sería injusto ignorar su aporte a nuestro país.
En toda comunidad, hay personas que tienden a delinquir, el 86 % de los detenidos son ticos, el 7 % son nicas, el resto corresponde a otras nacionalidades. Otro mito que circula es que arruinan nuestro sistema de salud, cuando las cifras indican que el gasto público en nacionales es del 92 % contra un 8 % en migrantes. Son datos públicos del INEC y la CCSS. De manera que la estigmatización de los nicas carece de fundamento. No son culpables ni de la inseguridad ni de la debacle económica en Costa Rica.
Seres humanos. Sartre dijo: “El infierno son los otros”. Que un tico común escupa su ira contra el nica podría ser explicable: es falta de educación. Que un diputado, cuyo partido pretende moralizar la sociedad mediante su religión, afirme: “La ola de inmigrantes es peor que la situación fiscal”, es el colmo de la irresponsabilidad. No, señor diputado, ¡sea serio! Un buen cristiano no debe mentir ni fomentar el odio contra el prójimo. Es evidente que el migrante nica no es culpable de la crisis que nos agobia.
El cáncer de Costa Rica es la corrupción, la segunda enfermedad es la mala gobernanza, sin olvidar la evasión fiscal y la impunidad. Son estos males, que no hemos querido erradicar, los que nos tienen al borde de la bancarrota.
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Al igual que toda América, Costa Rica es tierra de mestizaje y de migrantes, desde siempre la han enriquecido; salvo los autóctonos que estaban acá antes de la Conquista, todos venimos de afuera. Si cada tico estudia su origen, encontrará al menos un familiar procedente del extranjero.
¡Ay de nosotros si caemos en la trampa del discurso del odio, la intolerancia, la xenofobia y la discriminación y otros males que han hecho tanto daño en la historia! Nuestra humanidad se medirá con nuestra capacidad de tratar a las minorías migrantes o de cualquier índole. Debemos cultivar el respeto hacia el otro, no por su origen o rango, sino por su condición de ser humano.
El autor es escritor.