Por esas casualidades misteriosas que Jung llamaba “sincronicidad”, un concepto que alude a una causalidad no lineal, hace poco, en un mismo día y sin proponérmelo, leí en la mañana un interesante artículo sobre el escritor norteamericano James Baldwin (1924-1987), negro y homosexual, y en la noche vi la película Moonlight (Luz de luna), la que me gustó mucho y acaba de ganar tres óscares (imponiéndose, como mejor película, a la bonita pero más bien superficial La-la-Land ). Ambos (artículo y filme) apuntan al mismo asunto: el de la negritud en los Estados Unidos.
A Baldwin lo leí hace muchos años (finales de los setenta, principios de los ochenta). Recuerdo en especial su novela El cuarto de Giovanni, que fue uno de los primeros títulos de literatura de tema homosexual que abordé, en una larga lista de libros que incluía Maurice, de E. M. Forster, Muerte en Venecia, de Thomas Mann, Confesiones de una máscara, de Mishima, o El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, entre muchos otros.
En aquellos años, en el mundo hispanohablante, y costarricense en particular, no había mucho material literario que leer sobre tales asuntos, y otros medios de expresión, como el cine, todavía no se desarrollaban adecuadamente en este aspecto de la diversidad sexual, más allá de Visconti o Pasolini, que era cine de autor, no comercial.
Por entonces, la literatura era una de las pocas zonas culturales en que la homosexualidad era accesible. No como hoy, donde hay otras instancias sociales que permiten a los jóvenes homosexuales incipientes enterarse mejor de su opción erótica, como el cine, la música, el arte en general, el periodismo, la televisión, etc. Para aquel jovencillo gay con inclinaciones literarias que era yo, ¡qué mejor opción que (re)conocerse por medio de la literatura!
Doble discriminación. Fue así como leí a Baldwin, un autor que presenta en su obra, en lo temático, una doble discriminación: la racial y la sexual, una combinatoria que no siempre gustó a sus lectores, sobre todo por el lado de la comunidad negra, que si bien reclamaba sus derechos ciudadanos en Estados Unidos, no quería verse mezclada con el asunto homosexual, al que buena parte de ella repudiaba.
Ingenuamente, uno podría pensar que una comunidad que ha padecido la separación por asuntos raciales sería comprensiva respecto de otro tipo de discriminaciones, en este caso la sexual, pero no es así, y la homofobia afrocéntrica no se queda atrás de la eurocéntrica.
Ocurre algo similar, aunque con la variable religiosa, en el caso de los judíos: discriminados por religión durante siglos, son discriminadores por opción sexual en la actualidad, aunque haya habido grados de apertura recientemente. O el caso de los “latinos” en Estados Unidos: discriminados por “raza” ahí, son discriminadores por opción sexual con los propios, según estadísticas.
Ser objeto de discriminación por equis razón no inmuniza contra ser sujeto discriminador hacia otros. Para el mal, todas las combinaciones son posibles: un gay puede ser racista y misógino; un negro, homofóbico y antisemita; un judío, antipalestino y homófobo; etc.
Nadie aprende por cabeza ajena… ni por la propia. Hasta que llega el verdugo con la guillotina. Se olvida que, con la perspectiva adecuada, toda persona es susceptible de discriminación y ataque. Es cuestión de buscar el ángulo adecuado para que el represor pueda hundir el puñal.
Buena impresión. En el caso de la película Moonlight, llegué a ella un poco al azar, apenas por el impulso de ver algunas de los filmes nominados al Óscar, y quedé muy bien sorprendido. Como en Baldwin, hay un abordaje de lo homosexual en contexto negro estadounidense, con todo lo de pobreza, discriminación, violencia, drogas, etc., que ello supone, pues se trata, no de un medio intelectual o artístico, sino de un estrato social más golpeado.
El asunto es llevado con una maestría cinematográfica notable, con contención, sin aspavientos, con una maravillosa banda sonora que combina música popular y culta, todo esto con una perspectiva humana de gran sabiduría, que permite al espectador aprender y comprender, y no solo al público gay, sino a todo público.
Nada más alejado de un filme de propaganda, ni siquiera de reivindicación, pues en él el aspecto erótico no es protagónico, sino que comparte espacio con asuntos como la violencia, el bullying y la falta de perspectiva social.
Cine de calidad. Otro punto rescatable: Moonlight es buen cine a secas, no porque sea de origen negro, ni por una temática polémica. Contrario a los que hace un año declaraban que las nominaciones estaban centradas en los blancos y que había que proponer una cuota de cine afroamericano en cada premiación (lo mismo habrían podido haber dicho los latinos o los asiáticos), o más bien de sus actores (sobre todo para el chimado Will Smith, que sigue sin ganar un Oscar, y que, junto con su esposa, encabezó la propuesta), esta película demuestra que, cuando algo es bueno en cine, la calidad termina imponiéndose, con premio o sin él, en este caso, significativamente, con un elenco sin famosos. Puro talento…
De Baldwin a Moonlight ha corrido mucha agua bajo el puente de la negritud gringa, un caudal que todavía arrastra porquerías, qué duda cabe, pero que, en general, también apunta a una mayor transparencia social y a la esperanza de que las comunidades (no solo la negra) evolucionen hacia una mayor inclusión de sus miembros diferentes, ya que, después de todo, ¿quién no es distinto de alguna forma?
El autor es escritor.