Merodean por las esquinas de sus barrios, están de brazos cruzados en sus casas, sin estudiar y sin trabajar. Son 1,2 millones de jóvenes centroamericanos de 15 a 24 años, vecinos de comunidades urbanas y rurales, en condición de pobreza, presa fácil para una mafia ansiosa por ganar batallas en Centroamérica: el narcotráfico.
Ahí, donde la escasez carcome, el narco llega como canto de sirena a vender falsas ilusiones y a cambiar el ocio de los jóvenes ninis (aquellos que ni estudian ni trabajan) por violentas trincheras de drogas, crímenes y extorsiones a cambio de dinero fácil.
La investigación del Banco Mundial “Ninis en América Latina” apunta que no hacer nada por estos muchachos solo contribuye a perpetuar la desigualdad social y genera una ecuación en donde el ocio y la pobreza combinados encadenan a los jóvenes a ser protagonistas de historias de terror, cuyo único fin es la cárcel o la muerte.
Pobreza. El aumento de la pobreza en Centroamérica evidencia una brecha cada vez más amplia. El rezago y la escasez echan raíces aún más fuertes en áreas rurales y costeras, donde habitan familias cuyas viviendas en mal estado carecen de servicios básicos como el agua potable, la electricidad y las telecomunicaciones. Estas condiciones propician la expulsión de jóvenes del sistema educativo y los pone en riesgo de las trampas del crimen organizado.
Según el Banco Mundial, en países de Centroamérica como Costa Rica y Honduras, el 20% más rico de la población concentra más de la mitad del ingreso laboral, mientras que dos de cada diez de los más pobres apenas suman el 4%.
Esa pobreza extrema se convierte en uno de los factores de la deserción de los sistemas educativos y golpea con mayor fuerza a los jóvenes de secundaria: edades en las que la delincuencia y el narcotráfico seducen con mayor facilidad a cambio de nuevos estilo de vida.
El anuario del Poder Judicial de Costa Rica anota que, en el 2015, de los 336 capturados por cometer un homicidio, el 80% tenía edades entre 18 y 34 años; 10% eran menores de edad. Negar esta realidad es evadir los efectos de una crisis de desigualdad social que sustrae oportunidades a más jóvenes centroamericanos.
Acciones. Los datos son motivación suficiente para que Estados, organizaciones no gubernamentales, empresas privadas y sociedad civil pongamos en práctica más acciones que disminuyan la deserción de los sistemas educativos, desde un enfoque que involucre la participación activa de los jóvenes en la toma de decisiones.
En Costa Rica, hay que celebrar estrategias estatales como Yo me apunto y Empléate , que apoyan a los muchachos para que se mantengan en las aulas y estudien una carrera que les permita ubicarse en una empresa. Sin embargo, no se puede pretender que el Estado y la educación resuelvan todo.
Desde la sociedad civil, existe el deber de fomentar más entornos para el empoderamiento de niños y jóvenes, en donde sean ellos los protagonistas de la construcción de soluciones de lo que les aqueja en su centro educativo o en su comunidad.
Desde el emprendedurismo social se deben diseñar más proyectos que retengan a la población joven en las aulas y que les permitan cuestionar su realidad y proponer soluciones desde la creatividad que ofrecen el arte, la cultura, las ciencias, el deporte y las letras.
Empoderamiento. La era de Internet y del uso de herramientas digitales demanda individuos más conectados que trasciendan del berreo en Facebook, para proponer acciones y soluciones, medibles y duraderas en el tiempo y en el espacio. Se requiere una sociedad interconectada para buscar buenas prácticas que sean replicables en nuestra región y que sirvan para luchar contra las trampas del narcotráfico, que recluta jóvenes a cambio de dinero fácil.
La juventud necesita empoderamiento para convertirse en agente cultural para la prevención de conflictos en comunidades y centros educativos. La cultura transforma, es generadora de oportunidades, tiene la capacidad de sensibilizar y de provocar emociones.
La educación y los programas de acción social en Centroamérica tienen el reto de mantener el contacto directo con las comunidades y la proximidad con los hogares para fomentar la creación colectiva y el diálogo franco, sin desestimar las variables de lo que es importante para una u otra comunidad.
El siglo XXI exige escuchar, planificar y actuar con las poblaciones más vulnerables, entrar de lleno a las comunidades costeras, rurales y a los barrios urbano-marginales para evitar que el anzuelo del crimen organizado siga pescando a más jóvenes que viven en la pobreza y de brazos cruzados.
El autor es periodista.