La mañana del 25 de mayo del 2000, Jineth Bedoya Lima, en el esplendor de sus veintitantos e imbuida de la pasión periodística que la motivaba desde hacía cuatro años a cubrir, como reportera de sucesos, los entretelones del inframundo carcelario colombiano, fue secuestrada en las afueras del centro penitenciario La Modelo de Bogotá. A vista y paciencia de una patrulla policial.
Lo que se desencadenó con el rapto fue el infierno: tortura, vejación, violación. El destrozo físico y emocional completo. El fin.
Pero Jineth no dejó de respirar. Fue tirada en una vía a más de 100 kilómetros de la capital. Y siguió viviendo. Si a eso se le podía llamar vida. Aunque pudo optar por el exilio, Jineth se aferró a lo único que le daba sentido a su entonces malograda existencia: seguir ejerciendo el periodismo.

Determinada a no ser nunca más noticia (escuela básica de nuestra formación), Jineth se obligó a no presentarse como víctima y enterró en las profundidades del alma el dolor de la vulneración que había sufrido; hasta nueve años después, cuando aceptó públicamente que durante el secuestro había sido violentada sexualmente varias veces.
Y empezó a asumir también la realidad de otra violencia: no encontraría justicia en su propio país y, por ello, en el 2010, empezó un extenso recorrido por el Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
En el 2012, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró su caso como crimen de lesa humanidad, como “parte de una estrategia sistemática para acallar a la prensa”, y el 18 de octubre del 2021, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en una sentencia emblemática, estableció no solo la responsabilidad del Estado colombiano, sino también y, por primera vez, el uso de la violencia sexual como forma de silenciamiento a las mujeres que ejercen el periodismo.
En los últimos 15 años, la potente voz de “No es hora de callar” de Jineth Bedoya, ha apoyado a más de 10.000 mujeres colombianas víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, y de explotación sexual y trata de personas y violencias basadas en género, en cualquier ámbito.
Ha publicado nueve libros, recibido una enorme cantidad de reconocimientos y es una de las 100 mujeres periodistas que cubren guerras y violencia más influyentes del mundo. Aunque obtuvo justicia del Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos y ello implica una enorme reivindicación, nunca logró que fueran enjuiciados los autores intelectuales de su secuestro (que ella sabe quiénes fueron).
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El año pasado, tras 24 años, regresó a La Modelo para colocar un mural conmemorativo. Poco después, el director del centro penal fue asesinado y reaparecieron las amenazas contra su vida.
Pese a vivir escoltada 24/7, está segura de que la matarán. Por eso, tiene prisa para lograr establecer el Centro de Memoria No Es Hora de Callar, que será el primero del mundo para dignificar a las mujeres víctimas de violencia sexual y para reconocer la labor de las mujeres periodistas.
Esta es la obra pendiente de las medidas de reparación exigidas por la sentencia de la Corte IDH, puesto que, hace cuatro meses, el Congreso colombiano aprobó la Ley No Es Hora de Callar, que creará un fondo de ayuda para mujeres periodistas y para víctimas de violencia sexual, así como un programa de capacitación permanente para funcionarios públicos.

Jineth Bedoya es un inmenso faro de luz. Conocerla me provocó profundo dolor, respeto y admiración.
Guardando todas las distancias, me llevó a recordar cuando, en 1986, tras la masacre de siete mujeres en La Cruz de Alajuelita* (Domingo de Ramos 6 de abril), pasé todo un año en La Reforma y las barriadas de la Quince de Setiembre, San Felipe de Alajuelita y algunos Hatillos –también como reportera de sucesos– siguiendo aquel terrible capítulo de violencia femicida colectiva, el peor de la historia de nuestro país. Una cobertura emocionalmente agotadora que hacía desde el privilegio de ejercer el periodismo en Costa Rica, con seguridad y con garantías constitucionales para la libertad de prensa, libertad que ahora debemos proteger más que nunca antes.
Las mujeres seguimos siendo víctimas de acoso, amedrentamiento y violencia sexual por el solo hecho de ser mujeres. También las mujeres periodistas sufrimos oprobios, difamación, censura indirecta y violencia para tratar de acallarnos en nuestro trabajo.
Quiero creer que, desde nuestra praxis, estamos implicándonos más en la lucha, siendo más empáticas con las víctimas y más decididas en su respaldo, para seguir contando las historias que deben ser contadas.
Debemos asumir que la precisión y la corrección en la presentación ética de los hechos noticiosos no está a distancia de la sororidad y el activismo (sí, el activismo) en la defensa de los derechos de todas las mujeres vulneradas. De todas. Incluyéndonos.
* En memoria de las vidas cercenadas de María Eugenia (4 años), Carla María (11), Alejandra (13), María Auxiliadora (11), María Gabriela (16) y Marta Eugenia (41).
vilma.ibarra@gmail.com
Vilma Ibarra es directora y conductora del programa radiofónico de opinión Hablando Claro.