La aprobación de la Ley de Voluntades Anticipadas constituye un gran avance para la atención de pacientes adultos mayores en la etapa final de sus vidas, principalmente, cuando ya no están en capacidad de decidir por ellos mismos.
Diariamente, tanto durante la atención de urgencias como en hospitalización, se nos presenta una encrucijada a las familias y al personal de salud en lo que respecta a la decisión sobre los tratamientos al final de la vida.
No son pocas las veces en que la familia delega en el médico con frases como “haga lo que tenga que hacer”, “si fuera su papá o su mamá, ¿usted qué haría?”.
Lo primero que les pregunto es qué habría preferido el paciente, si en algún momento habló del asunto cuando estaba en capacidad de tomar la decisión.
La respuesta mayoritaria es “nunca lo hablamos” o “papá o mamá siempre decían que no querían morir en un hospital, conectados a máquinas, o con sondas para alimentarse”.
La segunda respuesta facilita la toma de decisiones tanto a la familia como al equipo médico para adecuar el plan terapéutico de acuerdo con los deseos del paciente.
Siempre va a ser más difícil para el personal de salud, familiares, cuidadores y representantes legales de un paciente suspender los tratamientos o medidas invasivas frente a estas situaciones.
Tras la aprobación de la ley es cuando más se debe hablar de este tema, no solo en el ámbito médico y entre profesionales en el campo de la salud, ya incorporados o en formación, que atienden adultos mayores, sino también cada uno de nosotros o en los hogares.
Plantear cómo queremos morir contribuye a que cuando llegue el momento y la persona no pueda tomar la decisión, actúen por ella quienes mejor la conocen basándose en la voluntad anticipada.
El autor es médico geriatra y bioeticista, coordinador de la Unidad de Cuidado Intermedio del Hospital Nacional de Geriatría Dr. Raúl Blanco Cervantes.