
Mucho hablamos de la necesidad de generar un cambio en el país, pero no está claro qué es exactamente lo que debemos o queremos que se modifique. Con las próximas elecciones a la vuelta de la esquina, es muy necesario que nos cuestionemos esto.
Todos queremos que el cambio sea para mejor, sin duda; pero algunas propuestas para lograrlo resultan riesgosas y podrían no tener buenas intenciones. Y no solo se trata del fin, debemos poner atención a los medios para lograrlo.
Claro que hay mucho que cambiar. En los últimos años, mil y una cosas se han hecho mal en el país. Todos estamos –o deberíamos estarlo– descontentos con el nivel resistente de pobreza, con las eternas listas de espera de la Caja, con las órdenes sanitarias que amenazan o generan el cierre de las escuelas públicas y con la disminución general de la educación de niñas, niños y jóvenes; y a eso hay que sumar la inseguridad, la mora judicial, el descuido ambiental, la rampante corrupción… La lista es de no acabar.
Es urgente buscar soluciones a esos problemas añejos y que se profundizan día con día, ¡claro! Y mi voto, en febrero del 2026, será por quien presente propuestas claras y fundamentadas para la corrección de esos problemas; pero principalmente por alguien que no venga con el cuento de que puede lograrlo, si ya estuvo en el poder y no hizo nada o muy poco para lograrlo. ¡Plop! Aquí se me cayeron varios candidatos.
Pero también hay cosas que no quiero que cambien. No estamos en un contexto nacional y global seguro para abrir la caja de Pandora de modificar nuestra arquitectura estatal. En esto, prefiero lo viejo conocido en lugar del riesgo de una lucha de fuerzas de cualquier tipo que nos dejen peor que antes. Prefiero el sistema democrático, el sistema de pesos y contrapesos de control, la separación de poderes, y por eso, rechazo a rajatabla las solicitudes de apoyo con 40 legisladores (¡el corazón me dice que no; por coincidencia, es la misma cantidad que la de aquellos de Alibabá!).
Que hay que hacer muchas mejoras al Estado, al Poder Judicial, a la Contraloría… está clarísimo, pero es mejor que estas reformas legales se realicen dentro del espíritu democrático y los marcos legal y constitucional vigentes, que aunque viejitos y corregibles, todavía no han dado todo el potencial que tienen.
Me aterra que los nuevos vientos nos puedan llevar a transitar los caminos que recorren hoy Nicaragua, El Salvador o Venezuela, y las ideas totalitaristas y autoritarias que se vislumbran un miércoles sí y otro también deberían ponernos en alerta.
Una Asamblea balanceada es, creo, el mejor camino, y hasta es posible que yo termine “quebrando” el voto para asegurar una oposición digna y efectiva a cualquier intento peligroso.
Tampoco quisiera que cambie el tono general de nuestras relaciones. La concordia es una luz que se encendió en 1821, y que todavía es capaz de brillar e iluminar la construcción de un país mejor para todos, sin necesidad del grito, la amenaza, el insulto.
Conversar, acordar, ceder algo para ganar algo, me parece la mejor forma de convivencia social y prefiero que se respete ese pacto fundamental de nuestra nación, por lo que no votaré por un candidato o candidata que tenga el tono del presidente actual y que busque ponernos en contra unos de otros y romper la vocación de paz y “puravidismo” con la que, en general, todavía nos tratamos los ticos y ticas.
Podemos y debemos ser amigos aun en la diferencia. Mi voto será para quien se muestre abierto al diálogo, respete a sus contendientes y, sobre todo, nos respete, sea honesto y diga la verdad. Claridad y asertividad sin violencia. Populismo cero sería un ideal. Ya hemos tenido suficiente en los últimos tres años, y todavía nos queda un ratico de eso al Norte y al Sur. ¡Qué cansado!

No quisiera que cambie nuestra tendencia a la solidaridad, principalmente en cuanto al sistema social de salud. Debemos proteger a toda costa la Caja, cualquier intento de debilitarla y de reducir o privatizar el alcance de sus servicios debe ser para todos una luz roja sobre a quién apoyar y a quién no, con nuestro voto. Deberíamos apoyar a quien proponga soluciones y un calendario de largo plazo para pagar la deuda del Estado con la Caja, y a quien asegure una administración realmente autónoma y despolitizada de la institución y la salud pública.
La educación es un pilar básico de lo que somos y lo que seremos. Descuidar la educación pública ha sido uno de los peores pecados desde mediados de los 80. Llevamos 40 años de promesas de corrección y mejora, y lo cierto es que, aunque durante todo este tiempo se han dado algunos pasos hacia adelante, ha habido muchos más hacia atrás. No podemos pasar cuatro años más con una ruta imaginaria de la Educación. Las aulas no solo deben ser espacios para que los niños aprendan buenos contenidos educativos en las áreas fundamentales, sino también ambientes seguros, atractivos, motivadores para evitar la mediocridad y la deserción.
Quisiera poder votar por una persona que proponga ideas claras y un equipo capacitado para asegurar la calidad educativa, en general, y el nivel óptimo de inglés de nuestros graduados. Que proponga educar para la resolución adecuada de conflictos y la prevención de la agresión. Que se comprometa a retomar el programa para la sexualidad y la afectividad, y a ejecutarlo sin puritanismos y teniendo en cuenta la realidad de que los y las jóvenes inician su actividad sexual cada vez más temprano, y deben estar bien preparados para afrontar las consecuencias psicológicas y emocionales, y los riesgos de embarazo asociados.
Que ojalá proponga profundizar los contenidos de educación cívica, el funcionamiento del Estado y la historia patria. Que se preocupe por la evaluación y calidad docente, y proponga un plan para avanzar lo más rápidamente posible hacia la asignación del 8% del PIB al que obliga la Constitución. Nos quedará un 92% restante para todo los demás, que nunca será tan relevante como esto.
Debe cambiar la actitud del Ejecutivo sobre la inseguridad, ¡por supuesto! Debe ser obvia la intención de remangarse y buscar los acercamientos, diálogos y consensos necesarios para detener esta ola insufrible de asesinatos. Nos merecemos, además, una presidenta o presidente que, frente a un femicidio, muestre compasión y enojo por la muerte de esa mujer y se una al llamado de “ni una más”, en lugar de aprovecharlo para hacer política y generar aversión social contra el sistema judicial. Debe entender que la lucha aquí es contra el machismo y la cultura de masculinidad malentendida.
No debemos cambiar nada de nuestra vocación de cuidado y protección del ambiente, excepto que sea para profundizar y ampliar el sistema de reservas y protección. Esto no solo nos ha traído y nos trae enormes beneficios en términos de la reputación del país y turismo, sino que es además una obligación que tenemos con el planeta y las futuras generaciones. Votaré por quien muestre un compromiso real con el ambiente y en contra de la exploración y explotación de minerales fósiles, y también por quien presente propuestas para asegurar que todos los seres vivos, incluidos los animales, tengan un espacio de protección y seguridad para la sobrevivencia de su especie.
Quisiera que no cambie tampoco nuestra visión y manejo diplomático en relación con los derechos humanos. Ciertamente, quisiera que cambiemos la posición en relación con la aceptación incuestionada de migrantes de Estados Unidos; no solo no me parece aceptable que los seres humanos se conviertan en mercancías de cambio de favores (que terminan siendo humo, según la experiencia reciente), sino que, además, sean oscuras las condiciones en cuanto a protección de derechos y sensibilidad sobre las condiciones y riesgos para la seguridad y la autoestima de esas personas.
Por encima de todo, no quiero que cambie la idea de que la democracia, aunque imperfecta, ha sido un buen sistema de convivencia y administración política del país.
Deben cambiar, sí, los abusos, la corrupción, la ineficiencia, la respuesta tardía o incompleta, la duplicidad de funciones entre instituciones, la falta de planificación y metas país. Cclaro que eso debemos arreglarlo, pero tenemos que saber hacerlo en democracia, con respeto a la prensa y a la opinión contraria, construyendo y no destruyendo lo que es bueno, por el simple gusto de demostrar que se tiene la razón o por ego.
Votaré por quien nos asegure el cumplimiento irrestricto de las leyes y el respeto al sistema de distribución de poderes, y la obediencia (no ciega y con derecho al berreo) a las instituciones de control. Si hay algo que mejorar ahí, hagámoslo entre todos, y procurando la paz que nos facilitan la disposición al diálogo y la buena intención, tan propios de nuestro ADN.
Jorge Méndez es comunicador y psicólogo.