Pocas veces como ahora la frase «ser solidario en defensa propia», del filósofo español Fernando Savater, cobra sentido. El país se encuentra a las puertas del colapso hospitalario y de la peor catástrofe sanitaria de su historia.
Es inevitable que el gobierno tome medidas para garantizar la salud y la vida de la población —como la restricción vehicular, por ejemplo—, al mismo tiempo que trata de mitigar los efectos de la pandemia en la ya débil situación económica de las familias.
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Una de las principales amenazas que nos acechan son las fiestas clandestinas. Estas actividades masivas en propiedades privadas congregan distintas burbujas sociales para celebrar cumpleaños, baby showers, megabodas, topes, corridas de toros, peleas de gallos, partidos de fútbol o cuanta excusa haya para agruparse, y exponen a todos los participantes incumplidores de las órdenes y recomendaciones sanitarias. Son hoy por hoy grandes sitios de contagio y, por consiguiente, focos de transmisión.
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Como tienen lugar en propiedades privadas, el margen de acción de la policía se ve limitado y, como garantes del Estado de derecho, requerimos el permiso de un juez para entrar y frenar esos actos masivos.
La policía ha debido asumir la responsabilidad de intensificar las visitas a este tipo de actividades y seguirá solicitando, cuantas veces sea necesario, la orden a los jueces.
La mayoría de los festejos son cancelados con solo la llega de la policía, y se razona con los organizadores, pero lamentablemente en unas cuantas ocasiones se resguardan en el derecho de propiedad privada para evitar la entrada de los oficiales y continuar la celebración.
Nuestro llamamiento es a asumir la responsabilidad individual y practicar la solidaridad. Que existan fronteras para que la autoridad estatal no pueda intervenir, no reduce la responsabilidad de los organizadores ni elimina la afectación sanitaria en el país. Un colapso de nuestros servicios de salud repercute en la población por igual.
Hago un llamado a la conciencia, a la empatía y a la solidaridad de las personas para que dejen de organizar actividades masivas, y si alguien insiste, no vayan.
La fiesta clandestina en Puriscal y la megaboda en Fraijanes, este fin de semana, podrían traducirse en la infección de 500 burbujas distintas, y no habrá sistema sanitario capaz de soportar ese ritmo de contagio.
Convocar o asistir a una fiesta, en estos momentos dramáticos para el país, es mostrarse indiferente ante la saturación del sistema médico y ser poco empático con la preocupación de las familias cuyo rezo se eleva por la recuperación de un ser querido.
Ninguna persona ni familia está exenta de llegar a necesitar una cama en alguna unidad de cuidados intensivos.
La campaña de vacunación avanza al máximo de sus posibilidades y esperemos que pronto traigan más vacunas para acelerar el ritmo y la cobertura para alcanzar la inmunidad de rebaño que tanto soñamos. Pero mientras ese momento no se dé, debemos retomar la disciplina, evitar aglomeraciones y cumplir las medidas sanitarias emitidas por el Ministerio de Salud.
El autor es viceministro de Seguridad Pública.