Desde temprana edad, me diagnosticaron ansiedad y déficit de atención. Me conocían como un niño inquieto, irritable y distraído, que se comía las uñas y mordía los lápices, lo cual no me hacía muchos favores ante los profesores en la escuela.
Tuve la fortuna de contar con el apoyo incondicional de mis padres y asistencia psicológica; sin embargo, mi experiencia no refleja la realidad de la mayoría de los niños y jóvenes en Costa Rica, en especial los residentes en áreas marginales y que se educan en centros de enseñanza pública.
La dura verdad es que los recursos y la capacitación sobre cómo tratar a las personas con problemas de salud mental no son uniformes ni equitativos. Muchos niños y jóvenes afrontan situaciones y para ellos el apoyo emocional es una quimera. De hecho, el Ministerio de Salud confirma que la vulnerabilidad socioeconómica incide directamente en la salud mental de la población.
Como fue revelado en la campaña Sanamente, impulsada por el Ministerio de Educación Pública (MEP) y el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), los trastornos depresivos afectaron de manera significativa a los más jóvenes durante el 2022, en particular con edades de entre 5 y 14 años.
Mi conexión más inmediata con la educación pública es mi madre, profesora de Educación Preescolar. De acuerdo con estudios del Centro de Investigación y Docencia en Educación de la Universidad Nacional (CIDE-UNA), la educación en esa etapa de la vida está ligada al éxito socioeconómico y la estimulación psicosocial del alumno.
Ella ha trabajado en escuelas públicas durante más de 25 años. De su experiencia aprendí un preocupante panorama al ver cómo se acumulan decenas de niños en listas de espera en las escuelas para ser atendidos por problemas emocionales y de conducta, sin obtener respuesta o ser escuchados.
Los profesores no reciben capacitación para atender la salud mental de los estudiantes. Esta situación los deja vulnerables, sin el apoyo que tanto necesitan para enfrentar sus desafíos emocionales y pasa factura a la salud de los mismos profesores. El docente siente impotencia y desaliento en situaciones en las cuales, por ejemplo, los niños son escoltados de la clase por funcionarios del PANI debido a denuncias de violencia intrafamiliar o negligencia.
Para una gran mayoría de la población adulta, muchos de ellos padres de familia, hablar de salud mental es un tabú. Para algunos de esos padres, la ansiedad o depresión, e incluso las autolesiones de sus hijos, deben ignorarse, y lo toman como “una fase de la adolescencia”.
Los jóvenes hombres que levantan la mano y denuncian su estado mental son vistos como afeminados e inútiles por sus propios progenitores, cuando el hogar debería ser el mejor lugar para sentirse a salvo y protegido.
Según los datos presentados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Costa Rica se encuentra en el segundo lugar en Latinoamérica en cuanto a bullying escolar, con casi un 11 % de los niños que han declarado sufrirlo. Esto también lleva a un aumento en el deterioro de la salud mental de los jóvenes, una de las causas principales que el MEP rehúsa priorizar.
A pesar de los desafíos y las deficiencias en el abordaje de la salud mental en las instituciones públicas, mantengo la esperanza de una mejora en el futuro. Vivimos en un sistema disfuncional que necesita ser revisado. No obstante, también veo que hay una creciente conciencia sobre la importancia de la salud mental en el ámbito educativo y la sociedad en general.
Aunque enfrentamos corrientes adversas, veo destellos en la cercanía: el Colegio de Profesionales en Psicología ofrece una línea de atención de lunes a viernes (800-AQESTOY), que da a jóvenes apoyo emocional que seguramente no van a encontrar en sus casas, y menos en sus centros educativos.
Existen proyectos estudiantiles como Red Conecta, en Barva de Heredia, sobre prevención de suicidio, y StandingMind, de mi iniciativa, en el barrio San José de Alajuela, que muestran que el cambio está por llegar y, con él, una nueva era de enfoque y acción.
Como navegante optimista, tengo la convicción de que el viaje hacia una educación que proteja y promueva la salud mental de los estudiantes está en el horizonte. Como jóvenes, debemos ver normal conversar abiertamente sobre el tema, empezando en nuestros propios hogares.
El autor es estudiante de secundaria.