Martes 19 de octubre de 1897. El reloj de bolsillo del embajador británico acaba de confirmar que son las 7:40 de la noche, y uno a uno se va corriendo la voz de que faltan solo cinco minutos para que empiece la obra, la primera de muchas que se verían y oirían en el Teatro Nacional de Costa Rica.
Luego de una construcción de seis años, cuatro más de los proyectados originalmente, nuestra capital se vestía de gala para presentar la ópera Fausto, una adaptación de la obra de Goethe. Para la gran mayoría de los asistentes, era la primera vez que estaban delante de una ópera y en un teatro, que a diferencia del entonces Teatro Municipal ofrecía condiciones ideales para la acústica de aquella envergadura.
Fausto fue estrenado en 1859, en París, y para presentarse en la inauguración del Teatro Nacional se trajo a la compañía francesa Aubry.
Al dar las 7 con tres cuartos (como se decía entonces), la orquesta empezó a tocar y pocos minutos después se descorrió por primera vez el telón para mostrar en escena a Fausto, interpretado por un tenor francés, como un envejecido químico que se lamenta por haber dedicado su vida a la investigación y no tener razón de su existencia.
Los asistentes están magnetizados por la música de Charles Gounod, pero está aún por oírse el grito “me voici!” (“¡aquí estoy”!) de Mefistófeles, un demonio que le ofrece al incauto Fausto riqueza, poder y gloria, pero Fausto solo quiere volver a ser joven y para conseguirlo está dispuesto a lo que sea, tanto así que no lee la letra pequeña en la que se compromete a servir a Satanás toda su vida a cambio de obtener lo que desea.
A este punto el lector perdonará que no haga spoiler del final de la obra, pero sobre todo que no recoja las impresiones de los asistentes a las casi tres horas de función, ni las confidencias de los hombres mientras fumaban en el intermedio o de los invitados especiales que se regodeaban en el foyer del teatro, pues se moverían todas en el ámbito de la ficción.
Una obra tras otra, desde aquel Fausto, han desfilado zarzuelas, ballets, compañías de teatro, ensambles, música popular. Detrás de ese telón, han compartido tablas grandes talentos extranjeros y también han nacido talentosísimos artistas costarricenses.
Desde el 2018, el Teatro Nacional se convirtió en símbolo nacional del patrimonio histórico-arquitectónico y libertad cultural, el número 14 y el primero arquitectónico del país, pero la historia de esta joya que adorna el centro de San José aún se sigue escribiendo.
El autor es internacionalista.