En este continente, plagado de golpes de Estado y desigualdades de todo tipo, amenaza con pasar inadvertido algo inusitado: la elaboración de un texto constitucional por un conjunto de ciudadanos (de a pie, podría decirse), elegidos democráticamente para tal objetivo y sin imposiciones desde arriba.
Sucede en Chile, y culminará el 4 de setiembre, cuando nuevamente el pueblo será convocado para aprobar o improbar el texto. Un poquitín de historia es necesario para valorar plenamente lo actuado. El 11 de setiembre de 1973 un golpe militar, encabezado por la cúpula militar del Ejército, derribó al gobierno constitucional de Salvador Allende, quien pereció en el palacio presidencial.
A esto siguieron 17 años de persecución, tortura, muerte y exilio para quienes habían apoyado al depuesto mandatario. En 1989, un referendo puso fin al desgobierno militar, no sin que este impusiera antes una Constitución (1980) redactada por unos cuantos y sin consulta alguna al pueblo.
Al fin, a partir de 1990 se sucedieron algunos gobiernos con cierto grado de libertad, pero limitados por una constitución hecha para que todo quedara “atado y bien atado” y bajo lineamientos estrictamente neoliberales. Resultado: un sistema que se vendió en el extranjero como “el milagro chileno” y que, con el paso de los años, condujo a una sociedad con grandes desigualdades socioeconómicas como consecuencia de un Estado orientado hacia el beneficio de unos pocos y la miseria y el abandono de las mayorías.
Hacia el 2019 y el 2020, grandes manifestaciones populares obligaron al entonces gobierno derechista a aceptar la realización de una gran convocatoria, de la cual salió elegida por votación popular una asamblea constituyente, sin intervención de organismo oficial alguno. Y así, con participación de sectores de izquierda, centro y derecha, se formó la Convención Constituyente que, un año atrás, comenzó a reunirse para entregar al actual presidente chileno un texto, algo que finalmente ocurrió hace pocos meses.
Algunos hechos que deben resaltarse: 1) fueron elegidos 155 representantes y la primera presidenta fue una mujer mapuche, algo insólito; 2) aunque predominaron los representantes de la izquierda y de los independientes, hubo también una buena representación de los conservadores; 3) se insistió para que estuvieran igualmente representados hombres y mujeres, algo extraordinario a escala no solo latinoamericana, sino mundial; y 4) se otorgó un número apreciable de asientos a los representantes de los pueblos autóctonos (mapuches, aymaras y 10 grupos más), población siempre burlada por los gobernantes y en efervescencia contra el sistema por la invasión de sus territorios y el desprecio de sus culturas.
La opción es clara a favor de una constitución elaborada directamente, en libre discusión, por representantes de toda la población, o bien, votar en contra y quedarse con la otra, con la que fue redactada entre bambalinas por un régimen dictatorial y para favorecer a los sectores dominantes, y sin consulta popular por añadidura.
No hay duda de que los ojos del mundo estarán fijos en Chile y en su referendo del 4 de setiembre. Todo un ejemplo.
El autor es filólogo.