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Occidente y su incapacidad para descifrar los objetivos de Irán

Así como la Europa de los años treinta no supo leer el peligro que representaba el fascismo, en especial el alemán, tampoco Occidente ha sabido comprender el peligro de un régimen fundamentalista religioso como el de los ayatolas.

La comparación histórica exige una serie de precauciones como antídoto contra la descontextualización. Lo más relevante es tener conciencia de que los hechos históricos y, por ende, los procesos en los que se insertan, son únicos e irrepetibles. Sin embargo, en el conflicto entre Irán y sus aliados contra Israel, no deja de llamar la atención la presencia de elementos relacionados con la política internacional que remiten al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El año 1938 fue clave para lo que los historiadores llaman “el apaciguamiento”, es decir, la política internacional seguida por los tres principales aliados que resultarían vencedores: el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos.

El Imperio británico era el más grande de la época. Varias razones llevaron al primer ministro Neville Chamberlain a conducir una política no confrontativa con Hitler.

Adolf Hitler en 1938 durante la colocación de la primera piedra de la fábrica Volkswagen en Alemania, un evento emblemático del auge nazi en el contexto de la política de apaciguamiento que resonaría en conflictos geopolíticos actuales, como el de Irán e Israel.
Hitler colocando la primera piedra de la fábrica de automóviles Volkswagen en Fallersleben, Alemania, en mayo de 1938. Foto AP/ Archivo.

En primer lugar, por el peso de la vivencia traumática durante la Gran Guerra y el deseo de evitar una conflagración más sangrienta, ya que la memoria histórica no era un concepto filosófico, sino una experiencia vívida.

En segundo lugar, Europa se estaba recuperando de los efectos de la crisis de 1929, enfrentada en la mayoría de los países con un recetario macroeconómico y, a la vez, testigo de la aparición de un régimen de excepción, la Alemania nazi, que veía en la expansión militar una salida válida para superar los efectos demoledores del gran crash en un país centroeuropeo.

La Alemania nazi era un tipo de régimen nuevo que tenía como enemiga a la democracia liberal europea, aspecto que los diseñadores de la política exterior occidental no entendieron.

En tercer lugar, el Reino Unido había esgrimido una especie de mea culpa por las condiciones draconianas impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, y consideraba que había que suavizar la postura frente a Hitler.

En cuarto lugar, está la complacencia británica ante la exigencia de Hitler de incorporar territorios de habla alemana que quedaron dispersos tras el hundimiento del Imperio austrohúngaro; por tanto, los Sudetes fueron cedidos a Hitler para apaciguarlo.

En quinto lugar, la autopercepción inglesa de debilidad frente a Hitler y su política de rearme.

En sexto lugar, la política keynesiana de control del gasto, que impidió a los ingleses asignar un presupuesto más elevado para la defensa.

Estas dos últimas razones se confabularon para hacerles creer que, dada la inmensidad de sus dominios coloniales, resultaría imposible defenderse si entraban en guerra contra Hitler.

En octavo lugar, la Liga de las Naciones no supo leer los tiempos y no se percató del mensaje que daban Japón y Alemania al salirse de ella; uno por el rechazo a la incorporación de Manchuria y el otro por denunciar el Tratado de Versalles.

En noveno lugar, había antisemitas dentro del cuerpo político británico que veían con buenos ojos a Hitler por su política contra los judíos en Alemania.

La gama que conformó el contexto previo a la Segunda Guerra Mundial, por consiguiente, abarcó aspectos variados de índole económica, psicosocial, política, geopolítica, de relaciones internacionales y del ascenso del antisemitismo en Europa.

Sabemos que la política de apaciguamiento fue un fracaso. Lejos de contener la guerra, la aceleró, porque fue interpretada por Hitler como una señal de debilidad y temor, sobre todo de los ingleses.

La Rusia estalinista, por su parte, fue neutralizada gracias al Pacto Molotov-Ribbentrop y con él la suerte de Polonia, línea roja de los aliados occidentales.

Imagen del ataque de Irán contra Israel el 1 de octubre, reflejando las tensiones y el conflicto persistente en Medio Oriente.
Ataque de Irán contra Israel el primero de octubre. Foto AFP

Ciertamente, Occidente no se encuentra expuesto a un proceso de recuperación económica como el de 1929, pero el temor a una recesión debida a un desequilibrio de los precios del petróleo revolotea como ave de rapiña que presagia momentos aciagos y el régimen de los ayatolas se ha aprovechado de ello para sostener su política de agresión contra Israel.

La política de apaciguamiento hacia Irán la marcó el gobierno de Obama y la ha continuado la Administración Biden, a raíz de un temor al programa nuclear iraní y a la dependencia del petróleo. Son los Chamberlain de nuestra época, y dentro del establishment estadounidense hay fuerzas antisemitas.

Así como la Europa de los años treinta no supo leer el peligro que representaba el fascismo, en especial el alemán, tampoco Occidente ha sabido comprender el peligro de un régimen fundamentalista religioso como el de los ayatolas.

No es Israel el factor de desequilibrio regional en Medio Oriente, sino Irán y su dimensión mágico-religiosa.

Es cierto que el régimen nazi desarrolló ciertos rasgos de tipo mágico, pero la dimensión mágico-teológica del régimen iraní supera por mucho al nazismo. La idea de la divinidad no permeó en Hitler como lo hace en el fundamentalismo iraní y sus proxies, una divinidad que además está a su favor y ordena a sus huestes contra el pequeño y gran Satán, como llaman a Israel y a Estados Unidos.

Líderes como Macron, Sánchez, Biden y Harris han hecho algo que no hicieron los líderes europeos de antaño, como lo es solicitar una política de contención al agredido.

El régimen iraní no busca la unificación de regiones chiitas dispersas, como pretendía Hitler después de la desintegración del Imperio austrohúngaro, pero sí que la visión chiita del islam acabe siendo dominante en el Medio Oriente.

La lucha contra Israel es propia del fundamentalismo islámico iraní, pero no deberían engañarse quienes creen que ahí terminan sus objetivos. Hay un conflicto latente por dominar el Medio Oriente islámico entre los chiitas y los sunitas, e Israel es el principal obstáculo para arrodillar a los sunitas, representados por Arabia Saudita.

Irán, junto con Corea del Norte, es probablemente el único régimen al que no le importa amenazar con la destrucción nuclear a otra nación miembro de las Naciones Unidas. La ONU, al igual que su antecesora, la Liga de las Naciones, no ha hallado la manera de frenar al régimen iraní, y lo más preocupante es que probablemente estemos en presencia de sectores dentro de la ONU que comparten su visión antisemita.

Ali Jamenei hablando ante la multitud en Teherán tras ataque israelí, 27 de octubre de 2024, en contexto de apaciguamiento.
El ayatola Ali Jamenei, líder supremo de Irán. Foto AFP

rafael.cordero@goldenvalley.ed.cr

Rafael Cordero Chacón es profesor de Historia en el Bachillerato Internacional y especialista en el Holocausto.

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