La obra El cascanueces, de Chaikovski, y el libro que lo inspiró dieron lugar a un entrañable ballet que en varias partes del mundo marca el comienzo de la época navideña, pero ¿qué tiene esta historia, culturalmente lejana, que nos hace sentir en Navidad sin saber muy bien por qué?
El cascanueces y el rey de los ratones es el título del cuento original del alemán E. T. A. Hoffman, quien lo escribió en 1816. La trama tiene lugar la noche del 24 de diciembre durante la celebración navideña de la familia Stahlbaum.
Los pequeños Fritz y Clara aguardan con emoción para abrir sus regalos delante de toda la familia. Clara recibe de su padrino Drosselmeyer, con gran alegría, un muñeco vestido de soldado, cuya función es quebrar las cáscaras de nueces y semillas, típicas de la temporada.
A partir de ahí, sucederán varios acontecimientos y el preciado juguete acabará roto. Durante un sueño o hecho fantástico, el cascanueces debe enfrentarse al temido rey de los ratones y sus terribles secuaces. Como premio por la ayuda prestada durante la lucha contra el villano, la muñeca Clara, que la representa a ella en el sueño, y el sobrino de Drosselmeyer, que encarna al cascanueces, son llevados al reino de los juguetes, donde se descubre que el cascanueces es un príncipe y solo el amor verdadero le devolverá a su forma original.
Entre las batallas, los juguetes y los reinos de caramelos, parece que la temática navideña queda olvidada en las primeras páginas de la obra, pero esto no bastaría para elevarlo al clásico de esta época.
Hay algo en el cuento, adaptado años después por Alexandre Dumas —famoso ya por Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo—, que lo torna más que entrañable, y es que se trata de la historia que solo es posible leer a través de los ojos de un niño. Esa es, en alguna medida, la promesa de la Navidad: vivir de nuevo la vida con la ilusión de las Navidades de la infancia, la de hacernos pequeños para contemplar con nuevos ojos lo más esencial y simple de la existencia.
Un ejemplo de cómo una lectura distinta genera el efecto contrario fueron las críticas mordaces que se escribieron los días siguientes al estreno del esperado ballet, inspirado en este cuento y que, en apariencia, tenía todo para ser un éxito: la música era de Piotr Ilich Chaikovski (compositor de las taquilleras producciones La Bella Durmiente y El lago de los cisnes), la coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, la interpretación corría a cargo del Ballet Imperial de San Petersburgo y se presentó en el Teatro Mariinski.
Los críticos que presenciaron la función escribieron columnas enardecidas contra El cascanueces, les parecía que aquello ni siquiera era un ballet propiamente dicho y que era insultante el que hubiera niños en el escenario (era inconcebible que menores de edad actuaran junto con bailarines consagrados). La historia les pareció un sinsentido: una fiesta navideña mezclada con juegos infantiles y sueños de azúcar.
En su visión, el ballet contaba siempre una historia profunda y dramática, nadie estaba para juegos infantiles en tutú. Solo coincidieron en que la música fue memorable. ¿Quiénes se equivocaron? ¿Los grandes artistas que produjeron la obra o los críticos que la juzgaron imparcialmente? ¿Debía haber sido anunciada como una actividad para niños y no de consagrados del ballet y la composición?
Creo que la pista para entender la historia del cascanueces se cuenta en las primeras páginas y escenas, pues son los niños los que nos dicen a los adultos lo que la Navidad es justamente, porque la Navidad es celebración de un niño que continúa invitado a todos a hacerse niños.
En el clásico de Antoine de Saint-Exupéry, el Principito dice que “las personas mayores nunca pueden comprender algo por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”.
En los cuentos de hadas, como en los clásicos, se tratan aspectos esenciales sobre el bien y el mal, acerca de lo que es verdaderamente importante y lo que da felicidad. Tal vez este año al fin nos dejemos encantar también para ver lo que los pequeños miran y viven.
El autor es internacionalista.