Días atrás, La Nación publicó el artículo titulado “País se abasteció solo con energía renovable por 110 días seguidos”.
Voy a detallar algunos aspectos ambientales sobre la energía hidroeléctrica que se han pasado por alto y que, aunque resulta excelente que el país sea un modelo en energías renovables a escala mundial, no deberíamos ignorar, pues, al final, los afectados, además de los ecosistemas, somos nosotros mismos.
El primero es la fragmentación de hábitats. Los ecosistemas de agua dulce (ríos y quebradas, entre otros), son corredores biológicos que favorecen el intercambio de nutrientes y el paso de toda clase de animales terrestres y acuáticos, principalmente peces. En Costa Rica tenemos unas 10 especies de peces migratorios que, para reproducirse, necesitan desplazarse desde lo alto de los ríos hasta la costa o viceversa. Un ejemplo es el bobo ( Joturus pichardi ), que habita en la vertiente caribeña y se considera en peligro.
La construcción de un proyecto hidroeléctrico implica colocar una represa a lo ancho del río para crear un embalse que permita llevar el agua por conductos hasta la casa de máquinas, donde las turbinas serán movidas por la fuerza del agua y así se genera electricidad.
Esa agua, posteriormente, es liberada kilómetros abajo en el mismo río de donde fue tomada. Por eso se ha ganado el nombre de “renovable”. Sin embargo, estos proyectos no han considerado la fauna del río con hábitos migratorios, ni a las especies terrestres que ven bloqueado su paso.
La fragmentación de hábitat es considerada una causa de extinción de especies. En Costa Rica ya se observa este fenómeno en ríos que tienen represas y donde ya no habitan peces como el bobo, el tepemechín ( Agonostomus montícola ) o la machaca ( Brycon costaricensis ), entre otros.
Pérdida genética y deforestación. Esto abre paso a otro problema, pues al eliminar de un ecosistema a una, o en este caso a varias especies, la resistencia ambiental que limita el crecimiento de poblaciones, y por ende mantiene el equilibrio, se rompe, generando sobrepoblaciones de otras especies y así comienza una serie de sucesos que van desencadenando en otros causantes de extinción, como lo es la pérdida genética y la deforestación generada en el proceso constructivo de la hidroeléctrica, acompañado de la contaminación del subsuelo y el agua por residuos químicos y físicos que se van produciendo en el proyecto.
Una vez que finaliza la etapa constructiva, entra la operativa y los problemas ambientales están lejos de terminar.
Los ríos van arrastrando sedimentos de forma natural, y cuando estos sedimentos avanzan sin obstrucciones se encargan de llevar nutrientes hasta las tierras bajas y el mar. Pero cuando estos sedimentos comienzan a acumularse en el embalse, le quitan capacidad de producción a la planta hidroeléctrica, pues el volumen de lodo desplaza el del agua.
Muerte por asfixia. Para evitarlo, una vez al año se abren compuertas de la represa para liberar al río millones de toneladas métricas de sedimento y el efecto que esto tiene en el ecosistema acuático es destructivo: los peces mueren asfixiados casi en su totalidad.
Este asunto se viene dando desde que existen las represas, y ya había sido publicado en la revista Biocenosis de la UNED en 1980, en el artículo: “Miles de peces muertos en el río Reventazón”, de Sebastián Salazar. Y falta mencionar el grave daño que causa este material al llegar al mar. Su efecto en los ambientes coralinos es devastador.
Hay otro efecto de las represas hidroeléctricas que nada más mencionaré: su aporte al calentamiento global.
Según un nuevo estudio de la Universidad Estatal de Washington, los embalses asociados a represas producen el equivalente a un 1,3% de todos los gases de efecto invernadero producidos por los seres humanos, especialmente metano, gas de efecto invernadero 34 veces más potente que el dióxido de carbono.
Con solo repasar brevemente estos problemas entendemos que estamos ante una generación más amigable, pero no más limpia ni sostenible, sobre todo porque ya no se considera renovable el recurso agua, que, al contrario, es muy vulnerable.
Está claro que todo modelo energético que se utilice generará un impacto, pero sin duda Costa Rica tiene la capacidad técnica y tecnológica para afrontar estos retos, y es en esto en lo que debemos enfocarnos y no en maquillar una triste realidad que nos está matando lentamente. Al final, las futuras generaciones pagarán caro nuestros errores.
El autor es presidente de la Asociación Costarricense de Acuarismo para la Conservación de los Ecosistemas Dulceacuícolas (Acaced).