La evaluación se lleva a cabo de alguna forma en todos los ámbitos de la vida. Si se elimina, pierde el propósito de alcanzar objetivos. Solo con evaluación es posible determinar lo que funciona y lo que debe cambiar.
Por ende, la evaluación es una parte natural del crecimiento y el aprendizaje, ¿por qué entonces cuesta tanto hablar del tema en referencia a la educación? Médicos se basan en exámenes para sugerir tratamientos, mecánicos realizan pruebas a vehículos para que estos funcionen de la mejor manera y prevenir accidentes, técnicos e ingenieros se fían de pruebas para arreglar máquinas. Sin embargo, cuando el sistema educativo solicita las pruebas es motivo de alarma.
El 22 de febrero, en una nota informativa, este diario tituló “Padres y docentes inquietos por pruebas diagnósticas del MEP que comenzarán el lunes”. Primero, no me queda claro por qué los padres y los docentes están inquietos, si la prueba diagnóstica es para los estudiantes. Segundo, asociar pruebas con sentimientos negativos perjudica el proceso de enseñanza y aprendizaje.
En una situación ideal, la enseñanza, el aprendizaje y el procedimiento de evaluación van de la mano. Ciertamente, es una creencia errónea que la evaluación sucede después del proceso de enseñanza-aprendizaje. La prueba diagnóstica es una herramienta útil que lo antecede, con el fin de determinar fortalezas, debilidades, conocimientos y habilidades individuales de los estudiantes antes de la instrucción. Se utiliza, principalmente, para conocer las dificultades de los estudiantes y planificar lecciones y planes de estudio.
Con la información, el docente elabora un plan individual para potenciar el aprendizaje de los alumnos, esencial para la recuperación de tantos años de interrupciones en el sistema educativo público.
Las pruebas diagnósticas no inciden en la calificación del estudiante, su propósito es brindar información. El punto de partida ideal de un nuevo año lectivo es algún tipo de prueba diagnóstica. Esta práctica común se fundamenta en la teoría de desarrollo próximo, propuesta en 1931 por el psicólogo ruso Lev Vygotski.
Según la teoría, el docente debe conocer la zona donde se encuentra el estudiante para que se dé el aprendizaje. La primera es la zona de desarrollo real, y se refiere al conjunto de conocimientos y habilidades que el estudiante ya hace por sí mismo.
La segunda es el desarrollo próximo, donde ocurre el aprendizaje, es lo que se es capaz de aprender con ayuda de otra persona más capacitada —aspecto social del aprendizaje—, lo que Vygotski llamó “el otro más conocedor”. Son las habilidades y conocimientos que un estudiante no domina, pero adquiere gracias al docente.
La zona de desarrollo potencial es lo que finalmente aprende el estudiante después de recibir ayuda, de lo que se apropió y puede aplicar con autonomía.
En otras palabras, si se le enseña un concepto muy simple o muy complejo, se corre el riesgo de perder su atención y participación en el proceso de aprendizaje, ya que no está en la zona donde el aprendizaje se convierte en significativo.
Las pruebas al comienzo del curso lectivo preparan el terreno para el éxito, pero la evaluación continua será la que asegure el cumplimiento de los objetivos y el reajuste como corresponda.
Para monitorear el aprendizaje, existe también la evaluación formativa, es decir, medir cómo el alumnado aprende durante un curso, y no es necesario asignarle una calificación. Como complemento, la evaluación sumativa está diseñada para medir cuánto se aprendió después de una unidad y, por lo general, se le asigna una nota que representa los conocimientos adquiridos.
De la misma forma, se debe valorar el desempeño de los docentes mediante cuestionarios, entrevistas y observaciones de colegas, directores, padres de familia y estudiantes. Los docentes aprecian el proceso de retroalimentación como valioso componente de su desarrollo profesional.
La evaluación es beneficiosa para el individuo y el conjunto. En lo personal, determina el éxito en el alcance de los objetivos, ya que existe una estrecha relación entre la evaluación y el aprendizaje. En lo sistémico, la evaluación proporciona información sobre el diseño y la ejecución de programas.
Retomar la conversación sobre las evaluaciones traerá grandes beneficios al sistema educativo al perder el miedo, librarse de connotaciones negativas y apreciarse como una etapa clave en el círculo constante de la enseñanza y el aprendizaje.
La autora es consultora en educación y crianza.