En una entrevista con este diario, publicada el 15 de mayo del 2012, el mundialmente reconocido ecólogo Dr. Daniel Janzen expresaba su preocupación por «el deterioro de las iniciativas de protección de los recursos naturales en Costa Rica» porque las leyes no eran suficientes. Faltaban recursos y esfuerzos ciudadanos.
«Mientras los viejos pierden su energía, los jóvenes van por otras cosas. Lo que hay es una gradual descomposición de las áreas silvestres actuales, porque estas son pequeñas y están maltratadas y muy fragmentadas porque no se les permitió desarrollar por completo su capacidad de florecer como ecosistema», declaró en aquella ocasión.
Las ideas de Janzen están más vigentes que nunca. Costa Rica vive de la fama creada a partir de los años 70, cuando dos hombres visionarios, Álvaro Ugalde Víquez (ya fallecido) y Mario Boza Loría, apoyados por un puñado de valientes que en aquel momento se convirtieron en guardaparques, fundaron el Servicio de Parques Nacionales.
A finales de los años 80, las áreas protegidas se constituyeron en el principal imán de atracción de turistas extranjeros, y empezamos a acuñar y utilizar términos como ecoturismo, biodiversidad, etc.
El turismo fue creciendo hasta constituirse en una de las actividades más rentables para la economía del país. Asimismo, crecieron las actividades relacionadas con nuestros recursos naturales, principalmente cerca de nuestras áreas protegidas; aumentaron los hoteles, las agencias de viajes dedicadas al turismo ecológico, las visitas a las áreas protegidas, los guías, etc.
Muchas personas vieron con buenos ojos la creación de áreas protegidas; sin embargo, no por su importancia en la conservación de los recursos naturales, sino porque lo vieron solamente como un atractivo de consideración para generar riqueza económica.
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Lamentablemente, nuestras áreas protegidas, con el tiempo, perdieron su visión inicial, que era básicamente la conservación de recursos únicos para que, al preservarlos, mejorara la calidad de vida de nosotros, los seres humanos. Se fue dando énfasis a la idea de que nuestras áreas silvestres protegidas eran un atractivo turístico y lo fundamental no era la conservación de especies animales y vegetales, sino el desarrollo de turismo y la visitación.
Con dolor, debo decir que sostenemos un doble discurso; que no estamos haciendo lo suficiente para mantener y conservar nuestras áreas silvestres protegidas, que desde hace varios años son objeto de un abandono sistemático que perjudica los ecosistemas que allí se protegen.
No hay suficientes recursos para su funcionamiento, ni guardaparques, y están asediadas por el narcotráfico, la extracción de madera y oro y la cacería. ¿No sería mejor si de verdad fuéramos consecuentes con el discurso de que somos un país verde que respeta los recursos naturales y nos convertimos realmente en un ejemplo para el mundo sobre lo que se debe hacer para mitigar el efecto del cambio climático global y mejorar la calidad de vida del ser humano en este planeta?
Nuestra riqueza no está en el oro, petróleo o cualquier bien material pasajero. Nuestra riqueza está en los recursos naturales que hemos cuidado a medias en los últimos 50 años. Tenemos que trabajar más en la educación de nuestro pueblo para cambiar la percepción que se tiene de que las áreas protegidas son lugares que no producen nada.
Se debe trabajar con las comunidades para que reciban los beneficios de las áreas silvestres, pero en este momento no se debe descuidar ni un minuto más las áreas de mayor biodiversidad de nuestro país. Tenemos una nación que ha hecho un gran esfuerzo en la conservación de los recursos naturales, pero se puede perder por falta de interés verdadero en el mantenimiento.
Con respeto, pido que se deje de lado el doble discurso y seamos firmes en la conservación de los recursos naturales. ¡Ya basta de inacción y parálisis! Debemos ser consecuentes, revertir lo que estamos viviendo y retomar un liderazgo en este campo, inspirados en el entusiasmo por la conservación al que hacía referencia el Dr. Janzen, y tomemos conciencia de que lo estamos haciendo por nosotros, nuestros hijos y la vida en el planeta.
El autor es doctor en Manejo y Conservación de Vida Silvestre y profesor «ad hoc» en la Universidad Nacional.