Fui uno de decenas de costarricenses competidores en el XIII Campeonato Mundial de Natación Máster en las ciudades suecas de Gotemburgo y Borås, en agosto del 2010. Fue la cúspide de alguna ambición deportiva que haya tenido. Asistieron alrededor de 6.000 nadadores de un centenar de naciones, unidos en espíritu deportivo y camaradería nacional.
Había comenzado a nadar competitivamente a los 44 años. Es decir, para el campeonato mundial en Suecia llevaba seis años de madrugar, echarme al agua fría, sufrir en fogueos, ahogar las rabias de descalificaciones por vueltas mal dadas o salidas en falso. Gajes de un pasatiempo que mejoró significativamente mi calidad de vida.
Competí en cinco disciplinas, y en mi mejor desempeño logré un decimonoveno lugar en una de ellas; siendo menos lento que la mitad de mis rivales. A mucha honra, la mitad más rápida creo que en su juventud habían sido nadadores de alto rendimiento, aunque mi sospecha mayor fue que habían sido o eran todavía soldados activos de alguna fuerza especial, a juzgar por el físico de algunos. Tiene sus desventajas el venir de una sociedad civil por antonomasia.
En todo caso, me sentí como el rey del mundo al no llegar de último en mis carreras. Fue el sentimiento compartido por los compatriotas, al haber estado ahí en un ambiente tan sano y cosmopolita. Todos nos alegramos por el primer lugar alcanzados por Jonathan Mauri y Claudia Poll en dos de sus competencias. Se me escapa a la memoria, pero me parece recordar a otros miembros de la delegación costarricense quienes alcanzaron medalla, pues se premiaba con una a los primeros diez lugares de cada competencia. No había per se la clásica diferenciación olímpica de oro, plata y bronce, aunque claro, era un acontecimiento mundial, auspiciado por la Federación Internacional de Natación (FINA).
Experiencia. La gran mayoría de los participantes ticos teníamos ya nuestras vidas hechas o comenzaban a paso firme sus vidas profesionales. Algunos como yo, Claudia Poll y Jonathan Mauri nadábamos en representación de clubes privados o asociaciones deportivas con fines de lucro. No nos sobró el dinero para participar en Suecia, pero tampoco nos faltó. Una empresa de pinturas nos donó buzos y creo que la Fecona nos consiguió camisetas alusivas a la actividad. Fue lo que le quitamos al erario costarricense.
Nadé cuatro años más, disfrutando cada gramo de adrenalina en competencias locales y todo un mundo de amistad con compañeros de equipo y rivales en otros. Pensé que lo hacíamos por salud. Recuerdo a la inolvidable doña Julieta Brenes (q.d.D.g.) compitiendo a sus ochenta años y logrando medalla en un campeonato mundial en Australia.
Pensé que competíamos en el circuito de natación máster como un favor a nuestra salud física y emocional, propia y la de nuestros allegados. Nunca sentí que debía yo ser remunerado por esa convicción. Quizás por descender solo a medias de esta bendita tierra, o por haber vivido muchos años en el extranjero es que siempre he sentido un entrañable cariño por la institucionalidad y los habitantes de este país.
Muchos de ellos nunca tuvieron ni tienen las oportunidades que la vida y mi familia me dieron. Se me hinchó el pecho y lloré cuando Claudia Poll logró que tocaran el himno nacional en Atlanta en 1996. La millonada que se le dio en consecuencia no solo fue justa, sino también justificada para que pudiese mantener su nivel competitivo durante los años inmediatos.
Cambio de circunstancias. Catorce años después, la biología, el presupuesto nacional y las prioridades de una política deportiva habrían de mostrar otros caprichos y prioridades. Exempli gratia, los ¢167 millones otorgados a Nery Brenes, quien se encontraba en el apogeo de su carrera una década más tarde y, en efecto, necesitaba todo el apoyo financiero para dar dar más de sí. ¿No andaban por ahí Hannah Gabriels, Leo Chacón, Andrey Amador?
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La natación máster es la de quienes nos negamos a envejecer siguiendo los dictados tradicionales del sedentarismo. Nada más. Imposible lograr los rendimientos de un Michael Phelps o unas hermanas Poll veinteañeras. Ese nunca fue el objetivo del circuito de natación máster. Ojalá una buena parte de los casi ¢400 millones otorgados a Mauri y a Claudia Poll por su participación en el 2010 sean devueltos a niños y jóvenes quienes disfrutan compitiendo en el agua.
Ya fuese un político politiquero o un funcionario descuidado, el Icoder hizo una pobre redacción y peor interpretación de lo que podría ser un premio, ya de por sí controvertido, en un país de recursos tan limitados. Tanta concentración de recursos en unos poquísimos atletas, ya en decaimiento, no es más que un robo a nuestra juventud. ¡Qué dicha que fue eliminado!
El autor es comunicador.