Las larvas de esas pequeñas mariposas nocturnas llamadas polillas no leen. El objetivo de esos gusanos de dos milímetros de longitud no es aprender o informarse; lo suyo es destruir y dañar con tal de satisfacer su apetito voraz. Esa es su razón de ser.
Así lo constaté, una vez más, a finales del pasado mes de enero, cuando decidí leer por primera vez una novela literaria que compré el 29 de agosto del 2013: Larga noche hacia mi madre, del escritor costarricense Carlos Cortés.
Encontré esa obra, publicada por la editorial Alfaguara, en el anaquel más bajo de un librero de madera con cinco niveles. Cada una de sus 102 hojas, así como la portada y la contraportada de cartulina se veían carcomidas por insaciables larvas de polillas. No se salvó ni la firma que el autor garabateó en la página 3.
“Se dieron gusto comiendo”, pensé mientras buscaba a los hambrientos comensales que aún devoraban papel y tinta. Diminutos, mínimos, insignificantes. “¿Cómo es posible que algo tan pequeño pueda causar un daño tan grande?”, me pregunté al tiempo que mataba a los cinco gusanos que encontré.
Esas son las dos características que delatan a las larvas de polillas: el afán de destruir con tal de engordar, para lo cual también menoscaban tejidos y pieles, y la pequeñez, la cortedad, lo poquita cosa que son.
Por eso no me sorprendió asociar, casi de inmediato, el proceder de esas orugas con el comportamiento de quienes, en especial en año de contienda electoral, se esmeran por horadar las páginas del acontecer nacional para que los ciudadanos, al igual que los lectores víctimas de las polillas, no tengamos acceso a una historia completa.
Eso fue lo que experimenté al leer la versión mordisqueada de Larga noche hacia mi madre. Tuve que lidiar con palabras, líneas, oraciones y párrafos incompletos bajo el riesgo de equivocarme al tratar de descifrar los jeroglíficos en que los gusanos transformaron gran parte del contenido.
Aporto un ejemplo: un vocablo devorado casi en su totalidad y del que quedaban solo las letras “eraba” podía ser interpretado como esperaba, desesperaba, veneraba, atrincheraba, adulteraba, prosperaba, vituperaba; en fin…
Sí, sumamente elevado el peligro de errar debido a las novelas incompletas, razón por la cual hace pocos días compré un nuevo ejemplar de Larga noche hacia mi madre, esta vez de la editorial Pre-Textos, lo cual me permitió salir de dudas.
No obstante, la amenaza es mayor y es más lo que está en juego cuando nos enfrentamos con narrativas y discursos que han sido premeditada y malintencionadamente agujereados y perforados (típica huella de un gusano barrenador).
En un mundo atiborrado de mensajes, ¿cómo podemos detectar si una determinada historia proviene de una angurrienta larva de polilla política?
De acuerdo con lo que expresé algunos párrafos atrás, lo primero que debemos hacer es evaluar la fuente, preguntarnos si dicha “verdad” ha sido expresada por una persona, dirigente o autoridad que se distingue por su afán de proponer y construir o por alguien que se caracteriza por su pequeñez y su esmero por destruir para satisfacer su apetito voraz.
Esa prueba, así de sencilla y práctica, es el examen por excelencia para detectar a las larvas de polillas políticas, pues, partiendo de los gusanos que dieron origen a este artículo, ¿quién ha visto a una de esas orugas fortaleciendo un libro, robusteciendo una piel o reforzando un tejido?
Larvas de polillas políticas son única y exclusivamente esos minúsculos y voraces seres que a diario hacen todo lo posible por carcomer y mordisquear la realidad con tal de engañar, engatusar y manipular con historias incompletas, novelas a las que les faltan palabras, cuentos horadados con premeditación y alevosía.
Tengamos presente, en especial durante el 2025 y el inicio del 2026, que las larvas de polillas políticas no leen ni les interesa que otros aprendan o se informen; lo suyo es destruir y dañar. Dar zarpazos como el jaguar es su razón de ser.
Si las dejamos actuar libremente y reímos, aplaudimos y defendemos sus gracias, estaremos escribiendo una historia cuyo título será, que me disculpe Carlos Cortés el atrevimiento, Larva noche hacia el desmadre.
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José David Guevara Muñoz es periodista.
