SANTIAGO – En términos energéticos, África es el continente más “renovable” del mundo. En el mundo desarrollado, las fuentes de energía renovables representan menos de un décimo del suministro total, mientras que 900 millones de personas del África subsahariana (excluida Sudáfrica) obtienen el 80% de su energía de este tipo de fuentes.
Mientras una persona en Europa o América del Norte usa en promedio 111.000 kWh al año (gran parte a través de procesos industriales), en el África subsahariana la cifra es de apenas 137 kWh (menos de lo que usa en cuatro meses una nevera estadounidense típica). Más de 600 millones africanos no tienen ningún acceso a la electricidad.
No es porque África sea ecológica, sino porque es pobre. Cerca de un 2% de las necesidades energéticas del continente se satisfacen con hidroelectricidad, y un 78% con el combustible “renovable” más antiguo del mundo: la madera, lo cual genera graves problemas de deforestación y una polución letal en el interior de los hogares, causante de la muerte de 1,3 millones de personas al año.
Según muchos activistas, África necesita contar con una buena cantidad de paneles solares y turbinas eólicas. Pero cuando el presidente estadounidense, Barack Obama, sirvió de anfitrión de una cumbre de líderes africanos en el 2014, la mayoría manifestaron que querían más combustibles fósiles. En palabras del ministro de Minería y Energía de Tanzania, Sospeter Muhongo: “Comenzaremos a usar más carbón (…). ¿Por qué no deberíamos hacerlo si hay otros países con un CO2 per cápita tan alto? Simplemente, lo haremos”.
Europa y América del Norte se hicieron ricos gracias a la disponibilidad de energía barata y abundante. En 1800, el 94% de la energía global procedía de fuentes renovables, casi en su totalidad madera y vegetales. En 1900, comprendían un 41% de toda la energía; incluso al final de la Segunda Guerra Mundial seguían representando un 30% de la cifra global. Desde 1971, la proporción ha ido bajando, siendo hoy de un 13,5%. Casi en su totalidad es madera, y apenas un 0,5% es energía solar y eólica.
La Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) estima que si todos los países cumplen sus compromisos de la conferencia sobre el cambio climático realizada en París el mes pasado, la proporción de energías renovables podría elevarse ligeramente en los próximos 25 años, hasta un 18,7%. En el escenario más probable que contempla, llegaría a solo un 15,4%.
La mayor parte de esa energía “renovable” seguirá procediendo de residuos de las cosechas, estiércol de vaca, madera y biocombustibles. Mientras un panel solar puede acumular la energía necesaria para encender una bombilla y cargar un teléfono móvil, poco puede hacer para mantener encendidas cocinas que ayuden a evitar la polución interior o las neveras que mantengan bien refrigeradas las vacunas y los alimentos frescos, y mucho menos potenciar la agricultura y las actividades industriales.
En el optimista pronóstico de la IEA, para el 2040 la energía solar producirá en el África subsahariana 14 kWh por persona al año, menos de lo que se precisa para mantener siempre encendida una simple LED de dos vatios. Además, estima que la energía renovable costará en promedio todavía más que otras fuentes como el petróleo, el gas, la energía nuclear o la hidroeléctrica, incluso si se aplica un impuesto al carbono.
Pocos en el mundo desarrollado pasarían a usar energías renovables sin el estímulo de fuertes subsidios, y ciertamente nadie cortaría su conexión a las principales redes energéticas alimentadas con combustibles fósiles (que, en lo que representa otra forma de subsidio, proporcionan energía estable en días nublados y de noche).
Y, no obstante, los activistas occidentales parecen creer que los más pobres del mundo deberían contentarse con un suministro de electricidad inadecuado e irregular.
En su reciente informe África Energy Outlook, la IEA calcula que el consumo energético africano se elevará en un 80% para el 2040, pero, puesto que la población del continente casi se duplicará, habrá menos energía disponible por persona. Si bien casi mil millones habrán logrado acceso a la electricidad para ese año, 530 millones no lo tendrán.
Pero la IEA contempla otro futuro (que se ha venido en llamar el “Siglo Africano”) en que sus gobiernos y donantes invierten $450.000 millones adicionales en energía, con lo que aumentaría fuertemente el uso de combustibles fósiles, se reduciría el consumo de gran parte de las renovables contaminantes y se daría acceso a 230 millones de personas adicionales.
Dar acceso a una energía mejor y más fiable a casi dos mil millones de personas elevará el PGB en un 30% en el 2040. Cada habitante del continente mejorará sus condiciones por el equivalente a casi $1.000 por año.
En los países occidentales, los activistas ambientales pondrían énfasis en las desventajas (300 millones de toneladas de emisiones adicionales de CO2 en el 2040 y una mayor contaminación exterior por depender más de la energía del carbón) y preguntarían quién querría elevar estos niveles. Pero veamos los costes y beneficios.
Las cerca de cuatro mil millones de toneladas adicionales de CO2 que se emitan a lo largo de los próximos 25 años causarían daños por cerca de $140.000 millones debido al calentamiento global, si se usa la cifra de costes sociales oficial de EE. UU. (que probablemente sea un poco exagerada). El aumento del uso de carbón causaría más polución aérea, con un coste de unos $30.000 millones en este periodo.
Al mismo tiempo, África se volvería cerca de $7 billones más rica. Básicamente, la polución del aire en espacios interiores se eliminaría para cerca de 150 millones de personas adicionales, con beneficios sociales equivalentes a cerca de $500.000 millones. Y la red eléctrica llegaría a 230 millones más, generando beneficios por $1,2 billones.
En otras palabras, los costes del “Siglo Africano”, incluidos aquellos relacionados con el clima y la atención de salud, se elevarían a $170.000 millones. Los beneficios totales, unos $8,4 billones, serían casi 50 veces más altos.
Probablemente el mismo argumento general valga para la India y otros países en desarrollo. Por ejemplo, en China las emisiones de CO2 se han elevado en un 500% desde 1981, pero los índices de pobreza de su economía bajaron desde un 89% a menos de un 10% en la actualidad.
En los países ricos, los activistas recalcan que una tonelada de CO2 costaría cerca de $50 y que se le deben aplicar impuestos para reducir las emisiones. Pero, para África, los beneficios económicos, sociales y ambientales de contar con más energía y disponer de niveles más altos de CO2 equivalen a cerca de $2.000 por tonelada. Centrarse en los $50 de coste y pasar por alto los $2.000 en beneficios es ceguera voluntaria.
Bien puede ser que un día la innovación reduzca tanto el precio de la futura energía verde que permita sacar personas de la pobreza de manera más eficaz que el uso de combustible fósiles. A nivel global debemos invertir más en tales innovaciones, pero no se podrá corregir el calentamiento global impidiendo hipócritamente que los más desposeídos del mundo puedan salir de su situación.
Bjørn Lomborg es profesor adjunto de la Escuela de Negocios de Copenhague y director del Centro del Consenso de Copenhague. © Project Syndicate 1995–2016