Las buenas intenciones sin una apropiada guía científica tienen el potencial de causar tremendos daños a los animales. Al igual que nosotros, ellos tienen necesidades nutricionales que dependen de sus hábitos, aspectos fisiológicos e incluso de su hábitat. Alimentarlos apropiadamente es fundamental para garantizarles una vida saludable.
La adaptación a los alimentos, sin embargo, no ocurre de la noche a la mañana, cada especie necesita largos procesos para integrar a su dieta lo que consume.
Los animales de granja, los vegetales y las frutas fueron seleccionados a lo largo de decenas de años para obtener resultados que coincidan con nuestras exigencias, y que alejan estos alimentos de nuestros primos silvestres.
El proceso de domesticación de los alimentos tomó milenios y dio forma al estilo de vida sedentario de la humanidad. Las variedades comerciales del banano, la sandía, la piña y muchas otras frutas son invenciones nuestras, derivadas de una rigurosa selección de plantas por parte de nuestros antepasados debido a alguna característica que tenían, pero debía acentuarse mediante técnicas artificiales.
La ciencia y la tecnología optimizaron las frutas para nosotros, pero no debemos perder de vista que tales mejoras están pensadas únicamente para el consumo humano. Es nuestro deber actuar de forma responsable y entender que deberían mantenerse lejos de la dieta de la fauna silvestre.
El alto contenido de azúcar en el mamón chino produce sobrepeso en los monos araña, por ejemplo. Mucho peor es dar a los animales comida ultraprocesada, como frituras, productos saturados de sodio, grasas y carbohidratos, pues el deterioro de la salud sucede en muy poco tiempo.
La comida empacada en plástico también es un riesgo enorme si los animales ingieren el envoltorio. Acostumbrar a los animales silvestres, cuyas necesidades nutricionales son muy específicas, a la comida chatarra u otras que no forman parte de su dieta los coloca en peligro de sufrir desnutrición.
Al comer de la mano de la gente pierden el incentivo para realizar actividad física, como deben hacerlo en la naturaleza, y, tal como nos pasa a nosotros, el sedentarismo y una dieta desbalanceada son una terrible amenaza para su salud, amén de que aprenden a asociar al ser humano con comida y abandonan actividades cotidianas de búsqueda de alimentos y socialización.
En Gibraltar, por citar un caso, han ocurrido ataques a turistas para arrebatarles alimentos. Este mismo fenómeno ya se ve en algunos sitios de nuestro país. Se sabe de conductas similares en pizotes, mapaches y monos. Lamentablemente, después de los ataques, la gente cambia el modo de ver a los animales, los percibe como seres peligrosos, por hacer exactamente lo que los irresponsables les enseñaron.
Otra razón por la cual no debe alimentarse a los animales silvestres es que, al aproximarse al ser humano, existe la posibilidad de transmisión de virus y bacterias, letales tanto para la fauna como para los humanos.
A lo anterior se añade ahora el efecto multiplicador de las redes sociales. Tras la viralización de un video de una persona alimentando a un animal silvestre, quizás otros se vean tentados a imitarla. El efecto de la interacción se magnifica, y lo que pudo ser un acto motivado por las buenas intenciones se convierte en un problema para la salud de animales maravillosos que ya tienen suficientes amenazas como para agregar esta. Alimentar animales silvestres es ilegal precisamente para prevenir este problema.
Una de las campañas informativas más grandes llevadas a cabo en nuestro país en años recientes tenía como objetivo detener los selfis con animales silvestre para no alterar su comportamiento ni los ecosistemas. Es increíble que poco tiempo después y a pesar de la gigantesca inversión en esfuerzo y dinero la gente no dimensiona todavía el daño que causa al grabarse alimentando animales silvestres.
Si genuinamente queremos el bienestar de los animales debemos proteger su hábitat, denunciar la tala ilegal, dotar de recursos para el sostén de las áreas protegidas y evitar sembrar árboles de especies exóticas.
Los animales han coexistido con plantas que les ayudan a nutrirse de forma idónea y desempeñar funciones esenciales en sus ecosistemas desde mucho antes de que la humanidad llegara al continente.
Si queremos disfrutar de la vida silvestre de forma responsable, necesitamos sembrar árboles autóctonos, que les proveen alimento y refugio, y cuidar a los animales encargados de polinizar y dispersar semillas, como los murciélagos. Asegurémonos de que nuestras acciones parten de la lógica y la ciencia para no originar problemas cuando nuestra intención es otra.
El autor es biólogo.
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