El monje bizantino Dionisio el Exiguo o el Pequeño se designó a sí mismo con estos sobrenombres para mostrar su humildad. Por encargo del papa Juan I, quien consideraba el advenimiento de Jesús como el acontecimiento más importante de la humanidad, dividió la historia en dos con las tijeras del celo religioso: antes y después del nacimiento de Cristo.
Posteriormente, pensadores y eruditos aceptaron la división y la desarrollaron. Es así como el año 2024 a. C. tiene su par en el 2024 d. C., Como consecuencia, no somos los primeros hombres y mujeres que cronológicamente ponemos un pie en el año que empieza. Técnicamente, lo hicieron los habitantes de Sumeria y Babilonia, entre otras culturas antiguas.
En el 2024 antes de nuestra era, los asuntos y pensamientos que ocupaban a las personas no eran muy diferentes de lo que son ahora.
Se amaban con pasión y se dejaban con desdén, pregonaban a los otros sus virtudes con golosa vanidad o difamaban con imprudencia sin necesidad de internet, ya que las únicas redes conocidas eran las de los caminos y la pesca.
Al igual que hoy, las sociedades eran gobernadas unas veces por hombres capaces revestidos de liderazgo y otras por consumados ególatras. El pueblo acudía a los mercados para proveerse de la “canasta básica”, y cuando podía permitírselo, adquiría un fino brazalete de oro tallado, uno de los mayor lujos y ostentaciones de aquellos tiempos, del mismo modo que en la actualidad lo es un celular de alta gama.
Las esperanzas de la gente o las preguntas que les inquietaban eran semejantes a las nuestras, lo que confirma que todos bregamos en las mismas aguas existenciales y la excepcionalidad consiste en que nuestras vidas, incomparables e irrepetibles, peregrinan poniendo sus pies en el tiempo presente.
Estas tres condiciones ponen límite y término al bis cronológico del año 2024 actual. Ahora nosotros somos los caminantes que habremos de habitar cada día de este nuevo año como propietarios o inquilinos de nuestras vidas, es decir, como dueños o alojados en una morada ajena.
Un propietario vela por su posesión; si lo es de una casa, la mantiene limpia, ordenada y en buenas condiciones. Un inquilino habita en ella por un tiempo determinado y se siente libre de la responsabilidad de preservarla.
Podemos hospedarnos en el 2024 con el desinterés y la falta de compromiso del inquilino; indiferentes a la necesidad de reparar los deterioros que (semejantes a los de un inmueble) deprecian nuestras vidas.
La existencia se convierte entonces en una paralizante molicie. En este estado, el presente se nos echa encima como una carga y no como un tiempo vigoroso y saludable en estímulos y acciones personales.
También podríamos residir en el 2024 moderno en condición de propietarios de la vida, a la manera de un parcelero que cuida su terreno con prolijidad, reconoce las malas hierbas y las aparta, a la vez que cada cierto tiempo remueve la tierra para que los nutrientes fortalezcan el suelo.
El ahora, así vivido, adquiere sentido, renueva las fuerzas y provee de posibilidades y no solo de deseos nuestras esperanzas en razón de que, por así decirlo, cohabitamos con el presente y no lo convertimos en el decadente tránsito de un tiempo extraño, insulso y cansado.
La datación de la historia en un antes y después de Cristo ha sido paulatinamente sustituida por las denominaciones “antes de la era común” (a. e. c.) y “de la era común” (e. c.).
En el Diccionario de la lengua española, una de sus acepciones dice que lo común es algo ordinario, frecuente y muy sabido. Me gustaría aprovechar estas tres palabras para exhortarlos a que lo ordinario y lo frecuente en nosotros sean las inevitables rutinas de cada día, como asearse, alimentarse y dormir, y que lo sobresaliente sea la fortaleza para soltar los lastres interiores que convierten nuestro camino diario en un movimiento mecánico impulsado por la inercia y no por la voluntad y la esperanza.
Demos por muy sabido que la virtud no consiste en imaginar un trayecto suave, sin pendientes ni pavimentado a nuestro gusto, sino en el valor de andarlo entre planos, irregularidades y baches con resolución, entereza y buena maña.
El autor es educador pensionado.