Recibimos con entusiasmo, en especial quienes profesamos admiración por el patrimonio, la recién declaratoria del Teatro Nacional de Costa Rica como símbolo nacional del patrimonio histórico-arquitectónico y libertad cultural.
Esta distinción, la primera hecha a un edificio, es motivo para celebrar. Nos muestra, entre otras cosas, que en nosotros se ha intensificado la necesidad de fomentar nuestra identidad, algunas veces aletargada o amenazada por coqueterías de otros lares.
La nueva nominación al inmueble, anteriormente designado patrimonio arquitectónico, conlleva a reflexionar acerca de las adecuadas prácticas de conservación y restauración, que aseguren la permanencia de nuestro Teatro en el tiempo.
La saliente administración anunció en meses pasados una serie de reformas, no precisamente respetuosas de la preservación, de las cuales procedo a señalar dos: la sustitución de la mecánica teatral manual —que opera desde 1897— por una digitalizada, lo cual implica la instalación de pesadas estructuras de hierro dentro del edificio, y la eliminación de los dos palcos contiguos al escenario para construir salidas de emergencia, a pesar de que el mismo ingeniero del Teatro reconoció a canal 7 que cuentan con suficientes.
Sin planificación. Acciones como estas, planificadas al calor del momento, justificadas por personas foráneas, tal vez con las mejores intenciones, pero los peores principios técnicos en materia de conservación, atentan contra nuestro nuevo símbolo patrio.
Al mismo tiempo, incentivan la alteración o destrucción del patrimonio construido, como ocurrió con el Gran Hotel Costa Rica, vaciado de sus elementos originales o el Teatro Variedades, en peligro de demolición interna completa, curiosamente, bajo la complacencia de la saliente ministra de Cultura y su equipo.
Existe un proyecto para incorporar a nuestro Teatro Nacional al patrimonio mundial de la Unesco. Para lograrlo, es requisito conservar las mayores condiciones originales, es decir, sin tantos “trabajitos” de este tipo, que irremediablemente alteran su lenguaje arquitectónico e imposibilitan el éxito en la declaratoria.
Innecesario. Insisto: reemplazar una mecánica teatral auténtica, escasa en el mundo, y que para colmo funciona, es como hacerse un reemplazo de cadera cuando no se necesita.
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La serie de compromisos que el actual presidente asumió en su campaña y la esperanza de un gobierno más comprometido con el patrimonio, tanto material como inmaterial, es la expectativa que nos queda a quienes ya hemos dado la lucha civil en defensa de nuestra historia edificada y solo hemos recibido a cambio intentos de desacreditación y el desprecio de las salientes autoridades.
Nuestro Teatro Nacional, ahora símbolo patrio, debe ser tratado con la misma nobleza con que fue construido. Solo así podrá prolongarse en el tiempo como punto de convergencia de nuestra historia y cultura.
El autor es expresidente de la Comisión Nacional de Patrimonio Histórico-Arquitectónico, periodista, productor y gestor.