Aunque delito y violencia no son sinónimos, una de las manifestaciones más claras de la violencia social son ciertos delitos, especialmente los homicidios. Casi todos los medios, a finales del año pasado y principios de este, divulgaron ampliamente que el 2016 fue el año más violento, considerando los homicidios ejecutados: 577 asesinatos, mientras que en el 2015 fueron 558.
Además, se informó de la vinculación de estos homicidios con el narcotráfico, el crimen organizado, las venganzas, las riñas y la violencia doméstica, entre otros; incluso, su frecuencia por cantones, meses, días y armas utilizadas. En resumen, no hubo un día en que no se matara en todo el territorio nacional a una persona en los últimos dos años.
Cifras alarmantes para un país que se precia de ser pacífico, sin ejército, respetuoso de la vida humana.
Las muertes por homicidios no son las únicas que revelan la violencia social en Costa Rica. Un promedio de 60 personas murieron en el primer mes de este año en accidentes de tránsito, cerca de dos personas diarias. Se calcula que para finales del año habría 584 muertes en carreteras, número mayor que los homicidios. La violencia vial es tan grave como la violencia intencional.
Miedo. El panorama es aterrador, y sin duda produce un efecto perturbador, amenazante, que se puede resumir en una palabra: miedo.
No hay nada más serio que afecte la calidad de vida de los habitantes de un país que vivir con miedo. Pero más grave que la violencia, es la indiferencia.
Pese a la amplia difusión de estas manifestaciones de violencia, falta reflexión seria sobre este fenómeno, un debate crítico sobre el origen y consecuencias de esta violencia, que nos lleve a definiciones y, sobre todo, a acciones para prevenir, controlar y reducir la violencia. Ninguna sociedad, y menos Costa Rica, está condenada a vivir bajo la violencia y el miedo.
¿Qué se puede hacer? Lo primero es la obtención de información amplia, completa y detallada del fenómeno; no solo individual sino también social de la violencia. Entre más se conoce sobre cualquier fenómeno social mejor se puede enfrentar.
Otro aspecto que resulta fundamental es la responsabilidad de las autoridades en la investigación y castigo para los autores. Nada hace más daño que la impunidad; afecta no solo a la víctima y sus familiares sino a toda la sociedad.
Para el 2015 se dejaron sin resolver 178 casos de homicidios, un promedio del 42%, y para el 2016 la cifra es similar.
Abordaje integral. Pero la violencia social no es un asunto solo responsabilidad de las autoridades judiciales; no es un problema solo de leyes, policías y represión. El delito violento, intencional o culposo es un fenómeno mucho más complejo que requiere un abordaje multidisciplinario y multisectorial.
Las estrategias para combatir la violencia, además de la represión, deben centrarse en la prevención y el control, no en pensar que vamos a eliminar la violencia. Desafortunadamente, en ningún lugar se ha podido erradicar la violencia y el delito, pero sí se puede, con trabajo y dedicación, reducir las cifras de muertos por esta causa.
Desde hace muchos años la Organización Mundial de la Salud ha considerado la violencia como un problema de salud pública, porque la gente muere a causa de este fenómeno, pero además produce serias lesiones en la salud física y mental de las personas.
Por eso, una estrategia correcta es el enfoque epidemiológico. Costa Rica superó la tasa de 10 homicidios por cada 100.000 habitantes, considerado por la OMS como una epidemia.
Este enfoque se basa, principalmente, en la identificación de la mayor cantidad de factores de riesgo individuales y sociales; luego, intervenciones sobre esos factores de riesgo con un constante análisis y evaluación de la efectividad de las acciones preventivas realizadas.
Atención temprana. Una de las principales recomendaciones de todos los estudiosos del tema es una intervención temprana sobre los factores de riesgo. Esta intervención dará mejores resultados que cualquier otra.
De ahí la relevancia de incidir en los factores de riesgo desde la niñez. Por ejemplo, el ingreso, permanencia y conclusión de los programas educativos resulta fundamental en cualquier estrategia de prevención de la violencia. Los jóvenes que no estudian ni trabajan son un grave factor de riesgo para el involucramiento en delitos y aumento de la violencia.
Un aspecto que debe considerarse es, dada la complejidad del delito y la violencia social, que los cambios no se van a dar de la noche a la mañana. Todo lo contario, los cambios hay que esperarlos a largo plazo, pues se requieren cambios estructurales y políticas de desarrollo económico y social que reduzcan la desigualdad y mejoren las oportunidades de todos.
Pero el fenómeno del delito violento y de la violencia en general es tan apremiante que no podemos dejar todo a largo plazo, y se requiere también una perspectiva a corto plazo, que tenga un impacto directo y que sea constatable por la población.
Para ello se requiere, en primer lugar, un enfoque local, comunal; las municipalidades juegan un papel fundamental en esta estrategia.
Si tan solo se realizaran tres acciones concretas, tales como un control en el consumo de alcohol, especialmente los fines de semana, un control en la disponibilidad de armas de fuego y un mejoramiento del entorno o ambiente, como parques, zonas verdes, iluminación, eliminación de basura, para mejorar los espacios públicos, se produciría un efecto positivo en la reducción de la violencia.
Desde luego, además, es importante la presencia policial, no puede ser que en varios kilómetros en Costa Rica usted no encuentre un policía o una autoridad de tránsito en las carreteras.
El delito y la violencia social son temas complejos, difíciles de comprender y de enfrentar. Pero sobran las razones para fijarnos como objetivo primordial la reducción de la violencia de todo tipo. De ello depende, en buena parte, el desarrollo de nuestro país y, sobre todo, nuestra calidad de vida.
El autor es abogado.