Reconocer la propia ignorancia con total libertad: no hay mayor acto de racionalidad que este. La razón es simple: con este reconocimiento se afirma que se está siempre en búsqueda de información y de iluminación. Ser racional significa estar siempre dispuesto a aprender, a no dejarse abatir por la dificultad de enfrentar un problema, a conocer algo nuevo.
Si alguien dice o escribe algo, entonces puede ser descifrado por otro, ya sea porque afirma algo importante, interesante o estúpido. Cuando el receptor de un mensaje busca la lógica y la razón de lo dicho, se engarza en un proceso de reflexión, en contraste con la propia experiencia que enriquece el conocimiento que tiene del mundo. Si alguien relativiza la palabra humana del otro, pierde la oportunidad de ser racional y, por tanto, hace de la ignorancia un valor y una meta.
Resolución de problemas. Los problemas pueden ser resueltos de dos maneras: o por el descubrimiento de una solución o por la eliminación sistemática de cualquier solución (al menos, a nivel temporal). Una mente sagaz encuentra en un problema la motivación para reflexionar, pensar, adquirir más conocimiento y crecer. Quien se da por vencido o se considera idiota ante un problema, renuncia a ser racional.
Cuando un problema es insalvable, la mente crítica sabe reconocer su limitación, evalúa sus yerros y se confía al conocimiento ajeno y al desarrollo de las ideas. Pero, claro, no renuncia a causa de su poco saber, sino que está abierta a la creatividad y a la brillantez que nacen de otro, sin rencor o soberbia, porque ser racional implica estar sediento de sabiduría, no de éxito. Cuando otro ha descubierto lo que nos fatigábamos por encontrar, la alegría del suceso nos impulsa a sacar consecuencias, a ir más allá, a aportar lo que podamos en el proceso de describir la realidad, y a avanzar en lo que, como colectivo, podemos comprender.
¿Qué significa, en cambio, ser irracional? No molestarse en comprender aquello que parece difícil, contentarse con lo que tenemos a la mano y sabemos controlar, creer que se tiene la última razón en todo, contentarse con lo aprendido y no ir más allá de lo consabido.
Intuición y crítica. Ser racional no significa ser lógico, porque las reglas de la lógica pueden encerrarnos en un mundo limitado por los postulados roñosos de nuestros principios declarados absolutos e incontestables, implica, más bien, desarrollar la intuición y dejarse provocar en la crítica. Ser racional no puede ser definido en el discurso directo, es mejor describir aquello que no es, porque, de lo contrario, se renegaría su esencia y se declararía como valor la inmovilidad conceptual y pragmática. En otras palabras, para el irracional, la inmutabilidad es sinónimo de verdad, sin más. En cambio, para el ser humano racional el razonamiento se tiene que ajustar a la evidencia, a la evaluación de aquello que se experimenta, a los resultados de la praxis humana y a su crítica, y, sobre todo, a la adecuación/recreación conceptual.
Es posible derivar algunos corolarios. En primer lugar, el diálogo y el encuentro con discursos diversos es esencial para poder crecer en la creación de la propia racionalidad. Sin el encuentro con experiencias y culturas diversas, no se desarrolla la capacidad de discernir la realidad de manera adecuada. En segundo lugar, la búsqueda de distintas perspectivas para afrontar un fenómeno es inherente al acto racional, a sabiendas de que, de ordinario, no es posible recorrerlas todas. Y, en tercer lugar, solo hay una forma de ser racionales: en una comunidad donde los individuos se ayudan a buscar la objetividad y la verdad, aunque sea esta una empresa que no puede ser concluida nunca. Come decía Gandhi: “Uno debe ser tan humilde como el polvo para poder descubrir la verdad”. Uno debe ser humilde para poder ser verdaderamente racional. ¡Cuánta falta nos hace esto en los proyectos de construcción de nuestra nación!
Interés por los otros. Ser racional significa, por tanto, ser político: interesarse por la vida común, no solo como forma de obtener conocimiento, sino como única posibilidad de desarrollo verdaderamente humano. No es cierto que el infierno son los otros, al modo de Sartre; el infierno es creado por nosotros cuando, en la arrogancia de nuestra pretendida posesión de la verdad, no reconocemos la necesidad de los otros y de sus palabras, de sus pensamientos y comprensiones de la vida.
Eso es, precisamente, la nota discordante desde hace tiempo en nuestra patria: hay demasiada presunción de conocer la verdad unilateralmente. Nadie habla en la campaña de cómo generar más participación o de los mecanismos de crítica que se deben crear para evaluar el desarrollo de las políticas y las instituciones gubernativas.
No se oye hablar de cooperación, de creación de sueños consensuados, de aceptación de lo diverso como oportunidad para el crecimiento. Hoy se habla solo de éxito, de victoria y, en el peor de los casos, de la firme determinación de ser oposición a cualquier cosa. ¡A tan poco nos ha reducido el afán de poder!
¡Necesitamos recobrar la humanidad, es urgente que de nuevo optemos por la racionalidad!