Una discusión interesante se está gestando en España, a propósito del informe que pidió la vicepresidenta del Gobierno a la Real Academia Española (RAE), sobre una posible adecuación de la Constitución al lenguaje inclusivo. Retomo el asunto, pues no hace mucho en nuestro país, a pesar del consenso nacional por el nombramiento de Emilia Navas como jerarca de la Fiscalía General de la República, se dio una gran controversia en torno a si se le decía fiscal o fiscala, ya que por primera vez en 43 años de existencia de esa institución la jefatura la ocupaba una mujer.
Argumentos y posiciones. De entrada quiero dejar planteada mi posición al decir que lo que no se nombra no existe, se excluye o se invisibiliza, y esto me permite señalar que sea o no correcto gramaticalmente el uso de los términos todas y todos, niños y niñas, presidente o presidenta, ciudadano o ciudadana, los seguiré usando e insistiendo en su uso. Estoy convencida de que si los empleamos con más frecuencia podremos, entre otras cosas, erradicar discriminaciones, eliminar estereotipos, promover igualdad y diseñar política pública con perspectiva de género.
El argumento más fuerte para descalificar el lenguaje inclusivo es que la RAE no está de acuerdo, que se rompen reglas gramaticales y que el lenguaje debe ser correcto, estético y económico. Parafraseando a la filóloga y feminista española Teresa Meana me hago estas preguntas: ¿quién, por economía, decidió borrarme del diccionario? ¿No es cierto que la lengua, así como la vida, evoluciona, es maleable, dúctil y generosa? ¿No es cierto que la lengua está viva y que podemos cuestionarnos las normas gramaticales y adaptarlas a los cambios así como creamos palabras ante las nuevas realidades, de igual forma que avanzamos por el camino de la igualdad y la no discriminación?
Evolución. La lengua es un producto social que nos enriquece y un factor clave en la socialización, pero de la que también aprendemos y reforzamos estereotipos, prejuicios y valores; algunas veces es el reflejo del machismo arraigado en las sociedades o la evidencia de un uso sexista del lenguaje como cuando en las definiciones encontramos que zorro es un animal, pero que zorra es sinónimo de prostituta, o la diferencia entre mujer pública y hombre público, sexo fuerte y sexo débil, este último definido como el conjunto de las mujeres.
Algunos de estos conceptos por presión social están variando. Nos asombraría saber que el cambio de la definición de sexo débil se dio en diciembre del 2017 por considerarse despectivo y discriminatorio.
Y es que lo que antes dábamos por descontado hoy no lo es. Hace muchos años se cuestionaba si la mujer podía votar o administrar sus bienes; hoy eso nos parece impensable y hasta risible, pero lograrlo no fue fácil, hubo quien cuestionó, como hoy se hace con el lenguaje, para qué hacerlo, si ya los hombres decidían por nosotras. La lucha por la igualdad real y la participación de las mujeres en los distintos ámbitos de la sociedad no ha sido fácil.
Para quienes argumentan que el lenguaje inclusivo genera dificultades sintácticas, les digo que el idioma también ofrece el uso de formas genéricas que pueden ser usadas así como expresiones neutras, lo único que se requiere es voluntad y convicción de que necesitamos comunicarnos mediante una lengua más justa.
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Momento de cambiar. Es momento de deconstruir que lo masculino es la medida de lo humano, de dejar de invisibilizar, menospreciar o excluir, de ponernos las gafas de género. Tenemos que ser nombradas y ocupar un lugar en la lengua. Es por eso que necesitamos un lenguaje inclusivo, urge visibilizar a todas las personas, si las nombramos será más fácil que se adopten políticas públicas que las favorezcan. Por ejemplo, no es lo mismo analizar la deserción escolar en los niños, que la deserción escolar en niños y niñas con perspectiva de género, pues estamos nombrando realidades distintas, o la construcción de infraestructura sanitaria a partir de las particularidades y necesidades de los usuarios.
Insto a todas las personas y a las instituciones que deben tener una política institucional de género a que discutamos sobre esto, a darle más importancia al fondo que a la forma, a buscar consensos. Les invito a usar un lenguaje de género sensitivo, sin temor a ser, precisamente, correctos y correctas.
La autora es abogada y educadora.