Hace unos días, en una librería, me topé con el título de un libro que me golpeó: ¿Cómo quiere vivir la segunda parte de su vida? Posiblemente, me dejó más pensativo porque esta semana cumplo 35 años y, sin haberlo considerado así, el tiempo me dice que estoy entrando en el segundo tiempo del partido.
No es dramatismo. En conversaciones con amigos, hasta qué edad me gustaría vivir es una pregunta muy presente, y se convierte en un juego en el cual el aparente ganador es quien dice un número mayor, como si pudiéramos extenderlo a destajo o si uno viviera hasta cuando desee.
Yo quiero ser más ambicioso. No por vivir más, sino porque consiga vivir más en el menor tiempo posible, tratando de ser el que viva mi vida mejor que nadie. La advertencia de Séneca es siempre acertada: “Solo son ociosos aquellos que tienen tiempo para la sabiduría, solo ellos viven, porque no solo preservan su vida, sino que le añaden todas las demás”.
Es curioso que nos preciemos de atesorar algo tan pasajero como el tiempo. Los jóvenes se regodean de la vida mientras los mayores se enorgullecen de tenerla en abundancia. Secretamente, los pequeños envidian también los privilegios y libertad de los grandes, en tanto estos codician la vitalidad de los primeros.
¿Qué tal si la edad pudiéramos medirla cualitativamente para no envidiarla, pero sobre todo para disfrutarla más, para que al dejar la vida no la abandonáramos con tristeza sino con un tesoro que no nos quitarán nunca?
Me ilusiona pensar que sería como un egipcio a la inversa, llevando mis tesoros por dentro; que quienes me ayudaron para navegar esta vida me sirvan para cruzar a la siguiente.
La ambición no termina ahí, quiero viajar en el tiempo. Tal cual. No con una tecnología milagrosa surgida de la técnica moderna, sino viajar como lo hicieron tantos en el pasado. En esto, Séneca se prueba también como gran conocedor: “Ningún siglo nos está vedado, en todos se nos admite y, si nos place superar las estrecheces de la debilidad humana con grandeza de ánimo, hay mucho tiempo a lo largo del cual podemos pasear”.
¿Cuántas vidas ha vivido y vivirá quien lee mucho? ¿Quién podría quitar lo bailado a quien se ha esforzado por amar mucho y hacerlo con amabilidad? ¿Cómo lograr que el presente siga teniendo sabor a eternidad?
Los estudios más recientes sitúan la expectativa de vida mundial en 79 años, la más longeva de la historia. Aun así ser octogenario, aunque para muchos sea envidiable, me parece poco… ¡Me parece insuficiente!
Mi generación, de los últimos millennials, sufre la tasa más alta de suicidios y es la que intenta sobrellevar ser la generación que se ve más joven en la historia porque le parece que verse viejo es lo peor que le puede pasar. Estos dos datos son perturbadores: querer acabar con una vida que no tiene sentido, pero a la vez encuentra propósito en la vanidad.
La última rebeldía será la ambición de disfrutar la vida con verdadero propósito, que vaya mucho más allá de la fachada, que vuelva a mirar hacia dentro para darse cuenta de que buscar el elixir de la juventud es innecesario.
Luego del inesperado encuentro con el libro, la semana pasada, no me importa tanto cómo va el marcador del partido, me interesan otras estadísticas del juego: la longitud, la altura y la profundidad. En fin, la geometría del amor.
El autor es internacionalista.