En el gobierno de Rodrigo Carazo, entre 1978 y 1982, Costa Rica se embarcó en una más que aventurada campaña de exploración petrolera, de la cual nos quedaron como resultado informes y estudios geofísicos “confidenciales” no concluyentes, una factura millonaria a favor de Pemex, ni una gota de petróleo y el mito urbano de que flotamos en un mar de petróleo y gas natural. Es como el añejo y cansado canal de Nicaragua, grabado casi genéticamente en el imaginario popular de ese país.
Recuerdo que un ministro de aquella administración paseó en avioneta a una especie de adivino para que le dijera dónde estaban las riquezas petrolíferas de Costa Rica.
Nuevamente, se vuelve a hablar de explorar y explotar gas natural como la panacea para el país. Esto es como pegar la lotería. Además, se habla de “natural”, como si el gas fuera una mística sustancia verde que viene de Pandora o de Rivendel.
No es así, el gas natural es petróleo gaseoso, tan sucio y tan combustible como el mismísimo petróleo que ha sido la calamidad de los pueblos de Latinoamérica. Ni Venezuela, ni Ecuador, ni Brasil, ni México tienen a sus habitantes viviendo gratis, sin pagar impuestos y con hospitales y escuelas regaladas, y carreteras de lujo y seguridad de primera.
Comparar a Costa Rica con Noruega es una falacia que solo sirve para engañar a los pocos ciudadanos que creen todo o cualquier cosa que diga el presidente. La mayoría de los costarricenses no somos tontos, somos educados, sabemos de Noruega, pero también sabemos de Venezuela y Ecuador.
Sabemos que en Costa Rica, en la remota probabilidad de que después de dar el negocio a un consorcio extranjero, este invierta la millonaria suma requerida para determinar si hay gas o no, y si lo encuentra, luego de una inversión supermillonaria que se necesita para extraerlo, no querrá usar sus ganancias para pagar los impuestos o el marchamo a los costarricenses.
¿Y quién dice que los costarricenses queremos vivir gratis? Lo que queremos la mayoría es que el Estado nos deje en paz, que nos deje trabajar y se dedique a lo suyo, a ser burócrata, no a plantar ideas tan absurdas como la de “noruegar” a Costa Rica.
Nuestro país no tiene siquiera los recursos para finalizar la carretera hacia San Carlos, para terminar de ampliar la carretera Barranca-Limonal, para hacer de una buena vez el hospital de Cartago.
No tenemos ni la institucionalidad ni la cantidad de personal calificado para emprender una aventura como la de explorar hidrocarburos, ni, mucho menos, contamos con los fondos necesarios para echar a rodar la falsa esperanza para comprar los pedacitos del sorteo, para financiar una costosísima campaña de exploración de combustibles crudos (sólidos o gaseosos) sin vender el alma al diablo, llámese como se llame, a quien sí tenga los recursos para hacerlo.
Otra vez, no hay almuerzo gratis, y ya sabemos mucho de esto los que peinamos canas después de décadas de oír hablar a gobiernos que vienen y van, a sabiendas de que el poder nunca lo tienen ellos, pasajeros del viaje de cuatro años en el tren de los que realmente están siempre al mando, entre bastidores.
Por dicha, las ocurrencias del Ejecutivo deben pasar por el Legislativo, en donde hay gente pensante y valiente que sabrá entender y enfrentar la falacia que nos convoca.
El autor es geólogo, consultor privado en hidrogeología y geotecnia desde hace 40 años. Ha publicado artículos en la Revista Geológica de América Central y en la del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH).