Acierto mayúsculo fue el de declarar la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano benemérita de la patria. Justicia se hace a una institución esencial para mantener la memoria, la identidad, la paz social y la historia.
Sus orígenes son remotos. Es heredera de la colección de libros de la Universidad de Santo Tomás, fundada en 1843, primera casa de estudios superiores de nuestro país, y del Archivo de Rezagos, el cual reunía las publicaciones gubernamentales. Es conveniente señalar que aún se conservan libros y documentos del siglo XIX y se han hecho esfuerzos por digitalizarlos y protegerlos del deterioro ocasionado por su antigüedad.
La Universidad de Santo Tomás fue clausurada y su biblioteca se transformó, por medio del Acuerdo 231, publicado el 13 de octubre de 1888, en la Biblioteca Nacional. Fue una época en la que se fundaron instituciones que contribuyeron a fortalecer la cultura y la identidad, como el Museo Nacional, el Instituto Físico Geográfico, el Registro Civil, el Liceo de Costa Rica, el Colegio Superior de Señoritas o el Teatro Nacional. Como dato curioso debe señalarse que la Biblioteca tuvo su sede cerca del mercado, entre la avenida central y la calle 18 de San José.
Durante el gobierno de Cleto González Víquez, específicamente entre 1906 y 1907, se construyó e inauguró el edificio de la Biblioteca Nacional en la av. 1.ª y calle 5.ª. Fue un inmueble con detalles neobarrocos, en el que laboraron directores y funcionarios de la talla del filósofo español Valeriano Fernández Ferraz, el educador Miguel Obregón Lizano, el empresario teatral Adolfo Blen y los escritores y estudiosos Carlos Gagini, Lisímaco Chavarría, Roberto Brenes Mesén, Joaquín García Monge, Julián Marchena, entre otras connotadas personalidades de ese entonces. Según se puede apreciar, en fotografías antiguas, desde la sala de estudio se observaban los diferentes niveles, a los que se ascendían por escalinatas, que resguardaban los libros.
Cabe señalar que la Biblioteca Nacional lleva el nombre de Miguel Obregón, quien, aparte de ejercer diferentes cargos públicos, fue el creador del Sistema Nacional de Bibliotecas con el propósito de difundir la lectura y el estudio en diferentes regiones del país.
Lamentablemente, la emblemática construcción de la av. 1.ª fue vendida a una empresa privada en 1969 y la demolieron en 1971. Como si se tratara de un homenaje a la desmemoria, ese sitio proveedor de conocimientos, historia y belleza fue convertido en un estacionamiento. Debió haberse conservado como patrimonio para llevar a cabo actividades culturales y guardar colecciones que, por su mérito y antigüedad, necesitan tratamiento especial y cuidadoso. Es imposible cambiar el desarrollo de los hechos… se invirtió el dinero en la compra del terreno y el levantamiento del nuevo edificio que se encuentra frente al Parque Nacional.
Hoy, la Biblioteca —como suele ser llamada coloquialmente— es un lugar donde no solo se depositan libros. Allí, se han sistematizado y se guardan periódicos, revistas, fotografías, ilustraciones y registros fonográficos de incalculable valor. Y, para situarse a la atura de los tiempos, muchos de esos documentos se encuentran digitalizados y se pueden descargar, de manera fácil y gratuita… es un lugar en el que se democratiza el acceso a la información, pues cumple el cometido de permitir el encuentro con el conocimiento.
Durante estos últimos meses, en los que la pandemia ha obligado a la población a restrictivos períodos de confinamiento, la Biblioteca Nacional se ha consolidado como un escenario de divulgación académica y artística. Con limitados recursos, en algunos casos financiados por quienes allí trabajan, se han realizado conferencias, mesas redondas, recitales literarios y talleres en línea. Incluso, es uno de los sitios de diálogo sobre la razón de ser del bicentenario de la independencia.
Razones sobran para considerarla una institución benemérita. Debe reconocerse la iniciativa del diputado Wagner Jiménez, la aprobación de la Asamblea Legislativa y el trabajo tesonero de la directora, Laura Rodríguez, y el personal de la Biblioteca. Esperemos que los futuros jerarcas del Ministerio de Cultura y Juventud le otorguen mayor rango de autonomía para efectuar su trabajo y faciliten la contratación de más personal que se una a esa tarea necesaria de sostener la memoria y la identidad de la patria.
El autor es profesor en la Universidad de Costa Rica y miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua.