El pasado lunes 17 de marzo, el país despertó con una nueva plataforma para la confección de recetas de estupefacientes (como el metilfenidato para el déficit atencional u opioides para el manejo de dolores muy severos), psicotrópicos (entre los que se encuentran las benzodiacepinas para la ansiedad y el insomnio) y, próximamente, antibióticos.
Por citar tan solo un ejemplo, para quien experimente un dolor que no responde al tratamiento convencional con antiinflamatorios, el uso de estos fármacos representa una emergencia absoluta (Miguel Martí hace, por cierto, una descripción muy gráfica del tema en su novela La primera noche tranquila); igual ocurre para quien haya sufrido un ataque de pánico o pase las noches en vela sabiendo que, duerma o no, al día siguiente tendrá que rendir en su trabajo.
La página presentó desde el inicio una serie de defectos que hicieron en su momento imposible la prescripción de estos medicamentos. Aunque muchos de ellos ya fueron subsanados, preocupa que circunstancias de este tipo puedan repetirse.
Desconozco qué tanto se probó el sistema antes de su puesta en práctica como recurso único, pero lo cierto es que estaba muy poco pulido cuando empezó su operación. El uso de las viejas recetas físicas azules y verdes no es siempre accesible, y hubo muchos pacientes a los que durante esa semana no se les despacharon los medicamentos cuando presentaron esos documentos.
Se pregunta uno entonces cómo se pudo dar el aval para que la totalidad del sistema digital dependiera de una estructura con tantas fallas, o si hubo pruebas de este con los especialistas que más lo usamos (psiquiatras, anestesiólogos, algólogos, por citar unos cuantos). No sé si los encargados tienen una claridad de la enorme responsabilidad e implicaciones de estas decisiones, factor que debería ser la prioridad absoluta, por encima de cualquier otra consideración.
Inquieta, además, que el sistema tenga como requisito la anotación de datos personales, como el correo electrónico o número de teléfono del paciente. Peor aún, se solicita información tan sensible como el diagnóstico de cada persona. ¿Cómo se manejan estos datos?, ¿quién asume la responsabilidad?, ¿de qué manera se almacenará esta información? Ninguno de quienes confeccionamos las recetas lo sabemos, simple y sencillamente porque nunca recibimos información oportuna o capacitación sobre estos y otros aspectos de la plataforma.
El problema, sin embargo, va más allá. Hace algún tiempo mantuve una reunión con personal del Ministerio de Salud solicitando la modernización de un sistema que se sustenta en un reglamento que no responde a las necesidades actuales. ¿Existe un mejor momento para la prescripción de medicamentos tan delicados que durante la consulta médica?, ¿no es ahí cuando se debe calcular la dosis y el tiempo de prescripción? Pues bien, la plataforma, producto del reglamento vigente, imposibilita la generación de recetas subsecuentes por un tiempo mayor a un mes, obligando en el mejor de los casos a una nueva consulta médica, o bien, a que se solicite fuera del espacio terapéutico una nueva receta, induciendo a un incalculable número de posibles complicaciones.
El sistema que administra la prescripción de medicamentos de uso restringido es una prioridad absoluta en estos momentos; se debe tomar con la seriedad del caso. Es responsabilidad del Colegio de Médicos y Cirujanos, el Colegio de Farmacéuticos, el Ministerio de Salud, Radiográfica Costarricense –como administradora indirecta del recurso tecnológico– o cualquier otra empresa que, de forma directa, vaya a brindar el servicio, ejecutar las acciones necesarias para una agilización del sistema y del reglamento correspondiente, acorde con los tiempos actuales. Los pacientes y los médicos tratantes requerimos una pronta respuesta.
ricardo.millangonzalez@ucr.ac.cr
Ricardo Millán es médico especialista en Psiquiatría y profesor catedrático en la Universidad de Costa Rica (UCR).
