Las primeras caminatas desde Porrosatí, antitos de Chagos, pasando por Sacramento, rumbo a la laguna del volcán Barva, ida y vuelta, tenían como campo base la cabaña del Chino Loría. Ni que decir de las andanzas a pie desde el camping de Santa Rosa hasta playa Naranjo, por donde hay una roca medio bruja, o del agua escurriendo nuestro cuerpo en las primeras andanzas por el Braulio Carrillo.
Años después, surgieron los clásicos. El Chirripó, la Amistad, y mi amado Corcovado. La lista no se termina sin mencionar el primero en fundarse, la Reserva Natural Absoluta de Cabo Blanco, gracias a la visión de Karen Mogensen; también, deben incluirse el Rincón de la Vieja, Barra Honda y los canales de Tortuguero, o la maravillosa laguna de Gandoca.
Visitar los parques nacionales implica amor por la naturaleza, conexión con el aire fresco, respeto por la cascabel que encontramos en el camino, sorpresa ante el yaguarundí que relampagueó en su paso sobre el lastre, amor por el cola blanca que encandilan las luces del auto y un poco de envidia por el vínculo de la pareja de lapas que sobrevuelan con su ronquete el cielo azul.
Hay también sorpresa por el olor de las pailas, un brillo en los ojos ante un río celeste, satisfacción por la pureza del aire que recorre nuestros pulmones luego de los últimos 10 kilómetros o escozor por el pantalón mojado cuando recién escampó.
Quienes crecimos y nos educamos con paisajes como estos, conectados con las áreas protegidas, o aquellos que las han incorporado en el camino, no cambiaríamos nunca un domingo en la montaña por un paseo al mall. Si usted piensa así, sabe de lo que hablo. Fácilmente se identificará y me comprenderá. Somos parte de un gran grupo que comparte la misma sensibilidad.
Dentro de nosotros mismos, sin embargo, hay amenazas. Están de moda las fotos al borde de un cráter, la postura triunfante frente a la sombra cónica del Arenal o en traje de baño bajo una catarata perdida.
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De la mano iban las entradas sin contribución y aporte solidario, la actividad informal que no pagó tributo, la atención de emergencias a un elevadísimo costo y el riesgo para los rescatistas, así como turistas asustados, temerosos de ser detectados por el operativo de madrugada de los guardaparques, mientras rezaban para no toparse de frente con una terciopelo.
El emprendimiento, palabra indispensable para la mayoría de las actividades comerciales de hoy, en particular después de la pandemia, y que presupone un esfuerzo titánico de alguien que ha pasado dificultades, implícitamente nos conduce a apoyarlo.
Es un poco la moda, pero responde también a la esencia humana. Sin embargo, plantea riesgos y cuestionamientos. ¿Encontró el tour en Instagram, incluye seguro médico o de vida? ¿Cuentan con capacitación en reanimación cardiopulmonar o equipo y cursos de primeros auxilios quienes se promocionan en Facebook? ¿Existe un plan en caso de presentarse una emergencia médica? ¿Son esas personas solidarias con la conservación del lugar que están visitando? ¿Disponen responsablemente de los desechos que generan? ¿Pagan por el uso o contribuyen de alguna otra manera? ¿Piensa usted, antes de la emoción de imaginar la foto que más adelante publicará en su red social, en los riesgos de esa actividad ilícita? ¿Pregunta si la caminata se encuentra permitida dentro de la zona protegida? Yendo más allá, las fotos que usted observa y que tanta admiración le causan, ¿son un compromiso con la conservación o responden a sus necesidades de publicar y convertirse en un influencer?
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No; no se trata de profesar un amor absoluto y celestial por la naturaleza, como algunos han intentado venderlo, en rebeldía contra supuestas autoridades añejas y desactualizadas, presuntamente obsoletas y poco comprensivas. Tampoco, es una imposición del Sinac, que ciertamente tiene múltiples falencias, y al cual le critico puntos muy concretos, como el poco acceso a la información, la comunicación, dificultades para la reservación en ciertos parques, etc.
Me refiero a que cuando el compromiso es real, cívico y patriótico no parto de necesidades particulares por ser el que más conoce, no existen conflictos de intereses por el lucro que se obtiene de las caminatas que se promocionan, ni se satisface una adicción a la popularidad que se obtiene en la red social de moda.
Se trata en realidad de una solidaridad genuina, compasiva respecto al ambiente con quienes dedican sus vidas a cuidarlo, con nuestros acompañantes y, por supuesto, con nosotros mismos.
carlosmillangonzalez@ucr.ac.cr
El autor es profesor en la UCR.